La sala quedó a oscuras. Durante el lapso de un latido del corazón, o de dos, Kate no pudo ver y oír nada. La sensación de su propio cuerpo se desvaneció, como si al cerebro se lo hubieran estado extrayendo entero fuera del cráneo.
Con un ruido sordo intangible se sintió caer una vez más dentro del cuerpo. Pero ahora estaba de pie.
En una especie de barro.
Luz y calor estallaron por encima de ella, azul, verde, marrón. Estaba en la margen de un río, hundida hasta los tobillos en lodo espeso, negro y pegajoso.
El cielo era de un azul lavado. Kate estaba en el borde de un bosque, un lujurioso aluvión de helechos, pinos y conieras gigantescas; el espeso follaje oscuro bloqueaba el paso de casi toda la luz. El calor y la humedad eran sofocantes; Kate podía sentir el sudor que la empapaba a través de la camisa y los pantalones, haciendo que el flequillo se le adhiriera a la frente. El río cercano era ancho, lánguido, amarronado por el lodo.
Trepó adentrándose un poco más en el bosque, en busca de terreno más firme. La vegetación era muy densa; hojas y renuevos foliares arañaban su cara y sus brazos. Había insectos por todas partes, entre ellos libélulas azules gigantescas, y la selva estaba animada con ruidos: gorjeos, gruñidos, graznidos.
La sensación de realidad era pasmosa; la autenticidad iba mucho más allá de cualquier otra rv que Kate hubiera experimentado antes.
—¿Impresionante, no? —Bobby estaba parado al lado de ella. Llevaba pantalones cortos, camisa y sombrero de ala ancha, todos de color caqui, al estilo safari; del hombro colgaba un rifle de aspecto anticuado.
—¿En dónde estamos? Es decir…
—¿En cuándo estamos? Esto es Arizona a fines del triásico, hace unos doscientos millones de años. Se parece más a África, ¿no es así? Este período nos brindó los estratos de Desierto Pintado. Tenemos gigantescos equisetos, helechos, cicadas, licopodios… Pero en algunos aspectos es un mundo monótono. La evolución de las flores todavía está muy lejos en el futuro. Hace que uno se ponga a pensar, ¿no?
Kate tomó un tronco como punto de apoyo para el pie y trató de sacarse con las manos el lodo pegajoso y espeso que le cubría la pierna. El calor era profundamente incómodo y la sed creciente de Kate era feroz. Su brazo desnudo estaba cubierto por un sinnúmero de glóbulos de sudor que destellaban de manera auténtica, y se los sentía tan calientes que era como si estuviesen a punto de hervir.
Bobby señaló hacia lo alto.
—Mire.
Era un pájaro que sacudía las alas sin elegancia por entre las ramas de un árbol… No, era demasiado grande y desmañado como para ser un pájaro. Además, carecía de plumas. Quizás era una especie de reptil volador. Se desplazaba produciendo un ruido como de cuero que cruje, con reflejos púrpura, y Kate sintió escalofríos.
—Admítalo —dijo Bobby—: está impresionada.
Kate movió brazos y piernas en todos los sentidos, doblándolos de una manera y de otra.
—Mi sensación corporal es intensa. Puedo sentir los miembros, tener la sensación de arriba y abajo si me inclino. Pero doy por sentado que todavía estoy tendida en mi otomana, babeándome como usted.
—Sí. Los aspectos propioceptivos del Ojo de la Mente son sorprendentes. Usted ni siquiera está sudando. Bueno, es probable que no lo esté: a veces hay un poco de filtración. Ésta es tecnología de rv de cuarta generación, contando hacia adelante a partir de la burda de anteojos y guantes; después, los implantes de órganos sensoriales —como los suyos— y los implantes corticales, que permitieron el establecimiento de una interfaz directa entre sistemas externos y el sistema nervioso central humano…
—Propio de bárbaros —interrumpió Kate con irritación.
—Quizá —dijo Bobby con suavidad—. Lo que me lleva al Ojo de la Mente. Las bandas cefálicas producen campos magnéticos que pueden estimular zonas precisas del cerebro. Todo sin necesidad de la intervención física.
“Pero no es únicamente la redundancia de los implantes lo que es emocionante —dijo con tono amable—: es la precisión y el alcance de la estimulación que podemos lograr. En este mismo instante, por ejemplo, un mapa de la escena, hecho con ciento ochenta grados de amplitud, se está pintando en forma directa sobre su corteza visual. Estimulamos el núcleo amigdalino y la ínsula, en el lóbulo temporal, para dar sentido del olfato: eso es esencial para la autenticidad de la experiencia. Los olores van directamente al sistema límbico del cerebro, el asiento de las emociones. Ésa es la razón por la que los olores siempre son tan evocadores, ¿sabe? Hasta enviamos leves sacudidas de dolor, mediante el encendido de la corteza anterior de cintillas, el centro, no del dolor en sí, sino del conocimiento consciente del dolor. En realidad trabajamos mucho con el sistema límbico, para garantizar que todo lo que ve la persona contenga un golpe emocional.
“Después está la propiocepción, la percepción del propio cuerpo, que es muy compleja y entraña el ingreso de informaciones sensoriales provenientes de la piel, los músculos y los tendones; información visual y motora proveniente del cerebro; datos sobre equilibrio provenientes del oído interno. Se necesitó mucho de cartografía del cerebro para conseguir que eso saliera bien. Pero ahora podemos hacer que la persona caiga, vuele, dé saltos mortales, y todo sin dejar su otomana… y podemos hacer que vea maravillas, como ésta.
—Todo ese asunto lo conozco bien. Usted se siente orgulloso de eso, ¿no?
—Por supuesto que lo estoy. Yo lo desarrollé. —Parpadeó, y Kate se dio cuenta de que ésa era la primera vez que él la había mirado directamente durante algunos minutos. Incluso aquí, en esta selva triásica de imitación, Bobby hacía que Kate se sintiera vagamente inquieta, aun cuando ella, en cierto nivel, se sintiera indudablemente atraída por él.
—Bobby… ¿en qué sentido esto es suyo} ¿Usted lo inició? ¿Usted lo descubrió?
—Soy el hijo de mi padre. Es dentro de su compañía que estoy trabajando. Pero superviso las investigaciones sobre el Ojo de la Mente. Hago los ensayos de los productos en el terreno.
—¿Ensayos en el terreno?¿Quiere decir que viene aquí y juega a Cacemos al Dinosaurio?
—Yo no lo llamaría jugar —dijo con mansedumbre—. Permítame demostrarle lo que digo. —Se puso de pie con energía y se adentró más profundamente en la selva.
Kate se esforzó por seguirlo. No tenía machete y las ramas y las espinas pronto estuvieron cortándole la delgada tela de la ropa y lacerándole la carne. Eso le punzaba, pero no demasiado. Claro que no: no era real sino nada más que un maldito juego de aventuras. Se precipitó detrás de Bobby, maldiciendo para sus adentros la tecnología decadente y el exceso de riquezas.
Llegaron al borde de un claro, una zona de árboles caídos y carbonizados de los que pequeños brotes verdes pugnaban por surgir. Quizás a este sitio lo había despejado un relámpago.
Bobby extendió un brazo para mantener a Kate atrás, en el borde de la selva.
—¡Mire!
Con el hocico y las patas anteriores, un animal estaba rebuscando entre los fragmentos de madera carbonizada, muerta. Debía de haber tenido unos dos metros de largo, una cabeza parecida a la de un lobo e incisivos sobresalientes. A pesar de su apariencia lupina, estaba gruñendo como un cerdo.
—Un cinodonte —susurró Bobby—, un protomamífero.
—¿Nuestro antecesor?
—No. Los verdaderos mamíferos ya se han diversificado. Los cinodontes son un callejón sin salida en la evolución… ¡Maldición!