Me soltó y alzó la otra mano para acariciarme la mejilla con las yemas de los dedos y terminar descendiendo hasta la mandíbula. Noté el temblor de sus dedos, aunque en esta ocasión no era a causa de la ira. Colocó la palma de su mano sobre mi mejilla, de modo que mi rostro quedó atrapado entre sus manos abrasadoras.
– Bella -susurró.
Me quedé helada.
¡No! Aún no había tomado una decisión al respecto. No sabía si era capaz de hacerlo, y ahora no tenía tiempo para pensar, pero hubiera sido una necia si hubiera pensado que un rechazo en ese momento no iba a tener consecuencias.
A su vez, también yo clavé en él mi mirada. No era mi Jacob, pero podía serlo. Su querido rostro era el de siempre. Yo le amaba de verdad en muchos sentidos. Era mi consuelo, mi puerto seguro, y en ese preciso momento yo podía escoger que me perteneciera.
Por el momento, Alice había regresado, pero eso no cambiaba nada. La persona a quien amaba de verdad se había marchado para siempre. El príncipe no iba a regresar para despertarme de mi letargo mágico con un beso. Al fin y al cabo, tampoco yo era una princesa, por lo que ¿cuál era el protocolo de los cuentos de hadas para otros besos? ¿Acaso la gente corriente y moliente no necesitaba romper ningún conjuro?
Tal vez sería fácil, algo así como cuando sostenía su mano o me rodeaba con sus brazos. Quizá sería agradable. Quizá no me diera la impresión de estar traicionándole. Además, ¿a quién traicionaba en realidad? Sólo a mí misma.
Sin apartar sus ojos de los míos, Jacob comenzó a inclinar el rostro hacia mí. Yo todavía no había tomado ninguna decisión.
El repiqueteo estridente del teléfono nos hizo pegar un bote a los dos, pero él no perdió su centro de atención. Apartó la mano de mi barbilla y la alargó para tomar el auricular, pero aún sostenía férreamente mi mejilla con la otra mano. Sus ojos negros no se apartaron de los míos. Estaba hecha un lío, demasiado confusa para ser capaz de reaccionar ni aprovechar la ventaja de la distracción.
– Casa de los Swan -contestó Jacob en voz baja, ronca y grave.
Alguien le contestó y Jacob se alteró al momento. Se envaró y me soltó el rostro. Se apagó el brillo de sus ojos, se quedó lívido, y hubiera apostado lo poco que quedaba de mis ahorros para ir a la universidad a que se trataba de Alice.
Me recuperé y extendí la mano para tomar el auricular, pero él me ignoró.
– No está en casa -Jacob pronunció esas palabras con un tono amenazador. Hubo una réplica breve, parecía una petición de información, ya que Jacob añadió de mala gana-: Se encuentra en el funeral.
A continuación, colgó el teléfono.
– Asqueroso chupasangre -murmuró por lo bajini. Volvió el rostro hacia mí, pero ahora volvía a ser una máscara llena de amargura.
– ¿A quién le acabas de colgar mi teléfono en mi casa? -pregunté de forma entrecortada, enojadísima.
– ¡Cálmate! ¡Él me colgó a mí!
– ¿Quién era?
– El doctor Carlisle Cullen -pronunció el título con sorna.
– ¡¿Por qué no me has dejado hablar con él?!
– No ha preguntado por ti -repuso Jacob con frialdad. Su rostro era inexpresivo y estaba en calma, pero las manos le temblaban-. Preguntó dónde estaba Charlie y le respondí. No me parece que haya quebrantado las reglas de la cortesía.
– Escúchame, Jacob Black…
Pero era obvio que no lo hacía. Volvió la vista atrás, como si hubiera oído su nombre en otra habitación. Abrió los ojos y se quedó rígido; luego comenzó a estremecerse. Yo también agucé el oído, pero sin oír nada.
– Adiós, Bella -espetó, y dio media vuelta para dirigirse a la puerta de la entrada.
Corrí tras él.
– ¿Qué pasa?
Choque contra él, que se balanceó hacia atrás, despotricando en voz baja. Me golpeó en un costado al girar otra vez. Perdí pie y me caí al suelo, con la mala suerte de que mis piernas se engancharon con las suyas.
– ¡Maldita sea, ay! -me quejé mientras él se apresuraba a sacudir las piernas para liberarse cuanto antes.
Forcejeé para incorporarme y Jacob se lanzó como una flecha hacia la puerta trasera. De pronto, se quedó petrificado.
Alice permanecía inmóvil al pie de las escaleras.
– Bella -dijo con voz entrecortada.
Me levanté como pude y acudí a su lado dando tumbos. Alice tenía la mirada ausente, lejana; el rostro, demacrado y blanco como la cal. Su cuerpo esbelto temblaba a resultas de una enorme conmoción interna.
– ¿Qué pasa, Alice? -chillé.
Tomé su rostro entre mis manos en un intento de calmarla. De pronto, centró en mí sus ojos abiertos y colmados de dolor.
– Edward -logró articular.
Mi cuerpo reaccionó antes de que mi mente fuera capaz de comprender las implicaciones de su respuesta. Al principio, no entendí por qué la que la habitación daba vueltas ni de dónde venía el eco del rugido que me pitaba en los oídos. Me devané los sesos, pero no fui capaz de encontrarle sentido al rostro funesto de Alice ni de averiguar qué relación podía guardar con Edward; entretanto, empecé a tambalearme en busca del alivio de la inconsciencia antes de que la realidad me hiciera daño.
La escalera se inclinó en un ángulo extraño.
De pronto, llegó a mi oído la voz furiosa de Jacob profiriendo un torrente de blasfemias. Me invadió una suave ola de desaprobación. Resultaba evidente que sus nuevos amigos eran una mala influencia.
Me encontré encima del sofá antes de comprender cómo había llegado hasta allí. Jacob seguía soltando tacos. Me daba la impresión de que se había desatado un terremoto a juzgar por el modo en que el sofá se agitaba debajo de mi cuerpo.
– ¿Qué le has hecho? -preguntó él.
Alice le ignoró.
– ¿Bella? Reacciona, Bella, tenemos prisa.
– Mantente lejos -le previno Jacob.
– Cálmate, Jacob Black -le ordenó Alice-. No querrás transformarte tan cerca de ella.
– No creo que tenga problemas en recordar cuál es mi verdadero objetivo -replicó, pero su voz sonó un poco más apaciguada.
– ¿Alice? -intervine con voz débil-. ¿Qué ha pasado? -pregunté incluso a pesar de no querer oírlo.
– No lo sé -se lamentó inopinadamente-. ¡¿Qué se le habrá ocurrido?!
Hice un esfuerzo por incorporarme a pesar de los vahídos. No tardé en darme cuenta de que lo que aferraba en realidad para recuperar el equilibrio era el brazo de Jacob. Era él quien temblaba, y no el sofá.
Alice había sacado un móvil plateado del bolso cuando la reubiqué en la estancia. Tecleaba los números a tal velocidad que se le desdibujaban los dedos.
– Rose, necesito hablar con Carlisle ahora mismo -soltó de sopetón-. Bien, pero que me llame en cuanto llegue. No, habré tomado un vuelo. Oye, ¿sabes algo de Edward?
Alice hizo una pausa en ese momento para escuchar cada vez con expresión más horrorizada a medida que transcurrían los segundos. Entreabrió la boca en forma de «o» a causa del espanto y el móvil le tembló en la mano.
– ¿Por qué? -preguntó con voz entrecortada-. ¿Por qué lo has hecho, Rosalie?
Fuera cual fuera la respuesta, el mentón de Alice se tensó a causa de la ira. Le centellearon los ojos y luego los entrecerró.
– En fin, te has equivocado en ambos casos, aunque, Rosalie, era fácil suponer que iba a ser un problema, ¿a que sí? -preguntó con sarcasmo-. Sí, exacto, ella se encuentra perfectamente… Me equivoqué… Es una larga historia, pero en eso también te equivocas. Ésa es la razón por la que llamo… Sí, eso es exactamente lo que vi -Alice habló con dureza. Fruncía los labios hasta el punto de dejar los dientes al descubierto-. Es un poco tarde para eso, Rose. Guárdate tu remordimiento para quien te crea.