Hester cogió la taza de chocolate, pero estaba demasiado excitada y quería terminar lo que estaba diciendo.
– ¿Y que cuando Percival se introdujo en su cuarto por la noche, pese a que la habitación de su hermano estaba al lado, Octavia luchó a muerte con él pero no gritó? ¡Yo me habría desgañitado! -Tomó un sorbo de chocolate-. Y no me diga que si no gritó fue porque ella lo había invitado antes, ya que en la familia nadie habría creído lo que decía Percival y sí lo que decía ella… y esto habría sido mucho más fácil de explicar que justificar que había herido a Percival o que le había dado muerte.
Monk sonrió con amargura.
– A lo mejor supuso que bastaría con que Percival viera el cuchillo para alejarse, sin que mediaran explicaciones.
Hester calló un momento.
– Sí -admitió, renuente-, podría ser, pero yo no lo creo.
– Ni yo -asintió Monk-. Hay demasiadas cosas que no cuadran. Lo que debemos hacer nosotros es distinguir entre mentiras y verdades y a ser posible buscar las razones de las mentiras… lo que podría ser muy revelador.
– Pues repasemos los testimonios -coincidió rápidamente ella-. No creo que Annie mintiera. En primer lugar, no dijo nada de importancia, simplemente que había sido ella la que había encontrado a Octavia, y todos sabemos que es verdad. En cuanto al médico, sólo estaba interesado en que su declaración fuera lo más exacta posible. -La expresión de Hester revelaba una extrema concentración-. ¿Qué razones tienen para mentir personas que son inocentes del delito? Debemos tenerlas en cuenta. Siempre existe, además, la posibilidad de un error que no sea malintencionado y que obedezca simplemente a ignorancia, a suposiciones incorrectas o a una equivocación.
Monk sonrió aún en contra de su voluntad.
– ¿Y la cocinera? ¿Cree que la señora Boden podría equivocarse en lo que se refiere al cuchillo?
Hester captó que Monk se divertía, pero sólo le concedió una momentánea dulcificación de su mirada.
– No, creo que no. Lo identificó con absoluta precisión. De todos modos, ¿qué importancia tendría que el cuchillo procediera de cualquier otro sitio? El asesino no era un intruso. La identificación del cuchillo no nos ayuda a identificar a la persona que lo empuñó.
– ¿Y Mary?
Hester se quedó pensativa un momento.
– Es una persona muy decidida en lo que a opiniones se refiere, lo cual no es ninguna crítica. No soporto a las personas de voluntad débil, que se quedan con lo que les dice el último que habla con ellas, pero podría haber cometido un error partiendo de una convicción sustentada previamente sin que hubiera la más mínima mala intención por su parte.
– ¿Quiere decir cuando identificó el salto de cama de Octavia?
– No, no me refiero a esto. Además, ella no fue la única persona que lo identificó. Cuando usted lo encontró también interrogó a Araminta y ella no sólo lo identificó sino que dijo que recordaba que Octavia lo llevaba puesto la noche de su muerte. Y me parece que Lizzie, la lavandera veterana, también lo identificó. Además, tanto si le pertenecía como no, es evidente que lo llevaba puesto cuando la apuñalaron… la pobre.
– ¿Y Rose?
– ¡Ah! ¡Esta sí que tiene más posibilidades! Percival la cortejó durante un tiempo, por decirlo de alguna manera, pero después se aburrió, la chica dejó de interesarle. Y ella se había hecho a la idea de que el chico se casaría con ella, cuando era evidente que él no tenía ninguna intención de hacerlo. La chica tenía poderosos motivos para verlo metido en líos. Creo que incluso podía sentir por él una pasión y un odio suficientes para desear que lo colgaran.
– ¿Le parece razón suficiente para mentir y precipitar su final? -A Monk le costaba creer que se pudiera sentir una maldad tan grande, incluso cuando existía de por medio una obsesión sexual rechazada. Hasta el mismo asesinato de Octavia obedecía a un acto de pasión perpetrado en el momento en que se había producido un rechazo, no era algo que se hubiera ido gestando paso a paso y de forma deliberada después de semanas o incluso de meses de haberse proyectado. Sobrecogía el ánimo pensar que una lavandera pudiera tener esta mentalidad, una muchacha agraciada y limpia que no llamaba la atención de nadie y que sólo era merecedora de una discreta apreciación. Y en cambio, podía ser una chica capaz de desear a un hombre y que, al verse rechazada, quisiera someterlo a la tortura de infligirle una muerte legal.
Hester se dio cuenta de que tenía sus dudas.
– Quizá no pensaba en un final tan terrible -admitió Hester-. Una mentira engendra otra mentira. A lo mejor quiso únicamente asustarlo, igual que hacía Araminta con Myles y después las cosas se complicaron y ya no pudo hacerse atrás a menos de ponerse también ella en peligro. -Tomó otro sorbo de chocolate; estaba delicioso, su paladar ya estaba habituándose a los mejores manjares-. Por supuesto que ella podía creerlo culpable -añadió-. Hay personas que no consideran ilícito en modo alguno tergiversar un poco la verdad para precipitar lo que estiman que es hacer justicia.
– ¿Mintió en relación con el carácter de Octavia? -Monk volvió a coger el hilo de los hechos-. Esto suponiendo que lady Moidore esté en lo cierto. Pero es posible que también lo hiciera por celos. Muy bien… supongamos que Rose mintiera. ¿Qué me dice de Phillips, el mayordomo? No hizo más que corroborar lo que dijeron todos los demás acerca de Percival.
– Probablemente estaba en lo cierto -admitió Hester-. Percival era arrogante y ambicioso. No hay duda de que extorsionaba a los demás criados amenazándolos con divulgar sus pequeños secretos y probablemente también a la familia; es probable que no lleguemos a saberlo nunca. No es nada simpático, pero la cuestión no es ésta. Si tuviéramos que colgar a todas las personas de Londres que no son simpáticas, seguramente nos quedaríamos con la cuarta parte de la población.
– Esto como mínimo -concedió Monk-. Con todo, es muy posible que Phillips exagerara un poco su opinión por consideración a su amo. Es evidente que ésta era la conclusión a la que aspiraba sir Basil y quería conseguirla rápidamente. Phillips no tiene un pelo de tonto y es muy consciente de sus deberes. Él no debía de verlo como una falta de sinceridad, sino simplemente como una muestra de fidelidad a un superior, ideal militar que él venera. Y la señora Willis lo corroboró.
– ¿Y la familia? -insistió ella.
– Cyprian también lo corroboró y lo mismo Septimus. ¿Y Romola? ¿Qué opina de ella?
Hester experimentó un fugaz sentimiento de irritación y también de culpa.
– Le encanta ser la nuera de Sir Basil y vivir en Queen Anne Street, pero a menudo trata de convencer a Cyprian de que exija más dinero. Lo hace sentir culpable si ella no es feliz. No comprende lo que ocurre: ve que él se aburre con ella y no sabe por qué. A veces me indigna que él no le haga notar que le convendría comportarse como una mujer adulta y responsabilizarse de sus sentimientos. Pero supongo que sé tan poco de ellos que no estoy en condiciones de juzgarlos.
– Sí sabe de ellos -dijo él sin ánimo de condena. Detestaba a las mujeres que practican la extorsión emocional con sus padres o con sus maridos, pero no sabía por qué era una situación que le tocaba una fibra tan sensible.
– Supongo que sí -admitió Hester-, pero de hecho tiene poca importancia. Supongo que Romola estaría dispuesta a declarar lo que considerara que puede ser del gusto de sir Basil. Él es quien gobierna aquella casa, el que sujeta los cordones de la bolsa, y esto es algo que saben todos. No necesita hacer ninguna demanda porque se da por sentado: lo único que tiene que hacer es manifestar sus deseos.