Cuando lo dejaron solo, David se sentó ante una pantalla flexible para comenzar su propio trabajo de seguimiento.
Hizo aparecer su metáfora favorita del escritorio. Era como una ventana que daba a un estudio atiborrado de cosas: sobre el piso, sobre anaqueles y una mesa, pilas desordenadas de libros y documentos amontonados; y colgando del cielo raso como esculturas con partes móviles, complejos modelos de desintegración de partículas.
Cuando David recorría la “habitación” con la mirada, el punto que caía dentro del foco de su atención se ampliaba, brindando más detalles mientras el resto de la habitación se veía borroneado, como el fondo deslavado de una pintura. Podía “levantar” documentos y modelos con la punta de los dedos, repasando las páginas hasta encontrar lo que deseaba, exactamente donde lo había dejado la última vez.
Primero tuvo que hacer una comprobación de las averías en los píxels del detector. Empezó a transferir los trazados luminosos del detector de vértices hacia el interior del canal de datos de señales analógicas y extrajo una vista panorámica ampliada de diversas placas detectoras. Siempre había fallas aleatorias de los píxels cuando alguna partícula especialmente poderosa chocaba con un elemento detector. Aunque algunos de los detectores habían sufrido suficientes daños por causa de la radiación como para necesitar su reemplazo, nada era tan grave.
Concentrado en su trabajo, tarareaba una canción, mientras se preparaba para empezar a actuar…
—Tu interfaz con el usuario es una confusión.
David, sobresaltado, se volvió: Bobby todavía estaba allí, reclinado contra la mesa.
—Lo siento —dijo David—. No fue mi intención darte la espalda. —Era extraño que no se hubiese dado cuenta de que aún seguía ahí su hermano.
Bobby dijo entonces:
—La mayoría de la gente emplea el motor de búsqueda.
—Que es lento hasta la irritación, proclive a cometer errores de entendimiento y que, de todos modos, enmascara un sistema jerárquico de almacenamiento de datos propio de la era victoriana. Archivadores. Bobby, no tengo la desenvoltura necesaria como para usar el motor de búsqueda. Soy nada más que un simio evolucionado al que le gusta usar sus manos y ojos para encontrar las cosas. Esto puede parecer un lío, pero sé con exactitud dónde se encuentra cada cosa.
—Pero, aun así, podrías estudiar este asunto del seguimiento de partículas un poco mejor si fueras un virtual. Si me permites, ensayaré para ti mi más reciente prototipo de Ojo de la Mente. Podemos llegar a más zonas del cerebro, conmutar con más rapidez a…
—Y todo sin necesidad de hacer una trepanación.
Bobby sonrió.
—Muy bien —dijo David—. Agradecería eso.
La mirada de Bobby recorrió la habitación en esa manera ausente y desconcertante que era propia de él.
—¿Es cierto? ¿Lo que le dijiste a papá, que esto no era un fracaso sino otro paso?
—Puedo entender la impaciencia de Hiram. Después de todo, es él quien está pagando por todo esto.
—Y está trabajando bajo presión por parte de la plaza comercial —dijo Bobby—; ya algunos de sus competidores están afirmando que tienen cadenas de datos de una calidad comparable con la de Hiram. Es indudable que no habrá de pasar mucho tiempo antes de que a uno de ellos se le ocurra la idea de un visor a distancia… de manera independiente, si es que alguien no lo dejó trascender ya.
—Pero la presión comercial no viene al caso —dijo David con irritación—. Un estudio como éste tiene que marchar a su propio ritmo. Bobby, no sé cuánto sabes de física.
—Parte de la base de que no sé nada. Una vez que tienes un agujero de gusano, ¿qué tiene de difícil expandirlo?
—No se trata de fabricar un auto más grande y mejor: estamos tratando de embutir espacio-tiempo dentro de una forma que no adoptaría de manera natural. Mira, los agujeros de gusano son intrínsecamente inestables. Sabes que, para mantenerlos abiertos, en primer lugar tenemos que enhebrarlos con materia exótica.
—Antigravedad.
—Sí. Pero la tensión que se produce en la garganta de un agujero de gusano es gigantesca. Constantemente estamos equilibrando una de las inmensas presiones contra otra. —David cerró los puños y los apretó uno contra otro, con fuerza. —En tanto estén en equilibrio, bien. Pero la perturbación más pequeña… y se pierde todo. —Dejó que uno de los puños se deslizara sobre el otro, rompiendo el equilibrio que había establecido. —Y esa inestabilidad fundamental se vuelve peor a medida que aumenta el tamaño. Lo que estamos tratando de hacer es vigilar las condiciones que existen en el interior del agujero de gusano y ajustar el bombeo de la materia de energía exógena para compensar las fluctuaciones. —Volvió a apretar los puños entre sí; esta vez, mientras desplazaba el izquierdo con movimientos cortos hacia atrás y hacia adelante, hacía una compensación con desplazamientos del derecho, de modo tal que los nudillos de ambos puños se mantuvieran apretados entre sí.
—Ya lo entiendo —dijo Bobby—, es como si estuvieras enhebrando el agujero de gusano con un soporte lógico.
—O con un gusano inteligente —dijo David, sonriendo—. Sí. Es muy exigente, desde el punto de vista del procesador y, hasta ahora, las inestabilidades han sido demasiado rápidas y catastróficas como para manejarlas.
—Mira esto. —Extendió la mano hacia la tapa del escritorio y, con el toque de la punta del dedo, extrajo una imagen nueva de una cascada de partículas: tenía un fuerte tronco púrpura, el color mostraba una ionización intensa, con enjambres de chorros rojos, anchos y angostos, algunos rectos; otros, curvos. Pulsó una tecla y la aspersión rotó en tres dimensiones; el software suprimió elementos que estaban en primer plano, para permitir que detalles de la estructura interna del chorro se volvieran visibles. El chorro central estaba rodeado por números que mostraban la energía, la cantidad de movimiento y las lecturas de carga ionizante.
—Acá estamos mirando un evento complejo y de alta energía, Bobby. Toda esta basura exótica se vomita antes de que el agujero de gusano desaparezca por completo. —Suspiró. —Es como si tratáramos de resolver la manera de reparar un auto, haciéndolo volar en pedazos y revisando minuciosamente los restos después.
—Bobby, fui honesto con nuestro padre. Cada ensayo es la exploración de otro ángulo de lo que denominamos espacio entre parámetros, mientras intentamos diferentes maneras de hacer que nuestros visores por agujero de gusano sean amplios y estables. No hay ensayos desperdiciados; cada vez que actuamos aprendemos algo.
De hecho, muchos de mis ensayos son negativos: en realidad, los diseño para que fracasen. Un solo ensayo que pruebe que alguna parte de la teoría está equivocada es más valioso que cien que demuestren que la teoría podría ser cierta. Con el tiempo llegaremos… O demostraremos que el sueño de Hiram es imposible con la tecnología actual.
—La ciencia exige paciencia.
David sonrió.
—Sí. Siempre la exigió. Pero para alguna gente resulta difícil mantener la paciencia frente al meteoro negro que se nos acerca a todos.
—¿El Ajenjo? Pero se halla a siglos de distancia.
—Pero los científicos no están solos en absoluto, en lo concerniente a verse afectados por el conocimiento de la existencia del Ajenjo. Existe el impulso de apurarse, de reunir tantos datos y formular nuevas teorías, de aprender tanto como fuere posible en el tiempo que queda… porque ya no estamos tan seguros de que habrá alguien que emplee nuestra obra como base de sus investigaciones, como siempre supusimos en el pasado. Por eso los investigadores toman atajos y el proceso de revisión de lo que hicieron por parte de sus pares está sometido a presión…