Una mano tocó la de ella.
En medio del caos, las recriminaciones y la ira que sucedieron a la recuperación de Mary y Kate, David pidió ver a Mary en la fría calma de la Fábrica de Gusanos.
De inmediato lo estremeció la familiaridad de los ojos azules de Mary, tan parecidos a los ojos que había seguido hacia lo profundo del tiempo, hasta llegar a África.
Sintió escalofríos ante la sensación de desvanecimiento de la vida humana. ¿Es que Mary no era más que la manifestación transitoria de genes que se le habían transmitido a ella a través de miles de generaciones, inclusive desde los hace mucho desaparecidos días del Neanderthal, genes que, a su vez, habrían de pasar a un futuro desconocido? Pero la cámara Gusano había destruido esa deprimente perspectiva. La vida de Mary era transitoria, pero no por ello menos importante y ahora que al pasado se lo había expuesto, los que iban avenir después seguramente habrían de recordar y de apreciar a esta muchacha.
Y la vida de ella, moldeada en un mundo que cambiaba con rapidez, todavía podría llevarla a lugares que David ni siquiera podía imaginar.
Mary le dijo:
—Pareces preocupado.
—Eso se debe a que no estoy seguro de con quién estoy hablando.
Ella resopló y, durante un instante, David vio a la antigua, rebelde y descontenta Mary.
—Disculpa mi ignorancia —dijo David—. Tan sólo estoy tratando de entender. Todos estamos tratando. Esto es algo nuevo para nosotros.
La muchacha asintió con la cabeza.
—¿Y, en consecuencia, es algo para temer?… Sí—dijo finalmente—. Sí, pues. Nosotros estamos aquí. El agujero de gusano que hay en mi cabeza nunca se apaga, David. Todo lo que hago, todo lo que veo y oigo y siento, todo lo que pienso, es…
—¿ Compartido ?
—Sí. —Lo estudió. —Pero sé lo que quieres dar a entender con eso: diluido. ¿No es así? Pero no es así. Yo no soy menos de mí misma, sino que estoy mejorada. Sencillamente es otro estrato de la mente, o del procesamiento de información si lo prefieres: es un estrato que está por sobre mi sistema nervioso central, del mismo modo en que el snc lo está sobre las redes más antiguas, como la bioquímica. Mis recuerdos siguen siendo míos. ¿Importa que estén guardados en la cabeza de alguna otra persona?
—Pero esto no es tan sólo una clase pulcra de red de telefonía móvil, ¿no? Ustedes, los Unificados, sostienen que es algo mucho más elevado que eso. ¿ Hay una nueva persona en todo esto, un nuevo y combinado ser? ¿Una mente grupal, vinculada por agujeros de gusano, que surge de la red?
—Tú crees que eso sería una monstruosidad, ¿no?
—No sé qué pensar al respecto.
La estudió, tratando de encontrar a Mary dentro de la cáscara de la Unificación.
No ayudaba que los Unificados rápidamente hubieran adquirido renombre como actores consumados, o mentirosos, para decirlo de manera más directa. A causa de sus estratos separados de conciencia, cada uno de ellos tenía el dominio de su lenguaje corporal, de los músculos de la cara, un poder sobre los canales de comunicación que había evolucionado para transmitir información de manera confiable y honesta que podían derrotar al actor más experto. David no tenía motivos para suponer que Mary le estuviera mintiendo. Era, simplemente, que no alcanzaba a ver cómo podía comprobar si ella lo estaba haciendo o no lo estaba haciendo.
Mary dijo en ese momento:
—¿Por qué no me preguntas lo que realmente quieres saber?
Turbado, él contestó:
—Muy bien, Mary… ¿qué se siente?
Ella contestó lentamente:
—Lo mismo. Sólo que… más. Es como despertarse por completo; una sensación de claridad, de conciencia plena. Tú debes saberlo. Nunca fui una científica, pero he resuelto rompecabezas. Juego al ajedrez, por ejemplo. La ciencia es algo como eso, ¿no?, deduces algo y, de pronto, ves cómo todo el juego encaja perfectamente. Es como si las nubes se disiparan nada más que por un instante y pudieras ver a lo lejos, mucho más lejos que antes.
—Sí —contestó David—, he tenido algunos momentos así en mi vida. Fui afortunado.
Ella le apretó la mano.
—Pero, para mí, ése es el modo en que se sienten las cosas todo el tiempo. ¿No es maravilloso?
—¿Entiendes por qué la gente les teme?
—Hacen más que temernos —dijo Mary con calma—, nos persiguen. Nos atacan. Pero no nos pueden dañar. Los podemos ver venir, David.
Eso lo hizo estremecerse.
—Y aun si a uno de nosotros lo matan… aun si me matan… entonces nosotros, el ser más grande, seguimos adelante.
—¿Qué quiere decir eso?
—La red de información que define a los Unificados es grande y está creciendo todo el tiempo. Probablemente es indestructible, como una Internet de las mentes.
David frunció el entrecejo, oscuramente irritado.
—¿Alguna vez oíste hablar de la teoría del vínculo? —siguió ella—, describe nuestra necesidad psicológica de formar relaciones íntimas, de llegar a nuestros íntimos. Precisamos esas relaciones para ocultar la horrible verdad que enfrentamos cuando crecemos: que cada uno de nosotros está solo. La batalla más tremenda de la existencia humana es conseguir la aceptación de ese hecho. Y ésa es la razón por la que estar Unificados es tan atrayente.
—Pero el microprocesador que tienes en la cabeza no te ayudará —respondió David con brutalidad—. No al final, pues debes morir sola, exactamente igual que como debo hacerlo yo.
Mary sonrió, disculpándolo con frialdad, y se sintió avergonzada.
—Pero eso puede no ser cierto —repuso—. Quizá yo pueda seguir viviendo, y sobreviva a la muerte de mi cuerpo… del cuerpo de Mary. Pero yo, mi conciencia y mis recuerdos, no estarán residiendo en el cuerpo de uno de los miembros o de otro, sino que estarán… distribuidos. Compartidos entre todos ellos. ¿No sería maravilloso?
David susurró.
—¿Y ésa serías tú? ¿Verdaderamente podrías evitar la muerte de esa manera? ¿O este yo distribuido sería una copia?
Ella suspiró:
—No lo sé. Además, la tecnología está, en cierto modo, lejos de realizar eso. Hasta que lo haga padeceremos enfermedades, accidentes, la muerte. Y siempre estaríamos apesadumbrados.
—Cuanto más sabio eres, más te duele.
—Sí. La condición humana es trágica, David. Cuanto más grande se vuelven los Unificados, más claramente puedo ver eso. Y más lo puedo sentir. —El rostro de ella, todavía joven, parecía recubierto por la máscara fantasmal de una edad mucho mayor.
—Ven conmigo —dijo David—. Hay algo que te quiero mostrar.
Kate no pudo evitar un respingo y quitó la mano con rapidez.
Astutamente convirtió su jadeo involuntario en tos, y extendió el movimiento de la mano para cubrirse la boca. Después, con delicadeza, volvió a poner la mano donde había estado: descansando sobre la sábana superior de la cama.
Y ese delicado toque volvió. Los dedos eran cálidos, fuertes, inconfundibles a pesar del guante de recubrimiento inteligente que tenía que taparlo todo. Sintió los dedos posarse sobre su palma y trató de mantenerse quieta, comiendo el durazno.
—Perdón sobresaltar ti. No deseo daño.
Kate se inclinó un poco hacia atrás, buscando ocultar su propia digitación detrás de la espalda.
—¿Bobby?
—¿ Quién si no? Linda prisión.
—En Fábrica de Gusanos, ¿no?