Cerró el móvil con un movimiento vertiginoso de dedos. Se volvió hacia mí y me miró con ojos atormentados.
– Alice, Carlisle ya ha regresado -mascullé rápidamente sin dejar que me contara nada. Necesitaba unos segundos más de tregua antes de que hablara y sus palabras destruyeran lo poco que me quedaba de vida-. Acaba de llamar…
Se me quedó mirando sin comprender y luego preguntó con voz apagada:
– ¿Cuánto hace de eso?
– Medio minuto antes de tu aparición.
– ¿Qué dijo? -ahora me estaba prestando atención, quedó a la espera de mi respuesta.
– Yo no hablé con él.
Mis ojos volaron en pos de Jacob, y Alice clavó su penetrante mirada en él, que reaccionó con un estremecimiento, pero no se apartó de mi lado. Se sentó con torpeza, casi como si pretendiera escudarme con su cuerpo.
– Preguntó por Charlie y le respondí que no se encontraba aquí -musitó Jacob con resentimiento.
– ¿Nada más? -inquirió Alice con voz glacial.
– Después me colgó el teléfono -le espetó Jacob. Un temblor le recorrió la columna vertebral y me hizo estremecer.
– Le dijiste que Charlie estaba en el funeral -le recordé.
Alice sacudió la cabeza hacia mí.
– ¿Cuáles fueron las palabras exactas?
– Jacob dijo: «No está en casa», y cuando Carlisle preguntó por el paradero de Charlie, respondió: «Se encuentra en el funeral».
Alice gimió y cayó de rodillas.
– Cuéntamelo, Alice -susurré.
– No fue Carlisle quien telefoneó -explicó con desesperanza.
– ¿Me estás llamando mentiroso? -gruñó Jacob, que seguía junto a mí.
Alice le ignoró y se concentró en mi rostro perplejo.
– Era Edward -las palabras borbotearon en un susurro entrecortado-. Cree que has muerto.
La mente empezó a funcionarme otra vez. No era eso lo que tanto temía oír, por lo que el alivio me aclaró las ideas. Después de suspirar, me relajé y aventuré:
– Rosalie le dijo que me había suicidado, ¿verdad?
– Sí -admitió Alice. Los ojos le relampaguearon de ira una vez más-. He de decir en su defensa que ella pensaba que era verdad. Confían más de lo debido en mi visión, que funciona con muchas imperfecciones, pero eso fue lo que la impulsó a decírselo a Edward. ¿No comprendía… ni le preocupaba…?
Su voz se fue apagando horrorizada.
– Y Jacob le habló de un funeral cuando llamó aquí, y él creyó que era el mío -comprendí.
Me dolió mucho saber lo cerca que habíamos estado el uno del otro. Había tenido su voz a pocos centímetros. Hundí las uñas en el brazo de Jacob, pero éste se mantuvo imperturbable.
Alice me miró de un modo extraño y susurró:
– No te has alterado.
– Bueno, se ha malogrado una ocasión, pero todo se arreglará. Alguien le dirá la próxima vez que llame… que… en… realidad… -no pude seguir. Su mirada agolpó las palabras en mi garganta.
¿Por qué tenía Alice tanto pavor? ¿Por qué su rostro se había crispado de pena y horror? ¿Qué le había dicho a Rosalie por teléfono hacía unos momentos? Algo sobre lo que había visto, y luego había mencionado el remordimiento de Rosalie. Ella jamás hubiera sentido remordimiento alguno por nada de lo que me hubiera pasado a mí, pero si eso causaba algún mal a su familia, a su hermano…
– Bella -susurró Alice-, Edward no va a volver a llamar. Ha creído a Rosalie.
– No… lo… comprendo…
Mi boca formó cada una de esas tres palabras, pero me faltó aliento para pronunciarlas y pedirle que me explicara las implicaciones.
– Se va a Italia.
Tardé un latido de corazón en comprenderla.
Cuando la voz de Edward volvió a sonar en mi interior, no era la perfecta imitación de mis delirios, sino el tono apagado de mis recuerdos, pero las palabras bastaron para desgarrarme el pecho y dejar abierto un enorme hueco. Eran palabras de un tiempo en que yo hubiera apostado todo lo que poseía o podría poseer a que él me amaba.
Bueno, no estaba dispuesto a vivir sin ti, me había asegurado en aquella misma habitación mientras contemplábamos la muerte de Romeo y Julieta. Aunque no estaba seguro sobre cómo hacerlo. Tenía claro que ni Emmett ni Jasper me ayudarían…, así que pensé que lo mejor sería marcharme a Italia y hacer algo que molestara a los Vulturis. (…) Lo mejor es no irritar a los Vulturis. No a menos que desees morir.
No a menos que desees morir.
– ¡No! -el rechazo expresado en un grito restalló con tanta fuerza después de los susurros que nos hizo dar un salto a todos. Sentí que la sangre me huía del rostro cuando intuí lo que había visto Alice-. ¡No, no, no! ¡No puede hacer eso!
– Adoptó esa decisión en cuanto tu amigo le confirmó que era demasiado tarde para salvarte.
– Pero… pero él se fue. ¡Ya no me quería! ¿Qué diferencia puede haber ahora? ¡Sabía que algún día tendría que morir!
– Creo que él siempre tuvo claro que no te sobreviviría por mucho tiempo -repuso Alice con discreción.
– ¡Cómo tiene esa desfachatez! -chillé. Entonces, ya me había puesto en pie, y Jacob se alzó con aire vacilante para interponerse de nuevo entre Alice y yo-. Ay, Jacob, quita de en medio -con desesperación e impaciencia, aparté a codazos su cuerpo tembloroso-. ¿Qué podemos hacer? -le imploré a Alice. Algo teníamos que poder hacer-. ¿No es posible que le llamemos nosotras? ¿Y Carlisle?
Ella negó con la cabeza.
– Eso fue lo primero que intenté, pero ha tirado su móvil a un cubo de la basura en Río de Janeiro… Alguien lo recogió y contestó -susurró.
– Antes dijiste que debíamos darnos prisa. ¿Prisa? ¿Cómo? ¡Hagámoslo, sea lo que sea!
– Bella, creo que no puedo pedírtelo… -indecisa, Alice se calló.
– ¡Pídemelo! -le ordené.
Puso las manos sobre mis hombros y me sujetó. Movía los dedos de vez en cuando para enfatizar sus palabras.
– Quizá ya sea demasiado tarde. Le vi acudir a los Vulturis y pedirles que le mataran -la perspectiva nos desalentó y de pronto no vi nada. Las lágrimas me hicieron pestañear convulsivamente-. Todo depende de su decisión. Aún no he visto que adopten ninguna.
»Pero si optaran por negarse, y eso resulta bastante posible si tenemos en cuenta que Aro profesa un gran afecto a Carlisle, y no querría ofenderle, Edward tiene un plan B. Ellos mantienen una actitud muy protectora con su ciudad, y Edward piensa que los Vulturis actuarían para detenerle si él perturbara de algún modo la paz… Tiene razón, lo harían.
Apreté los dientes de pura frustración sin dejar de mirarla fijamente. Aún no me había dicho nada que explicara por qué seguíamos allí.
– Llegaremos tarde si están de acuerdo en concederle su petición, y en caso de una negativa por parte de los Vulturis, también llegaremos tarde si él lleva a cabo un plan rápido para ofenderlos. Sólo podríamos aparecer a tiempo si se entregara a sus inclinaciones más histriónicas.
– ¡Vamos!
– Atiende, Bella. Lleguemos o no a tiempo, vamos a estar en el corazón de la ciudad de los Vulturis. Me considerarán cómplice de Edward si tiene éxito y tú serás una humana que no sólo sabe demasiado, sino que huele demasiado bien. Las posibilidades de que acaben con todos nosotros son muy elevadas, sólo que en tu caso no será un castigo, sino un bocado a la hora del almuerzo.
– ¿Es eso lo que nos retiene aquí? -pregunté con incredulidad-. Iré sola si tienes miedo.
Efectué un cálculo mental del dinero que me quedaba en la cuenta y me pregunté si Alice me prestaría el resto.
– Mi único temor es que acabes muerta.
Bufé disgustada.
– ¡Como si estar a punto de matarme no fuera moneda corriente en mi vida! ¡Dime qué he de hacer!
– Escríbele una nota a Charlie. Yo telefonearé a las líneas aéreas.