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Otro de los hechos concretos es que el impacto del Ajenjo no será comparable con el impacto de Chicxulub, que causó la extinción de los dinosaurios.

Aquel impacto fue suficiente como para causar mortandad en masa y para alterar, de manera drástica y para siempre, el curso de la evolución de la vida sobre la Tierra. Pero lo ocasionó un cuerpo colisionante de unos diez kilómetros de largo: el Ajenjo es cuarenta veces más grande y su masa es, en consecuencia, sesenta mil veces más grande. Un hecho concreto más nos dice que el Ajenjo no se limitará a producir un evento de extinción en masa, como en Chicxulub.

Será mucho peor que eso.

El impulso térmico esterilizará el suelo hasta una profundidad de cincuenta metros. La vida podría subsistir, pero únicamente si se entierra en lo profundo de cuevas. No conocemos manera alguna, ni siquiera en principio, por la que una comunidad humana pudiera sobreponerse al impacto. Podría ser que poblaciones viables se establecieran en otros mundos: en la órbita, en Marte o en la Luna. Pero incluso dentro de cinco siglos, nada más que a una pequeña fracción de la población actual del mundo se la podría proteger fuera de nuestro planeta.

Así, pues, a la Tierra no se la puede evacuar. Cuando el Ajenjo llegue, casi todos morirán.

Un hecho concreto más: al Ajenjo no se lo puede desviar con la tecnología que se prevé que habrá en el futuro. Es posible que podamos hacer a un lado cuerpos pequeños —de unos pocos kilómetros de longitud, típicos de la población de asteroides próximos a la Tierra—, con medios tales como el emplazamiento de cargas nucleares o de cohetes termonucleares. El desafío de desviar el Ajenjo es, en muchos órdenes, de magnitud mayor. Aunque se propusieron experimentos relativos al desplazamiento de tales cuerpos, mediante el empleo de, por ejemplo, una serie de ayudas gravitacionales —no accesibles en este caso— o mediante el empleo de tecnología de avanzada, tal como máquinas de von Neumann elaboradas por nanotecnología, para desarmar y dispersar el cuerpo. Pero esas tecnologías están mucho más allá de nuestra capacidad actual.

Dos años después de que yo expusiera la conjura para ocultarle al público en general la existencia del Ajenjo, la atención ya no se puede detener… y todavía tenemos que empezar a trabajar en los grandes proyectos de nuestra supervivencia. En verdad, el Ajenjo en sí ya está teniendo efectos de antemano. Es una cruel ironía que así como, por primera vez en nuestra historia, estuvimos empezando a manejar nuestro futuro de manera responsable y mancomunada, la perspectiva del Día del Ajenjo parece despojar de sentido esos esfuerzos. Ya hemos visto que se abandonaron diversas pautas voluntarias relativas a la emisión de desechos, la clausura de reservas naturales, un incremento de la búsqueda de fuentes de combustibles no renovables, un impulso de extinción entre las especies que están amenazadas. Si a la casa se la ha de demoler mañana de todos modos, la gente parece pensar que, siendo así, tampoco hay problema en quemar los muebles hoy. Ninguno de nuestros problemas es insoluble… ni siquiera el Ajenjo. Pero parece estar claro que para prevalecer, nosotros, los seres humanos, tendremos que actuar con una inteligencia y una abnegación que hasta ahora nos estuvieron evitando durante nuestra prolongada y enmarañada historia. Así y todo, mis esperanzas se concentran en la humanidad y su ingenio. Tiene importancia, estoy convencida de ello, el que al Ajenjo lo hubiera descubierto, no profesionales, que no estaban mirando en esa dirección, sino una red de observadores aficionados del cielo, que montaron telescopios robot en el patio trasero y utilizaron rutinas de soporte lógico compartido para explorar imágenes provenientes de detectores ópticos, en busca de reflejos luminosos cambiantes, y que rehusaron aceptar el manto de secreto que nuestro Estado trató de tender sobre ellos. Es en grupos de hombres como estos —honestos, inteligentes, cooperadores, obcecados, que rehúsan someterse a los impulsos que llevan al suicidio o al hedonismo o al egoísmo, que buscan nuevas soluciones para desafiar la complacencia de los profesionales—, en que podría hallarse nuestra mejor y más brillante esperanza de sobrevivir a aquello que el futuro nos depara…

5. PARAÍSO VIRTUAL

Bobby estaba llegando con atraso a la Tierra de la Revelación. Kate todavía lo estaba esperando en la playa de estacionamiento, mientras los enjambres de ancianos adherentes empezaban a hacer presión sobre los portones de la gigantesca catedral de cemento armado y vidrio de Billybob Meeks.

Esta catedral había sido un estadio de fútbol americano en otra época: los asistentes se veían forzados a sentarse cerca de la parte posterior de una de las graderías, con la visual obstaculizada por pilares. Los vendedores de hot dogs, maníes, bebidas sin alcohol y drogas para recreación estaban trabajando entre el gentío, y por los altavoces sonaba el sistema de música por cable.

Jerusalem —reconoció Kate—, basada sobre el grandioso poema de Blake relativo a la legendaria visita de Cristo a Gran Bretaña, ahora era el himno nacional de la nueva Inglaterra post Reino Unido.

Todo el piso del estadio estaba tapizado con espejos, lo que lo convertía en un piso de cielo azul sobre el que se esparcían gordas nubes de invierno. En el centro había un trono gigantesco, cubierto por piedras que destellaban en verde y azul. Probablemente cuarzo impuro, pensó Kate. A través del aire se vaporizaba agua, y lámparas de arco creaban un arco iris que se curvaba de manera espectacular. Más lámparas revoloteaban en el aire, delante del trono, sostenidas en lo alto por robots teleguiados, y tronos más pequeños daban vueltas llevando a los ancianos y ancianas vestidos de blanco con coronas doradas sobre la enjuta cabeza.

Y había bestias del tamaño de camiones volcadores que rondaban el campo de juego. Eran grotescas; cada parte de su cuerpo estaba cubierto con ojos que parpadeaban. Una de ellas desplegó gigantescas alas y voló como un águila unos pocos metros.

Las bestias rugieron a la multitud y el sonido fue amplificado por un retumbante conjunto de altavoces. La multitud se puso de pie y vitoreó como si hubiera estado celebrando el tanto logrado por su equipo.

Bobby estaba extrañamente nervioso. Llevaba un traje ajustado enterizo de color escarlata claro, con un pañuelo con morfotropía cromática envuelto alrededor del cuello. Era un magnífico play boy del siglo XXI, pensó Kate, tan fuera de lugar entre la multitud deslucida y senil que tenía en derredor, como un diamante en medio de la colección de caracoles recogidos en la playa por un niño.

Kate le tocó la mano.

—¿Estás bien?

—No me di cuenta de que todos iban a ser tan viejos.

Tenía razón, por supuesto. La congregación que se estaba reuniendo era una poderosa ilustración de cómo se iban plateando las sienes de Estados Unidos. De hecho, muchos de la multitud tenían bornes mejoradores de la actividad cognitiva, los que eran claramente visibles en la nuca: estaban allí para combatir el inicio de enfermedades relacionadas con la edad, como el mal de Alzheimer, al estimular la producción de neurotransmisores y moléculas para adhesión celular.

—Ve a cualquier iglesia del país y verás lo mismo, Bobby. Lamentablemente, la gente se siente atraída por la religión cuando se siente cerca de la muerte. Y ahora hay más gente de edad… y, quizá, con la venida de Ajenjo todos sentimos el roce de esa sombra oscura. Billybob no hace más que ir sobre la cresta de una ola demográfica. Sea como fuere, esta gente no muerde.