En ese momento llegaron a un sitio más abierto. Eso era el Foro romano: una plaza rectangular bellamente pavimentada, rodeada por imponentes edificios públicos de dos pisos y que en el frente presentaba filas de columnas estrechas de mármol. Una línea de columnas de triunfo, cada una rematada por estatuas recubiertas en hoja de oro, se alzaba de manera conspicua en el centro de la plaza y, más hacia adelante, pasando un montón de techos en pendiente de tejas rojas, característicamente romanos, David pudo ver la masa curva del Coliseo.
En una de las esquinas observó a un grupo de ciudadanos vestidos de manera suntuosa, senadores quizá, que discutían con vehemencia, que golpeaban sobre tablillas, sin pensar en la belleza y el portento de lo que tenían a su alrededor. Eran la prueba de que esta ciudad no era un museo sino, y de manera muy evidente, la capital operativa de un imperio enorme, complejo y bien dirigido, la Washington de otros tiempos, y su cosmopolitismo era regocijante, tan diferente de las reproducciones despobladas, relucientes y sin relieve de los antiguos museos, películas y libros previos a la aparición de la cámara Gusano.
Pero a esta ciudad imperial, ya antigua, sólo le quedaban unos siglos más para sobrevivir. Los grandiosos acueductos iban a desplomarse; fallarían las fuentes públicas; y, durante el curso de mil años, los romanos quedarían resignados a traer el agua a mano desde el Tíber.
Sintió un suave toque en el hombro.
Se dio vuelta, sobresaltado: un hombre, vestido con traje y corbata gris carbón, monótonos, con un aspecto que allí no encajaba. Tenía cabello rubio cortado estilo militar y estaba exhibiendo una chapa. Al igual que David y Heather, se hallaba flotando unos metros por encima del piso de la Roma imperial.
Era el agente especial del FBI, Michael Mavens.
—Usted —dijo David—. ¿Qué quiere de nosotros? ¿No cree que ya le hizo suficiente daño a mi familia, agente especial?
—Nunca tuve la intención de hacer daño, señor.
—Y ahora…
—Y ahora necesito su ayuda…
Al tiempo que contenía un suspiro, David levantó las manos hacia la banda cefálica del Ojo de la Mente. Pudo sentir el indefinible cosquilleo que venía junto con la interrupción del enlace transceptor del equipo con la corteza cerebral.
De pronto se encontró sumergido en la tórrida noche romana.
A su alrededor el Foro romano estaba reducido a grandes trozos de cascotes de mármol diseminados por el suelo, tenían la superficie amarronada y se estaban descomponiendo en el aire viciado de la ciudad. De los grandiosos edificios sobrevivía apenas un puñado de columnas y vigas transversales, que sobresalían del suelo como huesos expuestos al aire y, a través de grietas que había en las baldosas, crecía un pasto enfermo y envenenado por la ciudad.
De una manera extraña, en medio de los turistas del siglo XXI vestidos de manera recargada, Mavens, con su traje gris, parecía aún más fuera de lugar que en la antigua Roma.
Michael Mavens se dio vuelta y estudió a Heather. Los ojos de ella, sumamente dilatados, centelleaban con el inconfundible brillo perlado de los puntos de vista, brillo proyectado por generadores miniatura de cámara Gusano que la mujer tenía implantados en las retinas. David le tomó la mano. Ella se la apretó con suavidad.
La mirada de Mavens se encontró con la de David. El agente hizo una leve inclinación de cabeza, indicando que entendía, pero insistió.
—Necesitamos hablar, señor. Es importante.
—¿Mi hermano?
—Sí.
—Muy bien. ¿Nos acompañará de vuelta al hotel? No está lejos.
—Lo agradecería.
Así que David salió caminando de las ruinas del Forum Romanum, guiando con delicadeza a Heather por entre la manipostería caída. Heather giraba la cabeza como si fuera una cámara rotando sobre su pie, todavía sumergida en las brillantes glorias de una ciudad muerta hacía mucho, y la distorsión del espacio-tiempo brillaba en sus ojos.
Llegaron al hotel.
Heather apenas había hablado desde el foro. Antes de ir a su habitación, le permitió a David que la besara en la mejilla. Ahí se tendió en la oscuridad mirando el cielo raso, los ojos con cámaras gusano centelleando. David se dio cuenta, con preocupación, que no tenía la menor idea sobre qué estaba mirando su madre.
Cuando regresó a su propia habitación, Mavens lo estaba esperando. David preparó bebidas en un minibar: una cerveza para él y un whisky para el agente.
Mavens habló un poco de cosas sin importancia.
—Sabe usted, el alcance de Hiram Patterson es asombroso. En su baño ahora mismo acabo de usar un espejo cámara Gusano para sacarme un resto de espinaca que tenía metido entre los dientes. Mi esposa tiene una cámara Niñera en casa. Mi hermano y la esposa usan un monitor Gusano para saber adonde va su hija de trece años, que es un tanto desenfrenada, en opinión de ellos… y así todo el tiempo. Pensar que es la tecnología milagrosa de esta época y la usamos para cosas tan triviales.
David dijo con tono vivo:
—En tanto y cuanto siga vendiéndola, a Hiram no le importa qué hacemos con ella. ¿Por qué no me dice por qué vino hasta tan lejos para verme, agente especial Mavens?
El hombre buscó en un bolsillo de su arrugada chaqueta y extrajo un disco de datos del tamaño de la uña del dedo; lo hizo girar como una moneda y David vio resplandecer un holograma en la superficie. Mavens colocó el disco con todo cuidado sobre la pequeña mesa pulida que había al lado de su bebida.
—Estoy buscando a Kate Manzoni —dijo— y a Bobby Patterson y a Mary Mays. Los empujé a ocultarse. Quiero traerlos de vuelta. Ayudarlos a reconstruir su vida.
—¿Qué puedo hacer? —preguntó David agriamente—. Después de todo, usted cuenta con el respaldo de los recursos del fbi.
—No para esto. A decir verdad, la Agencia ya abandonó las esperanzas de encontrarlos a los tres. Yo no.
—¿Por qué? ¿Quiere castigarlos un poco más?
—En absoluto —dijo Mavens, incómodo—. El de Manzoni fue el primer caso resonante que oscilaba alrededor de las pruebas aportadas por una cámara Gusano. Y lo resolvimos mal. —Sonrió y se lo vio cansado. —Estuve revisándolo. Eso es lo maravilloso de la cámara Gusano, ¿no? Es la máquina más grandiosa del mundo para encontrar explicaciones después del hecho.
“Verá, ahora es posible leer muchos tipos de información a través de la cámara Gusano; en especial, lo que contienen la memoria de las computadoras y los dispositivos de almacenamiento. Revisé todo el equipo que Kate Manzoni había estado usando en el momento de su supuesto delito y, al final, descubrí que lo que Manzoni afirmaba había sido cierto todo el tiempo.
—¿Y eso es…?
—Que Hiram Patterson fue responsable del delito… aunque resultaría difícil acusarlo, incluso utilizando una cámara Gusano. Y que inculpó falsamente a Manzoni. —Sacudió levemente la cabeza, como para aventar un mal pensamiento. —Conocí y admiré la labor periodística de Kate Manzoni mucho antes de que apareciese este caso. El modo en que reveló el encubrimiento y la existencia del Ajenjo…
—No fue culpa de usted —dijo David con llaneza—. Únicamente estaba haciendo su trabajo.
Mavens contestó con aspereza:
—Es un trabajo que arruiné yo. No es el primero. Lo cierto es que quienes fueron dañados —Bobby y Kate— se han esfumado. Y no son los únicos.
—Ocultándose de la cámara Gusano —dijo David.
—Por supuesto. Los está cambiando a todos…
Era cierto. En esta nueva apertura, los negocios florecían. El crimen parecía haber decaído hasta un mínimo irreducible, a casos ínfimos y debidos a trastornos mentales. Cautelosamente, los políticos habían encontrado maneras de operar en el nuevo mundo de paredes de cristal, en el que cada uno de sus movimientos estaba expuesto al examen concienzudo por parte de una ciudadanía preocupada y que estaría en línea de defensa, ahora y en el futuro. Más allá de la trivialidad del turismo en el tiempo, una nueva historia verdadera, a la que se había expurgado de mitos y mentiras, y que no por eso era menos maravillosa, estaba ingresando en la conciencia de la especie humana; naciones y religiones y grandes compañías casi parecían haberse abierto paso a través de sus encuentros de disculpas recíprocas, y para con la gente. Las religiones subsistentes, vueltas a fundar y purificadas, liberadas de corrupción y codicia, estaban surgiendo hacia la luz y, según le parecía a David, se concentraban en atender su verdadera misión, que era la búsqueda de lo trascendente por parte de la humanidad.