Выбрать главу

– Ah -repuse entre dientes. Era obvio.

– Tiene sentido, y la mayoría de nosotros no necesitamos vigilancia -prosiguió-, pero al cabo de unos pocos siglos, alguno se aburre o, simplemente, enloquece. Los Vulturis toman cartas en el asunto antes de que eso les comprometa a ellos o al resto de nosotros.

– De modo que Edward…

– Planea desacatar abiertamente esa norma en su propia ciudad, el lugar cuyo dominio ostentan en secreto desde hace tres mil años, desde los tiempos de los etruscos. Se muestran tan protectores con su ciudad que ni siquiera permiten cazar dentro de sus muros. Volterra debe de ser el lugar más seguro del mundo… por lo menos en lo que a ataques de vampiros se refiere.

– Pero dijiste que no salían, entonces ¿cómo se alimentan?

– No salen, les traen el sustento del exterior, a veces desde lugares bastante lejanos. Eso mantiene distraída a la guardia cuando no está aniquilando disidentes o protegiendo Volterra de cualquier tipo de publicidad o de…

– … situaciones como ésta, como la de Edward -concluí su frase. Ahora resultaba sorprendentemente fácil decir su nombre. No estaba segura de dónde radicaba la diferencia. Tal vez se debía a que en realidad no había planeado vivir mucho tiempo sin verle si llegábamos tarde y todo lo demás. Me confortaba saber que tendría una salida fácil.

– Dudo de que se les haya planteado nunca una situación similar a ésta -murmuró Alice, disgustada-. No hay muchos vampiros suicidas.

Se me escapó de los labios un sonido muy contenido, pero ella pareció percatarse de que era un grito de dolor. Me pasó su brazo delgado pero firme por encima de los hombros.

– Haremos cuanto podamos, Bella. Esto todavía no ha terminado.

– Todavía no -dejé que me consolara, aunque sabía que nuestras posibilidades eran mínimas-. Además, los Vulturis vendrán a por nosotras si armamos jaleo.

Alice se quedó rígida.

– Lo dices como si fuera algo positivo.

Me encogí de hombros.

– Alto ahí, Bella, o de lo contrario damos media vuelta en el aeropuerto de Nueva York y regresamos a Forks.

– ¿Qué?

– Tú sabes perfectamente a qué me refiero. Voy a hacer todo lo que esté en mi mano para que regreses con Charlie si llegamos tarde para salvar a Edward, y no quiero que me des ningún problema. ¿Lo comprendes?

– Claro, Alice.

Se dejó caer hacia atrás levemente para poder mirarme.

– Nada de problemas.

– Palabra de boy scout-contesté entre dientes.

Puso los ojos en blanco.

– Ahora, déjame que me concentre. Voy a intentar ver qué trama.

Aunque no retiró el brazo de mis hombros, dejó caer la cabeza sobre el respaldo para luego cerrar los ojos. Apretó un lado del rostro con la mano libre al tiempo que se frotaba las sienes con las yemas de los dedos.

La contemplé fascinada durante mucho tiempo. Al final, acabó quedándose totalmente inmóvil. Su rostro parecía un busto de piedra. Transcurrieron los minutos y hubiera pensado que se había quedado dormida de no haberla conocido mejor. No me atreví a interrumpirla para preguntar qué estaba sucediendo.

Deseé tener un tema seguro sobre el que cavilar. No podía permitirme el lujo de especular con los horrores que teníamos por delante o, para ser más concreta, la posibilidad de fracasar, a menos que quisiera ponerme a dar gritos.

Tampoco podía anticipar nada. Quizá pudiera salvar a Edward de algún modo si tenía mucha, mucha, mucha suerte, pero no era tan tonta como para creer que podría estar con él después de haberle salvado. Yo no era diferente ni más especial de lo que lo había sido con anterioridad, así que no había ninguna razón nueva por la que ahora me quisiera, aunque verle para perderle otra vez…

Reprimí la pena. Ése era el precio que debía pagar para salvarle. Y lo pagaría.

Echaron una película y mi vecino se puso los auriculares. Miraba de vez en cuando las figuras que se movían por la pequeña pantalla, pero ni siquiera fui capaz de discernir si era una de miedo o una romántica.

El avión comenzó a descender rumbo a la ciudad de Nueva York después de lo que me pareció una eternidad. Alice permanecía sumida en su trance. Me puse nerviosa y estiré una mano para tocarla, sólo para retirarla otra vez. Ese movimiento se repitió una docena de veces antes de que el avión efectuara un aterrizaje movidito.

– Alice -la llamé al fin-. Alice, hemos de irnos.

Le toqué el brazo.

Abrió los ojos con suma lentitud y durante unos instantes sacudió la cabeza de un lado a otro.

– ¿Alguna novedad? -pregunté en voz baja, consciente de que el hombre que tenía al otro lado estaba a la escucha.

– No exactamente -cuchicheó en voz tan baja que apenas la lograba escuchar-. Se encuentra más cerca. Ha decidido la forma en que va a plantear su petición.

Tuvimos que apresurarnos para no perder el trasbordo, pero eso nos vino bien, mejor que si nos hubiéramos visto obligadas a esperar. Alice cerró los ojos y se hundió en el mismo sopor, igual que antes, en cuanto estuvimos en el aire. Aguardé con toda la paciencia posible. Cuando se hizo de noche, descorrí el estor para mirar la monótona oscuridad del exterior, que no era mucho más agradable que el hueco cubierto de la ventana.

Me sentía muy agradecida por haber tenido tantos meses de práctica a la hora de controlar mis pensamientos. En vez de detenerme en las aterradoras posibilidades del futuro a las que -no importaba lo que dijera Alice- no pretendía sobrevivir, me concentré en problemas de menor calado, como qué iba a decirle a Charlie a mi vuelta. Era una cuestión lo bastante espinosa como para ocupar varias horas. ¿Y a Jacob? Había prometido esperarme, pero ahora ¿seguía vigente esa promesa? ¿Acabaría tirada en casa, sola en Forks, sin nadie a mi alrededor? Quizá no quería sobrevivir, pasara lo que pasara.

Unos segundos después, Alice me sacudió el hombro. No me había dado cuenta de que me había dormido.

– Bella -susurró con la voz un poco más alta de la cuenta para un avión a oscuras repleto de humanos dormidos.

No estaba desorientada… No había permanecido traspuesta durante mucho tiempo.

– ¿Algo va mal?

Los ojos de Alice refulgieron a la tenue luz de la lámpara de lectura encendida en la parte posterior de nuestra fila.

– No, por ahora todo va bien. Han estado deliberando, pero han decidido responderle que no.

– ¿Los Vulturis? -musité, todavía un poco alelada.

– Por supuesto, Bella. Mantengo el contacto, ahora se lo van a decir.

– Cuéntame.

Un auxiliar de vuelo acudió de puntillas, por el pasillo, hacia nosotras.

– ¿Desean una almohada las señoras?

El tono bajo de su pregunta constituía una reprimenda por el volumen relativamente alto de nuestra conversación.

– No, gracias.

Alice le embelesó con una sonrisa radiante e increíblemente afectuosa. La expresión del hombre fue de aturdimiento mientras daba la vuelta y regresaba a su puesto con paso poco firme.

– Cuéntame-musité, hablando casi para mí.

– Se han interesado por él -me susurró al oído-. Creen que su don puede resultarles útil. Le van a ofrecer un lugar entre ellos.

– ¿Y qué va a contestar?

– Aún no lo he visto, pero apostaría a que el lenguaje va a ser subido de tono -volvió a esbozar otra gran sonrisa-. Ésta es la primera noticia buena, el primer respiro. Están intrigados y en verdad no desean acabar con él… Aro va a emplear el término «despilfarro»… Quizá eso le obligue a ser creativo. Cuanto más tiempo invierta en hacer planes, mejor para nosotras.

Aquello no bastó para hacerme concebir esperanzas ni compartir el evidente respiro de Alice. Seguía habiendo muchas probabilidades de que llegáramos tarde, y si no conseguía traspasar los muros de la ciudad de los Vulturis, no podría impedir que Alice me arrastrara de vuelta a casa.