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Los detalles parecían cristalizarse a medida que Kate caía: árboles y gente, y hasta puntos de luz en el agua del río. Por fin, los árboles más altos se extendieron hacia arriba en torno a ella.

Con una breve deformación de la imagen del movimiento, Kate se asentó con facilidad en el suelo. Cuando miró hacia el cielo vio una nevada de gente vestida con togas de un blanco impoluto, que caía con facilidad y sin miedo aparente.

Había oro por todos lados: bajo la planta de los pies, en los muros de los edificios más próximos. Kate estudió las caras que tenía cerca: parecían excitadas, felices, expectantes, pero el oro llenaba el aire con una luz amarilla que hacía que la gente pareciera estar padeciendo alguna deficiencia de minerales. Y no había la menor duda de que esas expresiones felices y beatíficas eran simulaciones virtuales que se había pintado sobre caras de gesto meditabundo.

Bobby caminó hacia un árbol. Kate advirtió que los pies desnudos de él desaparecían un centímetro, o dos, dentro de la superficie de hierba. Bobby dijo:

—Los árboles dan más que una clase de fruto. Mira: manzanas, naranjas, limas…

En cada margen del río se alzaba el árbol de la vida, que daba doce clases de fruto y producía sus frutos todos los meses. Y las hojas del árbol son para dar cura a las naciones…

—Estoy impresionado por la atención que prestaron a los detalles.

—No lo estés. —Kate se inclinó para tocar el suelo: no pudo palpar hojas de hierba, ni rocío, ni tierra: nada más que la suavidad oleosa del plástico.—Billybob es un embustero —dijo—, pero un embustero de mala calaña. —Se enderezó. —Esto ni siquiera es una verdadera religión. Billybob tiene vendedores y analistas comerciales trabajando para él, no monjas. Está predicando un Evangelio de prosperidad, está diciendo que está bien ser codicioso y avaro. Habla con tu hermano al respecto. Éste es un fetichismo de las mercancías, que es descendiente directo del fraude que Billybob hacía con los bautismos con billetes.

—Al oírte da la impresión de que te importa la religión.

—Créeme, no me importa —dijo Kate con vehemencia—. La especie humana se podría arreglar perfectamente bien sin ella. Pero mi causa es contra Billybob y los de su calaña. Te traje acá para mostrarte cuan poderoso es, Bobby. Necesitamos detenerlo.

—¿Y cómo se supone que yo ayude?

Kate se acercó un poco más a Bobby.

—Sé lo que tu padre está tratando de construir: una extensión de su tecnología de Cadenas de Datos… un visor a distancia.

Bobby nada dijo.

—No pretendo que confirmes o niegues eso… y no te voy a decir cómo me enteré. Lo que quiero es que pienses en lo que podríamos lograr con una tecnología así.

Bobby frunció el entrecejo.

—Acceso instantáneo a los hechos que son noticia, donde fuere que tuvieran lugar…

Con un ademán, Kate quitó importancia a esa respuesta y dijo:

Mucho más que eso. Piensa al respecto. Si pudieras abrir un agujero de gusano hacia cualquier parte, entonces no habría más barreras. No más paredes. Podrías ver a quien quisieras, en cualquier momento. Y truhanes como Billybob no tendrían sitio alguno para esconderse.

La arruga del entrecejo de Bobby se hizo más pronunciada.

—¿Estás hablando de espiar?

Kate rió.

—Oh, vamos, Bobby, sea como fuere cada uno de nosotros está bajo vigilancia todo el tiempo. Fuiste una celebridad desde que tuviste veintiún años: tú debes de conocer cómo es la sensación de saber que a uno lo observan.

—No es lo mismo.

Kate le tomó el brazo:

—Si Billybob no tiene algo para ocultar, entonces no tiene motivos para temer —dijo Kate—: míralo de ese modo.

—A veces hablas como mi padre —dijo Bobby con tono carente de inflexiones.

Kate quedó en silencio, intranquila.

Avanzaron junto con la muchedumbre. Ahora se estaban acercando a un grandioso trono con siete globos danzantes y veinticuatro tronos auxiliares de menor tamaño, una versión en escala mayor de la representación que, en el mundo real, Billybob había montado en el estadio.

Y delante del grandioso trono central, Billybob Meeks estaba de pie.

Pero éste no era el hombre gordo y sudoroso que Kate había visto en el estadio. Este Billybob era más alto, más joven, más delgado, mucho más guapo, como un joven Charlton Heston. Aunque debía de haber estado a, cuanto menos, un kilómetro de donde estaba Kate, se alzaba imponente ante la congregación. Y parecía estar creciendo.

Se inclinó, los brazos en jarras, la voz con intensidad de trueno.

La ciudad no necesita del Sol ni de la Luna para que brillen sobre ella, pues la Gloria de Dios le confiere luz, y el Cordero es su lámpara… —Todavía Billybob seguía creciendo, los brazos eran ahora como troncos de árbol; la cara, un disco amenazador que ya estaba por encima de las nubes más bajas. Kate podía ver gente que huía como hormigas de debajo de los gigantescos pies de Billybob.

Y Billybob apuntó con un dedo poderoso directamente a Kate, inmensos ojos grises que la miraban con furia; los surcos de ira del entrecejo eran profundos como los canales de Marte.

Nada impuro ingresará jamás en esta Ciudad, y tampoco lo hará quienquiera que hiciere lo que es vergonzoso o engañoso: únicamente lo harán aquellos cuyos nombres estén inscriptos en el Libro de la Vida del Cordero. ¿Está tu nombre en ese libro? ¿Lo está? ¿Eres digna?

Kate lanzó un grito, al verse repentinamente avasallada.

Y la levantó una mano invisible que la arrastró hacia el resplandeciente aire.

Tuvo una sensación de succión en ojos y oídos. La luz, el ruido, el hedor mundano de los hot dogs, la invadieron.

Bobby estaba arrodillado delante de ella. Kate pudo ver las marcas que las antiparras habían hecho alrededor de sus ojos.

—Te llegó, ¿no?

—Billybob sí sabe cómo hacer que su mensaje golpee en el blanco —jadeó Kate, todavía desorientada.

En fila tras fila de los desgastados asientos del antiguo estadio deportivo había gente que se balanceaba y gemía, mientras las lágrimas se filtraban desde los redondeles negros que las antiparras habían marcado alrededor de los ojos. En uno de los sectores, paramédicos estaban trabajando sobre gente inconsciente, quizá víctimas de desmayos, epilepsia, ataques cardíacos inclusive, especuló Kate: ella misma, cuando solicitó las entradas, tuvo que firmar varios formularios de exención de responsabilidad en caso de accidentes y no creía que la seguridad de los feligreses fuera cuestión de suma prioridad para Billybob Meeks.

Con curiosidad estudió a Bobby, que no parecía estar perturbado.

—Pero, ¿qué me dices de ti?

El joven sólo se encogió de hombros.

—Intervine en juegos de aventura que eran más interesantes. —Alzó la vista hacia el oscuro cielo invernal. —Kate… sé que simplemente me estás usando como medio para llegar a mi padre. Pero, aun así, me gustas… y, a lo mejor, retorcerle la nariz a Hiram sería bueno para mi alma. ¿Qué opinas?

La muchacha contuvo el aliento. Dijo: