– Charlie -repetí con voz entrecortada.
No es que mi presencia le protegiera, pero ¿podía dejarle solo para que afrontara…?
– No voy a dejar que le suceda nada malo a Charlie -intervino Jacob con voz bronca y enojada-. ¡Al carajo con el tratado!
Alcé los ojos para mirarle con disimulo. Puso cara de pocos amigos al ver el miedo escrito en mi rostro.
– Date prisa, Bella -me interrumpió Alice de forma apremiante.
Corrí a la cocina, abrí de golpe los cajones y volqué el contenido en el suelo en busca de un bolígrafo. Una mano lisa y morena me tendió uno.
– Gracias -farfullé mientras quitaba el capuchón del boli con los dientes. En silencio, Jacob me entregó el bloc de notas donde escribíamos los recados telefónicos. Arranque la primera hoja y lo tiré a mis espaldas. Luego, escribí:
Papá:
Me voy con Alice. Edward está metido en un lío. Ya podrás castigarme a mi regreso. Sé que es un mal momento. Lo siento un montón. Te quiero mucho.
Bella
– No vayas -susurró Jacob. La ira se había esfumado ahora que había perdido de vista a Alice.
No estaba dispuesta a perder el tiempo discutiendo con el.
– Por favor, por favor, por favor, cuida de Charlie -le dije antes de salir disparada hacia el cuarto de estar. Alice me aguardaba en la entrada con una bolsa colgada al hombro.
– Llévate la cartera. Necesitarás el carné… Por favor, dime que tienes pasaporte, no tenemos tiempo para falsificar uno.
Asentí con la cabeza y corrí escaleras arriba. Las piernas me temblaban de puro agradecimiento. Por fortuna, mi madre había querido casarse con Phil en una playa de México. El viaje se había quedado en nada, por supuesto, como la mayoría de sus planes, pero no antes de que yo hubiera tramitado todo el papeleo necesario para estar con ella.
Pasé como un obús por mi cuarto. Metí en la mochila mi viejo billetero, una camisa limpia, un pantalón de chándal; luego puse encima el cepillo de dientes y me lancé escaleras abajo, pero me invadió una agobiante sensación de déjà vu cuando llegué a ese momento. Al menos, a diferencia de la última vez, cuando tuve que huir precipitadamente de Forks para escapar de vampiros sedientos en vez de ir a su encuentro, no iba a tener que despedirme de Charlie.
Jacob y Alice se hallaban enzarzados en una especie de careo delante de la puerta abierta. Estaban lo bastante separados para que en un primer momento se pudiera pensar que mantenían una conversación. Ninguno de los dos pareció percatarse de mi bulliciosa llegada.
– Podrías controlarte de vez en cuando. Esas sanguijuelas de las que le has hablado a Bella… -le acusaba Jacob con encono.
– Sí, tienes razón, perrito -Alice gruñía también-. Los Vulturis son la personificación de nuestra especie, la razón por la que se te pone el vello de punta cuando me olfateas, la esencia de tus pesadillas, el pavor que hay detrás de tus instintos. No soy ajena a esa realidad…
– ¡Y tú la vas a llevar ante ellos como una botellita de vino a una fiesta! -bramó él.
– ¿Acaso crees que va estar mejor si la dejo aquí sola, con Victoria al acecho?
– Podemos encargarnos de la pelirroja.
– En ese caso, ¿por qué sigue de caza?
Jacob refunfuñó y un estremecimiento recorrió su torso.
– ¡Dejad eso! -les grité a ambos, loca de impaciencia-. Discutid a nuestro regreso. ¡Vamos!
Alice se giró hacia el coche y desapareció en su interior a toda prisa. Me apresuré a seguir sus pasos, aunque de inmediato me detuve para cerrar la puerta. Jacob me tomó del brazo con mano temblorosa.
– Bella, por favor, te lo suplico.
Sus ojos negros refulgían llenos de lágrimas. Se me hizo un nudo en la garganta.
– Jake, debo…
– No, no debes, la verdad es que no, lo cierto es que te puedes quedar aquí conmigo. Quédate y vive. Hazlo por Charlie. Hazlo por mí.
El motor del Mercedes de Carlisle ronroneó. El ritmo del zumbido aumentó cuando Alice aceleró.
Negué con la cabeza y las lágrimas de mis ojos salieron despedidas a causa del brusco movimiento. Solté el brazo y él no se opuso.
– No mueras, Bella -dijo con voz estrangulada-. No vayas. No.
¿Y si nunca le volvía a ver? La idea se abrió camino entre las mudas lágrimas y un sollozo escapó de mi pecho. Le rodeé la cintura con los brazos y le abracé durante unos instantes demasiado breves al tiempo que hundía en su pecho mi rostro bañado de lágrimas. Puso su manaza en la parte posterior de mi cabeza, como si eso fuera a retenerme allí.
– Adiós, Jake -le aparté la mano de mi pelo y le besé el dorso. No fui capaz de soportar mirarle a la cara-. Perdona.
Después, me di la vuelta y eché a correr hacia el coche. La puerta del asiento de pasajeros me esperaba abierta. Arrojé la mochila por encima del reposacabezas y me deslicé dentro; al hacerlo, cerré de un portazo.
Me di la vuelta y grité:
– ¡Cuida de Charlie!
Pero ya no se veía a Jacob por ninguna parte. Mientras Alice pisaba fuerte el acelerador y girábamos para ponernos de frente a la carretera -el aullido de las llantas se asemejaba mucho al de los gritos humanos-, atisbé un jirón blanco cerca de la primera línea de árboles del bosque. Era una zapatilla.
La carrera
Llegamos a tiempo de subir a nuestro vuelo por los pelos, y entonces comenzó la verdadera tortura. El avión haraganeaba ocioso en la pista, mientras los auxiliares de vuelo paseaban por el pasillo con toda tranquilidad, al tiempo que palmeaban las bolsas de los portaequipajes superiores para cerciorarse de que estaban bien sujetas. Los pilotos permanecían apoyados fuera de la cabina de mando y charlaban con ellos cuando pasaban. La mano de Alice me aferraba con fuerza por el hombro para tranquilizarme mientras yo, devorada por la ansiedad, no dejaba de moverme en el asiento de un lado para otro.
– Se va más deprisa volando que corriendo -me recordó en voz baja.
Me limité a asentir una única vez sin dejar de moverme.
Al final, el avión se alejó rodando muy despacio desde el punto de partida y comenzó a adquirir velocidad con una paulatina regularidad que luego me traería por la calle de la amargura. Esperaba disfrutar de un reposo cuando hubiéramos completado el despegue, pero mi impaciencia y mi frenesí no disminuyeron.
Alice sacó el móvil del respaldo del asiendo de delante antes de que hubiéramos dejado de ascender y le dio la espalda a la azafata, quien la observó con desaprobación. Hubo algo en mi expresión que la disuadió de acercarse para protestar.
Intenté dejar de escuchar lo que Alice le decía a Jasper entre susurros, porque no quería espiarla de nuevo, pero aun así, oía algunas frases sueltas.
– No estoy segura del todo. Le veo hacer cosas diferentes, continúa cambiando de parecer… Salir a matar a todo el que se ponga por delante, atacar a la guardia, alzar un coche por encima de la cabeza en la plaza mayor… En su mayoría, son hechos que lo descubrirían… Él sabe que ésa es la forma más rápida de obligarles a reaccionar.
»No, no puedes -Alice habló todavía más bajo, hasta que su voz resultó casi inaudible a pesar de encontrarme a escasos centímetros de ella. Hice lo contrario a lo que me proponía y escuché con más interés-. Dile a Emmett que él tampoco… Bueno, pues ve tras Emmett y Rosalie y haz que vuelvan… Piénsalo, Jasper. Si nos ve a cualquiera de nosotros, ¿qué crees que va a hacer…? -asintió con la cabeza-. Exactamente…
»Me parece que Bella es la única oportunidad, si es que hay alguna… Haré cuanto esté en mi mano, pero prepara a Carlisle. Las posibilidades son escasas…
Después, se echó a reír y dijo con voz temblorosa:
– He pensado en ello… Sí, te lo prometo -su voz se hizo más suplicante-. No me sigas. Te lo juro, Jasper, de un modo u otro me las apañaré para salir de ahí… Te quiero.