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En ese momento, una luz roja de alerta empezó a destellar en lo alto de la pared de la sala de cómputos, y los técnicos empezaron a ingresar otra vez.

Bobby miró a David con gesto de curiosidad.

—¿Estás disponiendo el equipo para que vuelva a funcionar? Le dijiste a papá que realizabas nada más que un ensayo por día.

David le guiñó el ojo.

—Una mentira inocente, una efectiva forma de sacármelo de encima.

Bobby rió.

Resultó que era hora de ir a buscar el café antes de que empezara el nuevo ciclo de ensayo. Los dos hermanos fueron juntos a la cafetería.

Bobby está tardando en irse, pensó David, como si quisiera tomar parte en esto. En esa actitud, David percibía una necesidad, una necesidad que no entendía. Quizás hasta de… ¿Envidia? ¿Era eso posible?

Era un pensamiento deliciosamente maligno: Bobby Patterson, fabulosamente rico, este play boy, me envidia, a mí, a su honesto y flojo hermano. O, quizá, no es más que rivalidad entre hermanos por parte mía.

Mientras caminaban de vuelta, David buscó iniciar una conversación.

—¿Así que tienes una licenciatura, Bobby?

—Claro que sí, pero de la FCEU.

—¿La FCEU?… Oh, Harvard…

—Sí, la facultad de Ciencias Económicas de Harvard.

—Como parte de mi primer título hice unos estudios en ciencias económicas —dijo David, y sonrió —. Los cursos tenían el propósito de “equiparnos para el mundo moderno”. Todas esas matrices de dos por dos, la moda de esta teoría o de aquella, de un gurú de la administración empresaria o de otro…

—Bueno, pues, el análisis financiero no es la ciencia de la balística, como solíamos decir —murmuró Bobby con tono conciliador—, pero nadie en Harvard era un pelele. Gané mi lugar ahí sobre la base de mis méritos. Y la competencia allá era feroz.

—No me cabe duda de que lo era. —David estaba perplejo por la falta total de emoción que tenía la voz de Bobby, por su falta de fuego. Sondeó con delicadeza.

—Tengo la impresión de que te sientes… subestimado.

Bobby se encogió de hombros.

—Quizá. La división de rv de Nuestro Mundo es una empresa de mil millones de dólares por derecho propio. Si fracaso, papá dijo con toda claridad que no va a sacarme del problema. Pero hasta Kate cree que soy una especie de lugarteniente. —Bobby sonrió, mostrando los dientes. —Estoy disfrutando mi intento por convencerla de que no es así.

David frunció el entrecejo: ¿Kate?… Ah, sí, la joven reportera a la que Hiram había tratado de excluir de la vida de su hijo… sin conseguirlo, por lo que parecía. Interesante.

—¿Quieres que mantenga lo boca cerrada?

—¿Respecto de qué?

—Kate. La reportera…

—En verdad no hay algo por lo que haya que mantener la boca cerrada.

—Puede ser, pero nuestro padre no la aprueba. ¿Le dijiste que la sigues viendo?

—No.

Y esto puede ser lo único de tu joven vida, pensó David, de lo que Hiram no esté al tanto. Pues bien, mantengámoslo así. David se sintió complacido de haber establecido este pequeño vínculo con su hermano.

En ese momento, el reloj de cuenta regresiva se había acercado a su conclusión. Una vez más, la pantalla flexible de pared mostró una oscuridad negra como tinta, sólo interrumpida por destellos al azar de píxels, y con el monitor numérico que estaba en el rincón repitiendo con monotonía su lista de prueba de números primos. David miraba divertido cómo los labios de Bobby formaban en silencio los números de cuenta: Tres. Dos. Uno.

Y entonces la boca de Bobby quedó abierta por la conmoción, mientras una luz parpadeante jugaba sobre su cara.

David desplazó la mirada hacia la pantalla flexible.

Esta vez había una imagen: un disco de luz. Era una aparición caprichosa, parecida a una ensoñación, constituida por cajas y luces en hilera y cables, distorsionada casi más allá del reconocimiento, como si se la hubiera estado recibiendo a través de una grotesca lente ojo de pescado.

David se descubrió a sí mismo conteniendo la respiración. Cuando la imagen se mantuvo estable durante dos, tres segundos, deliberadamente tragó aire.

Bobby preguntó:

—¿Qué estamos viendo?

—La boca del agujero de gusano o, mejor dicho, la luz que está atrayendo desde sus alrededores, desde aquí, de la Fábrica de Gusanos. Mira, puedes ver la masa de material electrónico. Pero la fuerte gravedad de la boca está arrastrando luz desde el espacio tridimensional que está rodeándola por completo: se está distorsionando la imagen.

—Como hacen las lentes gravitacionales.

Miró a Bobby con sorpresa.

—Exactamente igual. —Revisó los monitores. —Ya estamos superando nuestros ensayos anteriores…

Para estos momentos, la distorsión de la imagen se estaba haciendo más fuerte, pues las formas del equipo y los dispositivos de iluminación se veían borroneados y parecían círculos rodeando el punto central de visión. Algunos de los colores manifestaban experimentar un desplazamiento Doppler: un soporte verde estaba empezando a parecer azul, el fulgor de las lámparas fluorescentes comenzaba a adoptar un matiz violeta.

—Nos estamos metiendo más profundamente en el agujero de gusano —susurró David—. No me abandones ahora.

La imagen se fragmentaba aún más, sus elementos se hacían añicos y se multiplicaban según un patrón reiterado en torno de la imagen en forma de disco. Era un calidoscopio tridimensional, pensó David, compuesto por imágenes múltiples de la iluminación del laboratorio. Lanzó una rápida mirada a las lecturas del contador, que le dijeron que gran parte de la energía de luz que caía dentro del agujero de gusano había experimentado una desviación hacia el ultravioleta y más allá aún; y, que la radiación energizada golpeaba fuertemente sobre las paredes curvas de este túnel en el espacio-tiempo.

Pero el agujero de gusano se mantenía.

Éste era un punto en el que todos los experimentos anteriores se habían derrumbado.

Ahora la imagen del disco empezaba a contraerse con la luz, que caía desde tres dimensiones sobre la boca del agujero de gusano, la garganta del agujero la comprimía hasta convertirla en un caño que se iba haciendo más angosto. La masa luminosa, que se mezclaba desordenadamente y se estaba contrayendo, alcanzó un valor máximo de distorsión.

Y entonces, la calidad de la luz cambió: la estructura de imágenes múltiples se volvió más simple, dilatándose, pareciendo dejar de mezclarse sola, y David comenzó a discernir elementos de un nuevo campo visuaclass="underline" una mancha borrosa de azul que bien podría ser un cielo; un blanco pálido que pudo haber sido una caja de instrumentos.

Dijo:

—Llamemos a Hiram.

Bobby preguntó:

—¿Qué estamos mirando?

—Tan sólo llama a nuestro padre, Bobby.

Hiram llegó a la carrera una hora después.

—Es mejor que valga la pena: interrumpí una asamblea de inversionistas…

Sin decir palabra, David le alcanzó una placa de cristal con óxido de plomo, del tamaño y la forma de un mazo de barajas. Hiram giró la placa sobre sí, inspeccionándola.

Se había pulido la superficie de la placa hasta convertirla en una lente de aumento. Cuando Hiram miró en su interior pudo observar dispositivos electrónicos en miniatura: detectores fotomultiplicadores de luz, para recibir señales; un diodo emisor de luz, que tenía la capacidad de emitir destellos para la realización de ensayos; una pequeña fuente de alimentación; electroimanes diminutos. Y, en el centro geométrico de la placa, una esfera diminuta y perfecta, casi en el límite de la visibilidad. Parecía de plata y reflejaba la luz como una perla, pero la calidad de la luz que devolvía no era ni por asomo el gris duro de las lámparas fluorescentes de la sala de cómputos.