Era un cubo inmenso, perfecto, que resplandecía con el brillo del Sol y empequeñecía por completo a la muchedumbre de gente que flotaba.
—¡Tremendo! —Volvió a decir Bobby.
—Revelaciones, Capítulo Veintiuno —murmuró Kate—. Bienvenidos a la Nueva Jerusalem. —Trató de arrojar a un lado su hoja de palma, pero otra simplemente apareció en su mano. —Tan sólo recuerda —dijo— que lo único que aquí es real es el flujo continuo de dinero que sale de tu bolsillo y va a parar al de Billybob.
Juntos cayeron hacia la luz.
El muro que tenía delante de ella estaba perforado por ventanas y una línea de tres portales en forma de arco. Kate pudo ver una luz en el interior, que refulgía con una intensidad cada vez mayor que el exterior del edificio. En comparación con las dimensiones del edificio, los muros parecían ser tan delgados como el papel.
Y todavía la multitud continuaba cayendo hacia el cubo, hasta que éste se alzó delante de ellos, gigantesco, como si hubiera sido un inmenso paquebote.
Bobby dijo:
—¿De qué tamaño es esto?
Kate murmuró:
—San Juan nos dice que es un cubo de doce mil estadios de lado.
—Y doce mil estadios es…
—Alrededor de dos mil kilómetros. Bobby, esta ciudad de Dios es del tamaño de una luna pequeña. Caer en su interior va a tomar mucho tiempo… y se nos ha de cobrar por cada segundo, claro está.
—En ese caso, ojalá tuviera un hot dog. Sabes, mi padre te menciona mucho.
—Está enojado conmigo.
—Hiram es… humm… muy cambiante. Creo que, en cierto nivel, encontró que eras estimulante.
—Supongo que eso me tiene que halagar.
—Le gustó la expresión que usaste, Anestesia electrónica. Tengo que admitir que no la entendí por completo.
Kate frunció el entrecejo, mientras los dos caían lentamente hacia la pálida luz gris.
—En verdad tuviste una vida de sobreprotección, ¿no, Bobby?
—La mayor parte de lo que tú denominas “manipulación maligna del cerebro” es beneficiosa, seguramente. Como los bornes para el Alzheimer. —La miró con fijeza. —Quizá no estoy tan fuera de eso como podrías creer: hace unos años inauguré el pabellón de un hospital donado por Nuestro Mundo. Ayudaban a pacientes que sufrían obsesión y compulsión, mediante la ablación de un circuito de realimentación destructiva que existía entre dos zonas del cerebro…
—El núcleo caudal y el núcleo amigdalino. —Sonrió ella. —Es notable cómo todos nos hemos convertido en expertos en anatomía cerebral. No estoy diciendo que todo es dañino, pero sí existe la compulsión a manipular. Las adicciones se anulan mediante cambios en el circuito de recompensas del cerebro. La gente proclive a tener ataques de ira se pacifica cuando se hace que a partes de su núcleo amigdalino, que es esencial para las emociones, se las cauterice. A las personas con adicción patológica al trabajo, a los jugadores compulsivos, hasta a la gente que habitualmente incurre en deudas se la diagnostica y cura. Incluso la agresión se ha relacionado con una perturbación de la corteza.
—¿Y qué hay de tan terrible en eso?
—Estos matasanos, estos médicos que hacen reprogramación, no entienden la máquina a la que están manipulando en forma desprolija. Es como tratar de descubrir las funciones del soporte lógico de una computadora quemando los microprocesadores con los que funciona esa computadora. Siempre hay efectos secundarios. ¿Por qué crees que a Billybob le fue tan fácil encontrar un estadio de fútbol americano del que apoderarse? Porque los deportes organizados como espectáculo tuvieron su decadencia a partir de 2015: los jugadores ya no luchaban con la suficiente crueldad.
Bobby sonrió.
—Eso no parece ser demasiado grave.
—Pues entonces toma esto en cuenta: la calidad y la cantidad de las investigaciones científicas originales tuvo una franca decadencia durante dos décadas. Al producir la curación de autistas y fronterizos, los médicos eliminaron la capacidad que tenía nuestra gente más brillante de dedicarse a disciplinas difíciles. Y la zona del cerebro que se relaciona con la depresión, la corteza subgenual, también se relaciona con la creatividad, la percepción del significado. La mayoría de los críticos coincide en que las artes han entrado en un retroceso. ¿Por qué crees que las bandas virtuales de rock de tu padre gozan de tanta popularidad setenta años después de que los originales hubieran llegado a la cima?
—Pero, ¿cuál es la alternativa? Si no fuera por la reprogramación, el mundo sería un sitio violento y salvaje.
Kate le apretó la mano.
—Puede no ser evidente para ti, en tu jaula de oro, pero el mundo que está ahí afuera sigue siendo violento y salvaje. Lo que necesitamos es una máquina que nos permita ver el punto de vista de la otra persona. Si no podemos conseguir eso, entonces toda la reprogramación del mundo es fútil.
Bobby dijo con tono burlón:
—Realmente eres una persona enojada, ¿no?
—¿Enojada? ¿Con charlatanes como Billybob? ¿Con los frenólogos y lobotomistas de hoy en día y con los médicos nazis que están manoseando nuestra cabeza, quizás hasta amenazando el futuro de la especie, mientras el mundo se cae a pedazos a nuestro alrededor? ¡Por supuesto que estoy enojada! ¿No lo estás tú?
Bobby le devolvió la mirada, perplejo.
—Creo que tengo que meditar al respecto… ¡Eh, estamos acelerando!
La Ciudad Santa se alzaba imponente frente a ella. El muro era como una gran llanura puesta en posición vertical; los portones, refulgentes cráteres rectangulares.
Los enjambres de personas estaban precipitándose hacia los grandiosos portones en arco en torrentes separados, como si se los hubiera estado atrayendo hacia remolinos. Bobby y Kate cayeron en picada hacia el portón central. Kate sintió una estimulante arremetida de cabeza, cuando el arco del portón se abrió de par en par ante ella… pero no había una legítima sensación de movimiento aquí: si se ponía a pensar sobre ello, Kate todavía podía sentir el cuerpo, sentado con toda calma en el asiento de duro respaldo del estadio.
Pero, así y todo, era un paseo extraordinario.
En el lapso de un latir del corazón habían pasado volando por el portal, un túnel brillante de luz blanco grisácea, y avanzaban rozando una superficie de brillante oro.
Kate miró en derredor, buscando muros que debían de estar a centenares de kilómetros de distancia. Pero aquí había una inesperada actividad artística. El aire estaba brumoso, hasta había nubes por encima de ella, esparcidas de manera rala, que reflejaban el resplandeciente piso de oro, y Kate no podía ver más allá de unos pocos kilómetros de la llanura dorada.
…Y entonces, miró hacia lo alto y vio los refulgentes muros de la ciudad que surgían de la capa de atmósfera que se aferraba al piso. Las llanuras y los bordes rectos se fusionaban constituyendo un cuadrado lejano, inesperadamente diáfano, que estaba muy por encima del aire.
Era un cielo raso sobre la atmósfera.
—¡Huy! —Dijo Kate. —Es la caja en la que vino embalada la Luna.
La mano de Bobby alrededor de la de ella era cálida y suave.
—Admítelo: estás impresionada.
—Billybob sigue siendo un estafador.
—Pero un estafador astuto.
En ese momento, la gravedad empezó a actuar. La gente que estaba alrededor de la pareja descendía como otros tantos copos de nieve humanos, y Kate cayó con ellos. Pudo ver un río, azul brillante, que corría transversal a la llanura dorada que estaba abajo. A sus riberas las tapizaba un denso bosque verde. Había gente por todas partes, advirtió Kate, diseminada por las riberas y las zonas despejadas que se veían más allá y cerca de los edificios. Alrededor de la muchacha, miles de personas más estaban cayendo del cielo. Con seguridad habría más aquí que las que pudieron haber estado presentes en el estadio: no cabía duda de que muchos de ellos eran proyecciones virtuales.