– ¿Y la conciencia? -dijo con voz suave, sabedora de que emprendía un camino erizado de dificultades y de trampas para ambos-. Si uno vive a costa de la liberalidad de alguien, ¿no corre el riesgo de comprometerse tan estrechamente que se doblega a cumplir unas obligaciones y acaba absteniéndose de hacer lo que quiere?
La miró con ojos entristecidos. Hester lo había afeitado y se había dado cuenta de lo fina que tenía la piel. Parecía más viejo de lo que era realmente.
– Usted piensa en Percival y en el juicio, ¿no? -Aquello no era una pregunta.
– Sí… mintieron, ¿verdad?
– ¡Claro! -admitió él-, aunque quizá lo hicieron involuntariamente. Por una razón u otra, dijeron lo que más les favorecía. Habría que ser muy valiente para desafiar intencionadamente a Basil. -Movió ligeramente las piernas para estar más cómodo-. No creo que nos echara a la calle, pero nos haría la vida más insoportable de día en día: inacabables restricciones, humillaciones, leves rasguños en la sensible piel de nuestros pensamientos. -Miró la gran pintura que estaba al otro lado-. Cuando uno depende de alguien se vuelve extremadamente vulnerable.
– ¿Octavia tenía intención de marcharse? -le preguntó Hester al cabo de un momento.
Septimus volvió al momento presente.
– ¡Oh, sí! Ella estaba dispuesta, pero Harry no tenía el dinero suficiente para ofrecerle la vida a la que ella estaba acostumbrada, detalle que Basil no dejó de señalarle. Era un hijo menor, ¿comprende? No había heredado, pese a que su padre tenía una posición desahogada. Su padre había ido a la misma escuela que Basil. La verdad es que creo que Basil era su fag, un alumno joven que sirve casi como un esclavo a otro más veterano. No sé si está al corriente de esta tradición en nuestras escuelas.
– Sí -reconoció Hester, pensando en sus hermanos.
– James Haslett era un hombre notable -dijo Septimus, pensativo-, muy dotado en muchos aspectos, un hombre realmente encantador, aparte de ser un buen atleta, un músico excelente y un poeta menor y de tener una mente privilegiada. Físicamente era un hombre con una abundante mata de pelo y una sonrisa seductora. Harry se le parecía mucho. Pero el hombre dejó su propiedad a su hijo mayor, como es natural. Todo el mundo hace lo mismo.
La voz de Septimus adquirió un tono amargo.
– De haberse marchado de la casa de Queen Anne Street, Octavia habría tenido que aceptar una vida mucho más modesta. Y si hubiesen tenido hijos, ya que los dos los deseaban, las restricciones financieras todavía habrían sido más acentuadas. Octavia habría tenido que acomodarse a una reducción importante de gastos y esto era algo que Harry no podía tolerar.
Volvió a cambiar de postura para ponerse más cómodo.
– Basil insinuó que podía hacer carrera en el ejército y se ofreció a pagarle la graduación de oficial, y lo hizo. Harry era militar por naturaleza, poseía dotes de mando y los hombres lo apreciaban. Él no aspiraba a aquello, y además era una profesión que implicaba largas separaciones… Aunque eso era lo que Basil pretendía, supongo. Al principio incluso se opuso a la boda debido a la antipatía que le inspiraba James Haslett.
– ¿O sea que Harry aceptó que le pagase la graduación a fin de labrarse un futuro y conseguir que Octavia tuviera su propia casa? -Hester ya se había hecho una idea exacta del caso. Había conocido a tantos oficiales jóvenes que se imaginaba a Harry Haslett como un compendio del centenar que había tenido ocasión de tratar: militares de todo pelaje, curtidos por victorias y derrotas, actos de valentía y de desesperación, de triunfo y de agotamiento. Era como si lo hubiera conocido, como si comprendiera sus sueños. Ahora Octavia había cobrado para ella más realidad que Araminta, que en este momento estaba en el saloncito de la planta baja tomando el té y dando conversación, o que Beatrice, encerrada en su dormitorio y sumida en sus temores y cavilaciones, e inconmensurablemente más que Romola, dedicada a sus hijos y supervisando a la nueva gobernanta en la habitación destinada a clase.
– ¡Pobre chico! -dijo Septimus como si hablase consigo mismo-. Era un oficial brillante… que no tardó en ascender. Pero lo mataron en Balaclava. Octavia ya no volvió a ser la misma, la pobre. Cuando recibió la noticia, todo su mundo se vino abajo. Fue como quedarse a oscuras. -Se sumió en silencio, absorto en los recuerdos de aquella época, anonadado por el dolor y el largo y gris espacio de tiempo que se extendía a continuación.
Hester no podía ayudarle con palabras y tuvo la prudencia de no intentarlo. Las palabras de alivio sólo habrían paliado un poco el dolor. En cambio, se propuso que se sintiera físicamente más cómodo y dedicó las horas siguientes a conseguirlo. Fue a por ropa limpia y le cambió las sábanas mientras él esperaba sentado en la silla del tocador, arropado y abrigado. Después fue a buscar agua caliente con el aguamanil grande, llenó la jofaina y lo ayudó a lavarse para que se sintiera más a gusto. A continuación fue a la lavandería a buscar una camisa de dormir limpia y, cuando tuvo a Septimus otra vez metido en la cama, volvió a la cocina y le preparó una comida ligera. Después de esto Septimus se encontró en condiciones óptimas para dormir más de tres horas de un tirón.
Se despertó considerablemente recuperado y se mostró tan agradecido con Hester que ésta se sentía azorada. Después de todo, ésta había sido la primera vez que Hester había desempeñado de verdad las funciones profesionales por las cuales percibía un salario de sir Basil.
El día siguiente Septimus se encontraba tan bien que Hester estuvo en condiciones de atenderlo a primera hora de la mañana, después de lo cual pidió permiso a Beatrice para ausentarse de Queen Anne Street durante toda la tarde, prometiéndole que regresaría a tiempo para dejar a Septimus preparado para la noche y le administraría un medicamento ligero que le permitiera descansar.
En medio de una ventolera grisácea y cargada de aguanieve y con escarcha en los caminos, Hester se dirigió a Harley Street, donde tomó un coche de alquiler y pidió al cochero que la condujera al Ministerio de Defensa. Una vez allí y después de haber pagado al cochero, se apeó con todo el aplomo de quien sabe muy bien por dónde anda y cree que será recibida con agrado, aunque ése no fuera el caso. Su intención era recoger toda la información posible acerca del capitán Harry Haslett, aun sin tener una idea muy clara sobre el sitio al que podían conducirle aquellos datos. De hecho, Harry Haslett era el único miembro de la familia de quien apenas había sabido nada hasta el día de ayer. Lo que le había contado Septimus había hecho cobrar vida al personaje, al que había visto tan seductor e interesante que Hester comprendía que dos años después de su muerte Octavia todavía lamentase la aguda e insoportable soledad que sufría. Hester quería enterarse de cómo había sido su carrera militar.
Octavia se había convertido de pronto en algo más que la víctima de un asesinato. Hester no había visto nunca su rostro y por tanto no podía haberse formado una idea directa sobre su personalidad, pero desde que Hester había escuchado la versión de Septimus, las emociones de Octavia habían cobrado visos de realidad, se habían convertido en unos sentimientos que la propia Hester habría podido experimentar fácilmente de haber amado y sido amada por cualquiera de los jóvenes oficiales que había conocido.
Subió los peldaños del Ministerio de Defensa y, con toda la cortesía y la amabilidad que era capaz de mostrar, sumadas a la deferencia que es propia de una mujer ante un representante del estamento militar, todo ello aliñado con su poco de autoridad personal, esto último nada difícil para ella, ya que le salía de una manera absolutamente natural, se dirigió al hombre que estaba junto a la puerta.
– Buenas tardes, señor -fueron las primeras palabras que dijo, acompañadas de una inclinación de cabeza y una sonrisa de manifiesta franqueza-. Quisiera saber si podría hablar con el comandante Geoffrey Tallis. Si quiere darle mi nombre, supongo que lo recordará porque yo fui una de las enfermeras de la señorita Nightingale. -No quería abstenerse de explotar la magia de aquel nombre si de algo le podía servir-. Tuve ocasión de atender al comandante Tallis en Shkodër cuando fue herido. El motivo de mi visita tiene que ver con la muerte de la viuda de un antiguo y distinguido oficial del ejército. Me parece que el comandante Tallis podría ayudarme en mis indagaciones y proporcionarme algunos datos que a buen seguro aliviarían considerablemente la tragedia que está viviendo la familia. ¿Tendría la amabilidad de transmitirle esta petición mía?