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– Rose -la interpeló con voz tranquila para no llamar la atención de Lizzie. A buen seguro habría querido saber qué pasaba, para comprobar si se trataba de algún trabajo, y en caso contrario hacer o impedir lo que fuera para obligarles a dejarlo hasta un momento más oportuno.

– ¿Qué desea? -Rose estaba pálida, su cutis había perdido aquella diafanidad y aquel esplendor como de porcelana que tenía antes y sus ojos, tan oscuros, parecían dos cuencas vacías. La muerte de Percival la había afectado profundamente. Había en ella todavía una parte que seguía enamorada de aquel hombre y quizá se atormentaba con la idea de que sus propias declaraciones y la intervención que había tenido en su detención, la mezquina malevolencia que había demostrado y sus sutiles indicaciones podían haber conducido a Monk a orientar sus sospechas en dirección a Percival.

– Rose -volvió a llamarla Hester con intención de desviar su atención del trabajo que estaba haciendo, que consistía en alisar con la plancha el delantal de Dinah-. Se trata de la señorita Octavia…

– ¿Qué ocurre? -preguntó Rose sin interés, mientras su mano movía la plancha hacia delante y hacia atrás y seguía con los ojos fijos en la tela.

– Usted se encargaba del cuidado de su ropa, ¿verdad? ¿O era Lizzie?

– No. -Rose continuaba sin mirarla-. Lizzie solía ocuparse de la ropa de lady Moidore, de la ropa de la señorita Araminta y a veces también de la ropa de la esposa del señor Cyprian. Yo me encargaba de la ropa de la señorita Octavia y de la ropa blanca de los caballeros. Los delantales y gorros de las camareras nos los repartimos según convenga. ¿Por qué? ¿Qué ha pasado ahora?

– ¿Cuándo fue la última vez que lavó el salto de cama de la señorita Octavia, el que tiene un encaje con un dibujo de lirios… antes de que la asesinaran?

Rose dejó finalmente la plancha y se volvió a Hester con el ceño fruncido. Estuvo unos minutos pensativa antes de contestar.

– Lo planché la mañana del día antes y lo subí arriba alrededor de mediodía. Suponía que iba a ponérselo aquella noche… -hizo una profunda aspiración-, y por lo que he oído se lo puso al día siguiente y cuando la mataron lo llevaba puesto.

– ¿El salto de cama estaba roto?

Rose la miró con el rostro tenso.

– ¡Claro que no! ¿Se figura que no sé cuáles son mis obligaciones?

– Si se hubiera hecho un desgarrón la noche antes, ¿se lo habría dado a usted para que lo remendara?

– Es más probable que se lo hubiera dado a Mary, pero después Mary me lo habría dado a mí. Tiene buenas manos y sabe hacer arreglos cuando se trata de trajes y de vestidos de noche, pero aquellos lirios eran cosa muy fina. ¿Por qué lo dice? ¿A qué viene ahora eso?-La miró con expresión de extrañeza-. De todos modos, debió de ser Mary la que lo remendó, porque yo no, y cuando la policía me enseñó el salto de cama para que dijera si era de la señorita, no vi que estuviera roto, tanto los lirios como todo el encaje estaban en perfecto estado.

Hester sintió una extraña excitación.

– ¿Está segura? ¿Absolutamente segura? ¿Sería capaz de jurarlo por la vida de alguien?

Fue como si a Rose acabaran de darle un bofetón, ya que de su cara desapareció el último vestigio de color.

– ¿Por quién quiere que jure? ¡Percival ha muerto! ¡Lo sabe de sobra! ¿Se puede saber qué le pasa? ¿Por qué se preocupa por un encaje roto?

– ¡Dígamelo! ¿Está absolutamente segura? -insistió Hester.

– Sí, lo estoy. -Rose ya estaba enfadándose porque no comprendía la insistencia de Hester y aquello la asustaba-. Cuando la policía me enseñó el salto de cama manchado de sangre no tenía el encaje roto. Precisamente aquella parte no estaba manchada, estaba perfectamente limpia y bien.

– ¿No se equivoca? ¿No había otra parte de la prenda adornada también con encaje?

– Sí, pero no era el mismo. -Movió negativamente la cabeza-. Mire, señorita Latterly, no sé lo que pensará usted de mí, aunque de sobra se ve por los aires que gasta, pero sé muy bien qué me llevo entre manos y cuando veo un salto de cama sé dónde tiene el tirante y dónde el dobladillo. Ni estaba roto el encaje del salto de cama cuando me lo llevé de la lavandería ni lo estaba tampoco cuando la policía me preguntó si lo reconocía, pese a quien pese y favorezca a quien favorezca.

– Pues es algo que pesa, y mucho -dijo Hester con voz queda-. ¿Usted lo juraría?

– ¿Para qué?

– ¿Lo juraría o no? -Hester estaba tan furiosa que casi temblaba.

– ¿A quién se lo tendría que jurar? -insistió Rose-. ¿Qué importa eso ahora? -Su rostro reflejó una tremenda emoción-. ¿Usted quiere decir que… quiere decir que no fue Percival quien la mató?

– No, creo que él no la mató.

Rose se había quedado muy blanca, tenía el rostro contraído.

– ¡Oh, Dios mío! ¿Quién fue entonces?

– Eso no lo sé. Por favor, sea sensata. Si le interesa conservar la vida, o cuando menos su trabajo, no hable de todo esto con nadie.

– Pero ¿y usted cómo lo sabe? -siguió insistiendo Rose.

– Cuanto menos sepa mejor, créame.

– Pero ¿qué piensa hacer? -dijo en voz muy baja, aunque se le notaba la ansiedad y el miedo.

– Demostrarlo, si puedo.

En aquel momento se acercó Lizzie. Tenía los labios tensos por la irritación.

– Oiga, señorita Latterly, si quiere algo de la lavandería pídamelo a mí y yo me ocuparé de lo que sea, pero no se quede aquí cuchicheando con Rose, que tiene mucho trabajo.

– Lo siento, perdone -se disculpó Hester obligándose a sonreír, después de lo cual se retiró.

Había vuelto a la casa principal y estaba a media escalera en dirección a la habitación de Beatrice cuando de pronto se le aclararon las ideas. Si el salto de cama estaba intacto cuando Rose lo envió a la habitación de Octavia y seguía intacto cuando fue descubierto en la habitación de Percival, pero estaba roto cuando Octavia fue al cuarto de su madre para darle las buenas noches, alguien lo había roto en algún momento de aquel día, y únicamente Beatrice lo habría observado. No lo llevaba puesto cuando había muerto, puesto que estaba en la habitación de Beatrice. En algún momento comprendido entre aquel en que Octavia lo dejó en dicha habitación y su descubrimiento alguien se apoderó de él y tomó también un cuchillo de la cocina, lo manchó de sangre y lo envolvió con el salto de cama, después de lo cual lo escondió en la habitación de Percival.

¿Quién?

¿Cuándo lo había cosido Beatrice? ¿Fue aquella noche? ¿Por qué se habría molestado en coserlo si hubiera sabido que Octavia había muerto?

¿Dónde había ido a parar después? Seguramente estaba en la cesta de costura que Beatrice tenía en su cuarto. A nadie le importaría demasiado después. ¿O acaso volvieron a llevarlo a la habitación de Octavia? Sí, seguramente lo habían devuelto a la habitación, ya que de otro modo quienquiera que hubiera sido la persona que lo hubiera cogido, se habría dado cuenta de su equivocación y habría sabido que Octavia no lo llevaba cuando se fue a dormir.

Ahora estaba en el rellano de lo alto de la escalera. Había dejado de llover y el sol pálido pero claro de invierno brillaba a través de las ventanas y trazaba dibujos en la alfombra. No se había encontrado con nadie. Las camareras estaban atareadas cumpliendo con sus obligaciones, las doncellas de las señoras se ocupaban del guardarropa, el ama de llaves estaba en el cuarto de la ropa blanca, las criadas de arriba estaban haciendo las camas, dando la vuelta a los colchones y sacando el polvo de todas partes y había otras criadas en el corredor; Dinah y los lacayos estaban en algún lugar de la parte frontal de la casa; la familia, entregada a los placeres matutinos: Romola con los niños en la habitación utilizada como clase, Araminta escribiendo cartas en el saloncito de las mujeres, los hombres ocupados fuera de la casa y Beatrice todavía en su dormitorio. Beatrice era la única persona que estaba enterada de que el encaje de los lirios estaba roto, por lo que no podía haber cometido el error de manchar el salto de cama. No era que Hester sospechara de ella, o por lo menos no pensaba que lo hubiera podido hacer sola. Si la había ayudado sir Basil… Pero entonces, ese miedo de no saber quién había asesinado a Octavia… Ese temor a que fuese Myles… A Hester se le ocurrió de pronto que Beatrice podía ser una actriz excepcional, pero después abandonó la idea. Para empezar, ¿para qué? No podía saber que Hester repetiría lo que le oyese decir.