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No la interrumpió.

– Una vez conseguida su promoción -prosiguió Hester-, las probabilidades de una gloria a la que no aspiraba eran muy escasas, mientras que las que tenía de morir, de forma lenta o rápida, eran espantosamente elevadas.

»Si Octavia se enteró de estos detalles, no es de extrañar que volviera tan pálida a su casa y que no dijera palabra durante toda la cena. Primeramente había atribuido al destino y a la guerra la desgracia que la había privado de un marido al que amaba profundamente y que la habían dejado convertida en una viuda dependiente de su padre, atada a su casa y sin escapatoria posible. -Hester se estremeció-. Estaba atrapada todavía con más fuerza que antes.

Monk asintió tácitamente y dejó que continuara el relato sin interrumpirla.

– Pero había descubierto que no era la ciega desgracia la que se lo había arrebatado todo. -Se inclinó hacia delante-. No, su situación era resultado de una traición premeditada: estaba prisionera en casa del traidor, y allí permanecería día tras día hasta un gris y distante futuro.

»¿Qué hizo entonces? Tal vez cuando todo el mundo estaba durmiendo aprovechó para ir al despacho de su padre y registrarlo para ver si encontraba alguna carta, alguna prueba que demostrara sin lugar a dudas la terrible verdad.

– Sí -dijo Monk muy lentamente-. ¿Y qué? Basil compró la graduación de Harry y después, cuando demostró ser un excelente oficial y destacó por encima de sus compañeros, le compró una graduación superior en un regimiento famoso por lo aguerrido y temerario. ¿A ojos de quién podía considerarse un hecho así como algo más que un favor?

– A ojos de nadie -respondió Hester con amargura-. Habría alegado inocencia. ¿Cómo iba a saber él que Harry Haslett capitanearía la carga y sucumbiría víctima de ella?

– ¡Ni más ni menos! -se apresuró a decir Monk-. Son gajes de la guerra. Cuando una mujer se casa con un soldado ya sabe el riesgo que corre… a todas las mujeres que están en estas circunstancias les ocurre lo mismo. Lo que él diría sería que lamentaba mucho lo ocurrido y que ella era una desagradecida cargándolo con aquella culpa. Tal vez Octavia había tomado un exceso de vino con la cena, flaqueza en la que últimamente caía con relativa frecuencia. Ya imagino la cara que pondría Basil al decirlo y también su expresión de fastidio.

Miró fijamente a Monk.

– Pero de nada habría servido. Octavia conocía a su padre, ella era la única que había tenido el valor de desafiarlo… y de preparar la venganza.

– Pero ¿qué desafío le quedaba? No tenía aliados. Cyprian se contentaba con seguir siendo prisionero en Queen Anne Street. Hasta cierto punto Basil tenía una especie de rehén en Romola, que cedía a su propio instinto de supervivencia, que no incluía nunca la desobediencia a Basil. Fenella no se interesaba en nadie salvo en sí misma y Araminta parecía estar aparentemente en todo al lado de su padre. Myles Kellard era un problema más, no una solución, aparte de que él nunca pasaría por encima de los deseos de Basil, ¡y menos para favorecer a nadie!

– ¿Y lady Moidore? -le preguntó él.

– Parece encontrarse arrinconada y al margen de todo, quizás es ella misma la que se ha arrinconado. Luchó primero por el matrimonio de Octavia, pero parece que después sus recursos se extinguieron. Septimus habría podido defenderla, pero carecía de armas.

– Y Harry había muerto -dijo Monk para retomar el hilo-. Dejó un vacío en su vida que nada podía llenar. Debió de sentir una terrible desesperación, un dolor, una sensación de traición y de haber caído en una trampa que casi le resultarían insoportables, aparte de no contar con las armas precisas para devolver el golpe.

– ¿Ha dicho casi? -preguntó Hester-. ¿Casi insoportables? Octavia estaba agotada, anonadada, confundida y sola… no veo qué pinta la palabra «casi». Y además, estaba en posesión de un arma, tratara de usarla o no. Quizás era algo que no se le había ocurrido nunca, pero el escándalo dañaría a Basil más que nada en el mundo: el temible escándalo del suicidio. -La voz se le hizo áspera debido al componente trágico y a la ironía implícitos-. Su hija, que vivía en su propia casa y estaba bajo su cuidado, se sentía tan desgraciada, estaba tan desasosegada y era tan poco cristiana que había sido capaz de quitarse la vida, y no de una manera civilizada, utilizando láudano por ejemplo, ni lo había hecho tampoco porque la hubiera rechazado un amante, aparte de que había pasado mucho tiempo para poder atribuir el hecho a la muerte de Harry, sino que había sido un acto deliberado y sangriento cometido dentro de su propio dormitorio… o quizás en el despacho de Sir Basil, con la carta de la traición todavía estrujada en la mano.

»Tendría que ser enterrada en terreno que no estuviera consagrado, junto a otros pecadores que nunca jamás alcanzarían el perdón. ¿Se imagina usted qué iba a decir la gente? ¡Qué vergüenza, qué miradas, cuántos murmullos, qué repentinos silencios! Ya no vendrían más invitados a casa, las personas a las que uno iría a visitar se encontrarían inexplicablemente ausentes, pese a que sus carruajes estarían en las caballerizas y las luces de la casa encendidas. Y lo que antes era admiración y envidia, ahora sólo sería desprecio o, peor aún, burla.

En el rostro de Monk se reflejaba toda la gravedad de la situación, se hacía evidente la oscura tragedia.

– Si no hubiera sido Annie quien la descubrió sino otra persona -dijo Monk-, alguien de la familia, habría sido fácil retirar el cuchillo, colocarla tendida en la cama, rasgarle el camisón para que pareciera que había habido lucha, por breve que fuera, y después aplastar la enredadera que trepaba por la parte exterior de la ventana y retirar de la habitación unos cuantos objetos decorativos y algunas joyas. Entonces habría tenido todos los visos de un asesinato, un acto doloroso y aterrador, pero no vergonzoso. Entonces se habría levantado una corriente de simpatía por parte de la sociedad, pero no habría habido ostracismo ni tampoco censuras ni reproches. Puede ocurrirle a cualquiera.

– Y por lo visto envié al garete todo el montaje cuando demostré que nadie había penetrado en la casa, o sea que había que buscar al asesino entre los residentes de la misma.

– Eso quiere decir que el delito es éste: no el hecho de que apuñalaran a Octavia, sino el asesinato premeditado y legal de Percival, lo que es un acto odioso e inconmensurablemente peor -dijo Hester lentamente-. Pero ¿cómo vamos a demostrarlo? Ni lo descubrirán ni le aplicarán castigo alguno. ¡Saldrá tan campante del asunto, sea quien fuere el culpable…!

»¡Qué pesadilla! Pero ¿quién puede ser? Yo todavía no lo sé. El escándalo los salpicará a todos. Tanto pudo haber sido Cyprian y Romola como sólo Cyprian. Es un hombre corpulento, lo bastante fuerte para sacar a Octavia del estudio, suponiendo que el hecho ocurriera allí, y después subir el cuerpo a su habitación y dejarlo tendido en la cama. Ni siquiera corría el riesgo de despertar a nadie, puesto que su habitación se encuentra al lado de la habitación de Octavia.

Era una posibilidad terriblemente inquietante. En la imaginación de Hester se perfiló con precisión el rostro de Cyprian, con aquellos rasgos suyos que denotaban inteligencia y optimismo pero a la vez capacidad para el sufrimiento. Cuadraba en él que quisiera ocultar el acto que había cometido su hermana, dejar a salvo su buen nombre y procurar que llorasen su muerte y la enterrasen en tierra sagrada.

Pero entretanto habían colgado a Percival.

– ¿Es posible qué Cyprian sea tan débil como para permitir tal cosa, sabiendo que Percival no era culpable? -dijo Hester levantando más la voz. Deseaba profundamente poder descartar aquella posibilidad, pero la cesión de Cyprian a la presión emocional de Romola era demasiado clara en sus pensamientos, como lo era también la desesperación momentánea que había vislumbrado en su cara al observarlo sin que él se apercibiera de ello. Y de todos los miembros de la familia, precisamente era él quien parecía lamentar más profundamente la muerte de Octavia.