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Se saludaron. Manos, masculinas y femeninas, perceptiblemente diferentes por la textura; se agitaron ante la cara de Bobby. Finalmente, alguien tomó su mano. Bobby tuvo la impresión holística de que se trataba de una mujer, cincuentona, más baja que él; y las manos de ella, pequeñas y torpes, le palparon la cara, las manos y las muñecas.

De ese modo, tocándose en la oscuridad, los Refugiados se exploraban entre sí de manera incierta. El reconocimiento, que se buscaba con dificultad y se confirmaba con precaución, hasta con renuencia, se basaba, no sobre nombres o caras o rótulos visuales o audibles, sino sobre señales más intangibles, más sutiles: la forma que la persona que estaba delante tenía en la oscuridad; su olor, indeleble y característico, a pesar de las capas de suciedad o del lavado más vigoroso; la firmeza o la debilidad en el toque, las modalidades de comunicación, la calidez o la frialdad, el estilo.

En el primero de esos encuentros, Bobby había retrocedido, retrayéndose en la oscuridad ante cada toque. Pero era una forma de saludar gente que distaba mucho de ser desagradable. Supuestamente, eso Kate lo había diagnosticado por él; todo este asunto no verbal, el tocar y el acariciar, rozaba alguna cuerda agradable en un nivel animal profundo de la personalidad humana.

Bobby empezó a relajarse, a sentirse seguro.

Por supuesto, al anonimato de las comunidades de Refugiados lo buscaban los chiflados y los delincuentes… y era relativamente fácil que en las comunidades se infiltraran aquellos que buscaban a otros que se ocultaban, para bien o para mal. Pero según la experiencia de Bobby, los Refugiados tenían una notable eficacia para ejercer su autovigilancia. Aunque no había una coordinación central, era el interés de todos conservar la integridad del grupo local y del movimiento en su totalidad. Así que a los malos de la película se los identificaba con rapidez y se los expulsaba, así como a los agentes federales y a otros intrusos.

Bobby se preguntaba si éste podría ser el modelo de cómo las comunidades humanas se podrían organizar en el futuro sometido a las cámaras Gusano e interconectado: como redes laxas, autogobernadas, caóticas y hasta ineficaces quizá, pero elásticas y flexibles. Como tales, suponía Bobby, los Refugiados no eran más que una extensión de agrupamientos como las redes de VAS y Vigilancia Antibombas y los escuadrones de la verdad, e inclusive agrupamientos anteriores como los observadores aficionados del cielo que habían descubierto el Ajenjo.

Y al estar siendo despojados de sus tabúes y su vida privada por la cámara Gusano, quizá los seres humanos estaban volviendo a una forma más primitiva de conducta: los Refugiados hablaban a través del acicalamiento, como los chimpancés. Invadidos por la calidez y el olor y el tacto, y el sabor inclusive, de otras personas, estas reuniones eran sensuales en extremo y, en ocasiones, hasta llegaban a ser eróticas. Bobby había sabido que más de uno de esos encuentros se degradaba hasta convertirse en una orgía lisa y llana, aunque él y Kate habían dado sus disculpas (no verbales) antes de verse demasiado envueltos en cosas así.

Ser Refugiado, pues, no era algo tan malo. Y por cierto que era mejor que las alternativas que se le ofrecían a Kate.

Pero era una vida en las sombras.

Resultaba imposible permanecer en un mismo lugar durante mucho tiempo, era imposible tener posesiones de importancia; era imposible, inclusive, desarrollar una amistad muy íntima con algún otro Refugiado por miedo a la traición. Bobby sabía el nombre de sólo un puñado de los que había conocido en sus tres años de vida clandestina. Muchos se habían vuelto camaradas, brindando una ayuda y un asesoramiento invalorables, en especial en el principio, a los dos indefensos neófitos que Mary había rescatado. Camaradas, sí, pero sin un mínimo de contacto humano, parecía que nunca podrían llegar a ser verdaderos amigos.

La cámara Gusano no podía privarlo necesariamente de su libertad o de su vida privada pero, según parecía, sí podía encerrar entre paredes su condición de ser humano.

De pronto, Kate le estuvo tironeando el brazo, golpeteando con sus dedos en la palma de la mano de Bobby.

Encontré ella. Mary. Mary está aquí. Por ahí. Ven ven ven.

Sobresaltado, Bobby se dejó llevar hacia adelante.

Estaba sentada sola en un rincón de la habitación.

Con suavidad, Bobby exploró el porte con los dedos: Mary estaba vestida y llevaba una camisola. Había un plato con comida, enfriándose y sin tocar, al lado de ella. No estaba llevando la máscara térmica.

Tenía los ojos cerrados. No respondió a los toques de la pareja, pero Bobby percibió que no estaba dormida.

Kate hundió los dedos con malhumor en la palma de Bobby:

—… Para eso que lleve cartel neón acá estoy vengan agárrenme…

¿Está bien ella?

No sé no me doy cuenta.

Bobby tomó la laxa mano de su hermana, la masajeó y deletreó de manera táctil el nombre de ella, una vez y otra:

Mary Mary Mary Mary Mays Bobby acá Bobby Patterson Mary Mary…

Bruscamente, la muchacha pareció despertar.

—¿Bobby?

Él pudo sentir el silencio aún más profundo, propio de la conmoción, que se hizo en toda la habitación: era la primera palabra que alguien hubiera pronunciado en voz alta desde que la pareja hubo llegado aquí. Kate, al lado de Bobby, extendió el brazo y con la mano como mordaza, tapó la boca de Mary.

Bobby encontró la mano de su media hermana y dejó que ella hablara por tacto con éclass="underline"

Perdón Perdón. Distraída. —Llevó la mano de él hasta su boca, y Bobby sintió que esos labios se distendían formando una sonrisa. Distraída y feliz. Pero eso no necesariamente era algo bueno: feliz significaba descuidada.

¿ Qué ocurrió a ti?

La sonrisa de ella se hizo más amplia.

¿No se supone yo feliz, hermano mayor?

Sabes qué quiero decir.

Implante —se limitó a contestar.

¿Implante qué implante?

Cortical.

Oh!, pensó Bobby, consternado. Rápidamente le transmitió la información a Kate.

Mierda mala mierda —fue la respuesta de Kate—. Ilegal.

Sé eso.

…Jamaica —dígito Mary ahora en la mano de Bobby.

—¿Qué?

Amigo de célula en Jamaica. Veo por sus ojos, oigo por sus oídos. Mejor que Londres. —El toque de Mary en su mano era delicado: la analogía de un susurro.

Los nuevos implantes corticales, adaptados de los aparatos de rv para implante nervioso, eran la expresión final de la tecnología de las cámaras Gusano: un generador pequeño de agujeros de gusano por vacío comprimido, junto con aparatos sensoriales nerviosos, hundidos en lo profundo de la corteza de la persona que los recibía. El generador estaba rociado con sustancias químicas neurotrópicas, por lo que, en el transcurso de varios meses, las neuronas del recibidor desarrollaban vías de acceso hacia el interior del generador. Y el generador neural era un analizador sumamente sensible del diagrama de actividad neuronal, que tenía la capacidad de localizar con precisión sinapsis neuronales individuales.

Un implante así podía leer para, y grabar en, el cerebro, y enlazar ese cerebro con otros. Por medio de un esfuerzo consciente de la voluntad, el recibidor de un implante podía establecer una conexión de cámara Gusano desde el centro de su propia mente con la de cualquier otro recibidor.

Armada con los implantes, una nueva comunidad interconectada estaba surgiendo de las Palestras y los escuadrones de la verdad, y de otros grupos de pensamiento y discusión que habían llegado a caracterizar la nueva y joven organización política de alcance mundiaclass="underline" cerebros unificados con cerebros. Mentes enlazadas.