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Hiram se volvió hacia David.

—¿Qué estoy mirando?

Con un leve movimiento de la cabeza, David señaló la gran pantalla flexible de pared: mostraba algo que semejaba una nube redonda de luz azul y marrón.

Una cara apareció sin mayor definición en la imagen, una cara humana, la de un hombre de unos cuarenta años de edad, quizá. La imagen estaba sumamente distorsionada. Era, exactamente, como si ese hombre hubiera acercado la cara hasta tocar una lente ojo de pescado; pero David pudo reconocer el pelo negro rizado, la piel endurecida por una intensa exposición al sol, y la sonrisa amplia de dientes blancos.

—Es Walter —dijo Hiram, maravillado—, el jefe de nuestra instalación en Brisbane. —Se acercó más a la pantalla flexible: —Está diciendo algo. Sus labios se mueven. —Se quedó parado ahí, moviendo la boca en concordancia con la que se veía en la pantalla: —“Yo… los… veo”. Los veo… ¡Dios mío!

Detrás de Walter ahora se podía ver a otros técnicos australianos, sombras sumamente distorsionadas, que aplaudían en silencio.

David sonrió y se sometió a los gritos de alegría y los abrazos hasta la casi sofocación de Hiram, pero sin dejar de mirar todo el tiempo la placa de vidrio con óxido de plomo que contenía la boca del agujero de gusano, esa perla de mil millones de dólares.

7. LA CÁMARA GUSANO

Eran las tres de la mañana. En el corazón de la desierta Fábrica de Gusanos, en una burbuja de luz que se veía en la pantalla flexible, Kate y Bobby estaban sentados una al lado del otro. Bobby estaba trabajando en una sencilla sesión de preparación de preguntas y respuestas en la pantalla flexible. Estaban preparados para una larga noche: detrás de ellos se apilaba el equipo reunido con apresuramiento; frascos de café, mantas y colchones de espuma.

Se oyó un crujido. Kate dio un salto y agarró el brazo de Bobby.

Bobby siguió trabajando en el programa.

—Tómalo con calma. No es más que un poco de contracción térmica. Ya te lo dije: me aseguré que todos los sistemas de vigilancia tuvieran su foco ciego aquí y ahora mismo.

—No estoy poniendo eso en duda. Es, simplemente, que no estoy acostumbrada a moverme furtivamente en la noche de esta manera.

—Creía que eras una reportera de las duras.

—Sí, pero lo que hago generalmente es legal.

¿ Generalmente?

—Sí, aunque no lo puedas creer.

—Pero esto —con un amplio ademán señaló la maquinaria misteriosa y voluminosa que estaba en la oscuridad— ni siquiera es equipo de vigilancia: no es más que una instalación experimental para física de alta energía. No hay algo así en todo el mundo; ¿cómo puede haber una legislación que contemple su utilización?

—Eso es un sofisma, Bobby. Ningún juez del planeta aceptaría ese argumento.

—Sofisma o no sofisma, te estoy diciendo que te calmes. Estoy tratando de concentrarme. El control de misión espacial que tenemos acá podría ser un poco más fácil de usar. David ni siquiera emplea la activación por la voz. Quizá todos los físicos son tan conservadores… O todos son católicos.

Kate lo estudió mientras trabajaba con firmeza en el programa: parecía estar tan animado como nunca antes ella lo había visto; por una vez plenamente dedicado a una actividad. Y, sin embargo, se lo veía completamente impertérrito ante cualquier duda de tipo moral. En verdad era una persona compleja; o, mejor dicho, pensó Kate con tristeza, incompleta.

El dedo de él revoloteó sobre un botón de comienzo que había en la pantalla flexible.

—Listo. ¿Lo hago?

—¿Estamos grabando?

Bobby tocó la pantalla flexible.

—Todo lo que venga a través de ese agujero de gusano quedará atrapado aquí mismo.

—…Perfecto.

—Tres, dos, uno. —Tocó la tecla.

La pantalla se volvió negra.

Desde la intensa oscuridad que la rodeaba, Kate oyó un profundo zumbido de tono grave, y cuando la gigantesca maquinaria de la Fábrica de Gusanos entró en línea, ingentes fuerzas se acumularon para rasgar un agujero en el espacio tiempo. Le pareció que estaba oliendo ozono y que percibía pinchazos de electricidad. Pero podía ser que fuera su imaginación.

Montar esta operación había sido lo más sencillo del mundo. Mientras Bobby había trabajado para obtener acceso clandestino al equipo de la Fábrica de Gusanos, Kate se había abierto camino hacia la mansión de Billybob, un palacio de recargado estilo barroco que se había construido en la región arbolada de la periferia del parque nacional Monte Rainier. Kate había tomado suficientes fotografías como para armar un tosco mapa externo de ese lugar y efectuado lecturas del Sistema Global de Localización de Posiciones en diversos puntos de referencia. Eso, y la información que Billybob jactanciosamente había revelado a revistas de arquitectura respecto del profuso plan del interior del edificio habían sido suficientes para que Kate elaborara un detallado mapa interno de la mansión, en el que no faltaba una cuadrícula de referencias del SGLP.

Ahora, si todo iba bien, esas referencias serían suficientes para establecer un enlace por agujero de gusano entre los aposentos privados de Billybob y este puesto simulado de escucha.

…La pantalla flexible se iluminó. Kate se inclinó hacia adelante.

La imagen estaba fuertemente distorsionada: era un manchón circular de luz en anaranjado, marrón y amarillo, como si se hubiera estado mirando a través de un túnel espejado. Había una sensación de movimiento, parches de luz que iban y venían de un extremo al otro de la imagen, pero no se podían discernir detalles.

—No puedo ver nada —se quejó Kate.

Bobby tocó la pantalla flexible.

—Paciencia. Ahora tengo que insertarme en las rutinas de desconvolución.

—¿Las qué?

—La boca del agujero de gusano no es la lente de una cámara, recuérdalo. Es una pequeña esfera sobre la que incide la luz que llega desde alrededor de la esfera, en tres dimensiones. Y esa imagen global queda sumamente borroneada cuando pasa a través del agujero de gusano en sí. Pero podemos utilizar rutinas de software para descifrar todo eso. Es bastante interesante. El software se basa en programas empleados por los astrónomos para eliminar factores tales como distorsión atmosférica, centelleo, borrosidad y refracción, cuando estudian las estrellas…

La imagen se aclaró bruscamente, y Kate quedó boquiabierta.

Vieron un enorme escritorio con una lámpara en forma de globo que colgaba sobre él. Había papeles y pantallas flexibles diseminados sobre la mesa del escritorio. Detrás del escritorio había una silla vacía, a la que se había empujado hacia atrás sin formalidad. En las paredes se veían gráficas de rendimiento y gráficas de barra y lo que parecían ser estados de cuentas.

Era un ambiente lujoso. El papel del empapelado parecía ser material inglés fabricado a mano, probablemente el más caro del mundo. Y sobre el piso, tirado ahí como al descuido, había un par de cueros de rinoceronte completos, con la boca totalmente abierta y los ojos vidriosos mirando con fijeza; los cuernos sobresalían orgullosos, aun en la muerte.

Y había una sencilla pantalla con animación: un recuento total que aumentaba en forma continua. Tenía un rótulo que decía CONVERSOS y mostraba un contador de almas humanas, tal como si fueran las ventas de hamburguesas de suski en una cadena de restoranes de comida rápida.

La imagen distaba mucho de ser perfecta. Era oscura, se le notaba el grano, a veces era inestable y tenía tendencia a congelarse o a descomponerse en nubes de píxeles pero, así y todo…