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—Todo se ve tan ordenado —musitó Bobby—, hasta moderno. Calles y edificios, oficinas y tiendas. Se puede ver que todo está dispuesto según un patrón de cuadrícula, como Manhattan. Siento como si pudiera entrar en la pantalla y buscar un bar.

El contraste entre esta islita de civilización y el mar de ignorancia, era un trabajo afanoso de siglos de amplitud que la rodeaba de forma impresionante, por lo que David se resistía a irse.

—Estás corriendo peligro al venir aquí—dijo.

La cara de Bobby, flotando sobre el recubrimiento, era como una máscara espectral a la que iluminaba la sonrisa congelada de su lejana bisabuela.

—Ya lo sé. Y también sé que estuviste ayudando al FBI. El seguimiento del adn…

David suspiró.

—De no haber sido yo, algún otro lo habría desarrollado. Por lo menos, de esta manera sé qué se proponen. —Pulsó su pantalla flexible: un recuadro de imágenes más pequeñas se encendió alrededor de la imagen de la bisabuela. —Aquí. La cámara Gusano ve todos los cuartos y corredores vecinos. Esta vista aérea muestra la playa de estacionamiento. He incorporado una mezcla de reconocimiento infrarrojo. Si alguien se acercara…

—Gracias.

—Ha pasado mucho tiempo, hermano. No olvidé el modo en que me ayudaste a superar mi propia crisis, mi roce con la adicción.

—Todos tenemos crisis. No tienes por qué agradecer.

—Todo lo contrario… No me has dicho para qué viniste acá.

Bobby se encogió de hombros y el movimiento que se efectuó dentro del recubrimiento generó un borrón impreciso.

—Sé que nos has estado buscando, estoy bien y vivo. También lo está Kate.

—¿Y feliz?

Bobby sonrió.

—Si quisiera estar feliz tan sólo tendría que encender el micro-procesador que llevo en la cabeza. En la vida hay otras cosas además de la felicidad, David. Quiero que le lleves un mensaje a Heather.

David frunció el entrecejo.

—¿Es sobre Mary? ¿Está herida?

—No… no exactamente —Bobby se enjugó la cara, que estaba acalorada debido al recubrimiento inteligente—: se convirtió en uno de los Unificados. Vamos a tratar de encontrarla para volver a casa. Quiero que me ayudes a organizar eso.

Eran noticias perturbadoras.

—Por supuesto. Puedes confiar en mí.

Bobby sonrió de oreja a oreja.

—Lo sé. De otro modo no habría venido.

Y yo, pensó David con inquietud, desde la última vez que nos vimos he descubierto algo trascendental sobre ti.

Contempló la cara sincera, curiosa, de Bobby, iluminada por un día que había desaparecido hacía dos milenios: ¿era éste el momento de golpear a Bobby con otra revelación más sobre el increíble desastre que con su vida había hecho Hiram… quizás, en verdad el crimen mayor que Hiram hubiera cometido contra su hijo?

Más tarde, pensó. Más tarde. Ya llegará la ocasión.

Además, la imagen de la cámara Gusano seguía refulgiendo en la pantalla, tentadora, ajena, completamente irresistible. La cámara Gusano en todas sus manifestaciones había cambiado el mundo. Pero nada de eso importaba, pensó David, en comparación con esto: el poder de la tecnología para revelar lo que se había considerado perdido para siempre.

Habría tiempo suficiente para la vida, para sus complejas cuestiones, para lidiar con lo futuro carente de forma. Por ahora, la historia llamaba. David tomó la palanca de mando, la empujó hacia adelante y los edificios romanos se evaporaron como copos de nieve bajo el Sol.

Otro breve borrón de migraciones, y ahora había una nueva raza de ancestros: todavía con el característico cabello rubio rojizo y los ojos azules, pero sin vestigios de la nariz aguileña. En torno de las caras titilantes, David pudo ver fugazmente campos, pequeños y rectangulares, trabajados con arados de los que tiraban bueyes o, en épocas de mayor pobreza, por seres humanos inclusive. Había graneros de madera, ovejas y cerdos, ganado vacuno y cabras. Más allá de los campos agrupados vio terraplenes hechos en obra de tierra, lo que convertía la zona en un fuerte… pero bruscamente, cuando se hundieron con mayor profundidad en el pasado, a las obras de tierra las reemplazó una empalizada más tosca de madera.

Bobby dijo:

—El mundo se está volviendo más simple.

—Sí. ¿Cómo fue que lo expresó Francis Bacon?… “Los buenos efectos forjados por los fundadores de ciudades, los legisladores, los padres del pueblo, los extirpadores de tiranos y los héroes de esa clase, no se extienden más que por lapsos breves; en tanto que la obra del Inventor, si bien es algo de menos pompa y apariencia, se siente por doquier y dura para siempre”. En este preciso momento se está librando la guerra de Troya con armas de bronce. Pero el bronce se rompe con facilidad, lo que explica por qué la guerra duró veinte años, relativamente con pocas bajas. Nos hemos olvidado de cómo fabricar hierro, así que no nos podemos matar los unos a los otros con tanta eficiencia como solíamos tener…

Continuaba el trabajo afanoso y con ahínco en los campos, prácticamente sin cambios de una generación a otra. Las ovejas y el ganado, si bien domesticados, se parecían mucho a las razas más silvestres.

Ciento cincuenta generaciones de profundidad, y las herramientas de bronce habían cedido el paso, por fin, a la piedra. Pero los campos que se trabajaban con piedra habían cambiado poco. Como el ritmo de cambios históricos había disminuido, David dejó pasar las imágenes con más rapidez. Transcurrieron doscientas, trescientas generaciones, las caras apenas vislumbradas convirtiéndose en forma borrosa en otras, lentamente moldeadas por el tiempo, el trabajo esforzado y la mezcla de genes.

Pero pronto eso significará nada, pensó David lúgubremente… nada, después del Día del Ajenjo. En esa oscura mañana, toda esta paciente lucha, el trabajo hasta deslomarse de miles de millones de vidas pequeñas, quedará arrasado. Todo lo que habremos aprendido y construido se perderá y hasta puede ser que ni siquiera queden mentes para recordar, para lamentar. Y la pared del tiempo estaba cercana, mucho más cercana que la primavera romana que habían llegado a ver. Podría quedar tan poco de la historia como para ponerse punto final a sí misma.

De pronto, ése fue un pensamiento insoportable, como si con la imaginación David hubiera absorbido la realidad del Ajenjo por primera vez. Tenemos que hallar una manera de empujarlo a un costado, pensó, por el bien de estos otros, de los antiguos que nos contemplan a través de la cámara Gusano. No debemos perder el significado de sus vidas ya desaparecidas.

Y entonces, de modo súbito, el fondo fue una mancha borrosa otra vez.

Bobby dijo:

—Nos volvimos nómadas. ¿Dónde estamos?

David pulsó un panel de referencia.

—Europa boreal. Nos hemos olvidado de cómo hacer agricultura. Las ciudades y los poblados se dispersaron. No más imperios, no más ciudades. Los seres humanos somos bestias bastante raras de hallar y vivimos en grupos y clanes nómadas, poblados que pueden durar una estación, o dos en el mejor de los casos.

Doce mil años más atrás detuvo la exploración.

Ella pudo haber tenido quince años de edad y sobre la mejilla izquierda llevaba, toscamente tatuado, un sello redondo de alguna clase. Parecía estar con una salud vigorosa. Llevaba un bebé envuelto en cuero de animal —mi lejano bistío, pensó David distraídamente— y ella le estaba acariciando la redonda mejilla. La mujer llevaba calzado, calzas y una capa pesada de hojas entretejidas. A sus otras prendas parecía que se las había unido con costuras formadas a partir de tiras de piel. Tenía hierbas metidas dentro del calzado y debajo de su tocado, probablemente para obtener aislación contra el frío.