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Pasaron una casa residencial de la ciudad que, posiblemente, había sido una tienda transformada, cuyas paredes habían sido reemplazadas por hojas de vidrio transparente. Al mirar en las habitaciones brillantemente iluminadas, Bobby pudo ver que hasta los pisos y cielo rasos eran transparentes, lo mismo que muchos de los muebles… y hasta el baño. La gente se desplazaba desnuda por las habitaciones, aparentemente sin prestar la más mínima atención a las miradas de la gente en la calle. Este hogar era otra reacción más al efecto de observación de la cámara Gusano, una declaración en-la-propia-cara-de-los-fisgones, así como un recordatorio constante para los ocupantes en sí de que cualquier forma manifiesta de vida privada era ahora, y para siempre, ilusoria.

En la intersección con Tottenham Court Road se acercaron a las ruinas de Center Point: un bloque de torres, nunca ocupadas del todo y después destrozadas durante el peor momento del problema generado por el terrorismo de los separatistas escoceses.

Y fue aquí que Bobby y Kate se encontraron, tal como se lo habían prometido.

Un contorno que brillaba con luz trémula bloqueó la trayectoria de Bobby. Logró percibir una máscara térmica dentro de una capucha de recubrimiento inteligente y una mano se extendió hacia la de él. Le tomó unos segundos sintonizarse con la forma rápida y confiada de comunicación táctil en las manos.

—…25. 4712425. Soy 4712425. Soy…

Bobby dio un golpecito rápido con su propia mano y contestó:

—Te tengo. 4712425. 5650982 yo 8736540 otro.

Bien fiuu bien por fin —llegó la respuesta, firme y segura—. Vamos ahora.

El extraño los condujo fuera de la calle principal y hacia un laberinto de callejones. Bobby y Kate, todavía tomados de la mano, se mantuvieron en los costados de la calle, ocultos en las sombras toda vez que les era posible. Pero evitaban los quicios, la mayoría de los cuales estaban ocupadas por pordioseros.

Bobby deslizó la mano dentro de la del extraño.

Creo conocerte.

La otra mano, con una forma icónica, registró alarma.

Y con eso se acaban los recubrimientos y los malditamente inútiles números. —El extraño se refería al número anónimo de identificación que a cada miembro de la red mundial informal de tribus de Refugiados se instaba a usar. Los números se proporcionaban a pedido desde una fuente central, accesible por cámara Gusano, de la que se rumoreaba que era un generador aleatorio de números que se hallaba sepultado en una mina fuera de uso de Montana y que trabajaba sobre la base de principios de mecánica cuántica, imposibles de descifrar.

No eso —contestó él.

Qué, pues. Forma de culo grande y gordo no poder ocultar ni con recubrimiento.

Bobby suprimió una carcajada. Ésa era confirmación más que suficiente de que “4712425” era quien él pensaba: una mujer, acento del sur de Inglaterra, edad que rondaba la sesentena, forma de barril, buen humor, segura de sí misma.

Reconozco estilo. Estilo de escritura táctil.

La mujer hizo un signo de reconocimiento.

Sí sí sí. Oí eso antes. Debo cambiar.

No puedes cambiar todo.

No, pero puedo tratar.

A los alfabetos táctiles de manos, en que la yema de los dedos rozaba la palma y los dedos de la mano del receptor, originariamente se los había desarrollado para gente que era, al mismo tiempo, sordomuda y ciega. Los habían adoptado, y adaptado, con avidez los Refugiados de la cámara Gusano: la comunicación alfabética táctil, que tenía lugar dentro de manos ahuecadas, resultaba casi imposible de descifrar por un observador.

…Casi, pero no del todo. Nada era a prueba de fallas. Y Bobby siempre estuvo consciente de que los observadores con cámara Gusano se podían dar el lujo de mirar hacia atrás en el pasado y de volver a repetir la imagen de cualquier cosa que hubieran pasado por alto, y con la frecuencia que desearan, desde el ángulo que quisieran y en un acercamiento tan detallado como se les ocurriera.

Pero no había necesidad de que los Refugiados le hicieran a los fisgones la vida más fácil de lo que debieran.

A partir de versiones varias y por algunos conocidos, Bobby supo que “4712425” era una abuela. Se había jubilado de su profesión unos años atrás y no tenía antecedentes policiales ni experiencia en la actividad entrometida de vigilancia ni alguna otra razón obvia para haber pasado a la clandestinidad, como, de hecho, sí ocurría con muchos de los Refugiados que Bobby había conocido durante sus años en fuga. Lo que pasaba era, simplemente, que esa mujer no quería que la gente la mirara.

Por fin, 4712425 los trajo a una puerta. Con un gesto silencioso, su guía hizo que Bobby y Kate se detuvieran ahí y ajustaran los recubrimientos y las máscaras térmicas, para asegurar que nada de ellos estuviera expuesto.

La puerta se abrió, revelando nada más que oscuridad.

…Y entonces, dando un giro para una pista errónea, 4712425 los tocó a ambos levemente y los condujo más lejos por la calle. Bobby miró hacia atrás y vio que la puerta se cerraba en silencio.

Cien metros más adelante llegaron a una segunda puerta, que se abrió para dar acceso a un pozo de oscuridad.

Despacio. Paso a paso, dos más… —En la más absoluta oscuridad, 4712425 los estaba guiando a Bobby y a Kate en el descenso por una corta escalera dentro de su armazón.

Por los ecos y los olores, Bobby pudo sentir la habitación que tenía delante de sí era grande; las paredes, duras —revoque, pintado encima quizá— y con una alfombra que ahogaba los sonidos sobre el suelo. Había aroma a comida y bebidas calientes. Y había gente aquí, podía oler el aroma mezclado de esas personas, oír el suave crujido de los cuerpos que se desplazaban por el lugar.

Cada vez estoy adquiriendo más pericia en esto, pensó. Unos pocos años más y no necesitaré usar los ojos en absoluto.

Llegaron a la base de la escalera.

Una habitación quizá quince metros cuadrados —había dicho ahora 4712425 en forma táctil—. Dos puertas en parte atrás. Baños. Gente aquí, once doce trece catorce, todos adultos. Ventanas opacables. —Ésa era una artimaña frecuente: las habitaciones a las que se mantenía a oscuras todo el tiempo eran pasibles de adquirir renombre como nidos de Refugiados.

Pienso OK —deletreó Kate ahora—. Comida aquí y camas. Vamos. —Empezó a sacarse tironeando su recubrimiento y, después, el traje que estaba llevando debajo.

Con un suspiro, Bobby empezó a seguirla de inmediato. Entregó sus ropas, una por una, a 4712425, que las añadió a una ménsula que no podían ver. Después, desnudos con excepción de las máscaras térmicas, se tomaron de la mano una vez más e ingresaron en el grupo, cuyos componentes eran todos anónimos en su desnudez. Bobby hasta esperaba poder intercambiar su máscara térmica con alguno antes de que la reunión hubiera terminado, con el objeto de confundir aún más a quienes pudieran decidir observarlos.