—Pero no va a ser así —dijo Hiram con rapidez—. ¿No te das cuenta? Estaremos juntos, Bobby. Habré vencido a la muerte, por Dios. Y cuando te vuelvas viejo, lo podremos hacer de nuevo. Y de nuevo, y de nuevo.
Bobby se quitó bruscamente el brazo de Kate y avanzó a zancadas hacia Hiram.
Wilson se interpuso entre Hiram y Bobby, empujándolo a Hiram hacia atrás de ella, y levantó su pistola.
Kate trató de avanzar para interponerse, pero se sentía como si hubiera estado envuelta en melaza.
Wilson estaba dudando. Parecía estar por tomar una decisión propia. La boca del arma fluctuó entre blancos.
Entonces, en un solo movimiento rápido como un relámpago, se dio vuelta y le dio a Hiram una bofetada sobre la oreja, que fue lo suficientemente fuerte como para dejarlo tendido en el piso, y lo agarró a Bobby. Éste trató de asestarle un golpe, pero la mujer lo tomó por el brazo herido y le apretó el hombro herido con un dedo lleno de decisión, Bobby lanzó un grito, los ojos se le pusieron en blanco y cayó de rodillas.
Kate se sentía abrumada, desconcertada. ¿Y ahora, qué? ¿Cuánto más se iba a complicar todo esto? ¿Quién era esta Wilson? ¿Qué quería?
Con movimientos llenos de energía, Wilson los tendió a Bobby y su clon-padre uno al lado del otro y empezó a mover conmutadores en la consola del equipo que estaba en el centro de la habitación. Hubo un zumbido de ventiladores y un crepitar de ozono; Kate sentía que poderosas fuerzas se estaban acumulando en la habitación.
Hiram trató de sentarse, pero Wilson lo volvió a dejar tendido de espaldas aplicándole una patada en el pecho.
Hiram le gritó con voz ronca:
—¿Qué demonios está haciendo?
—Dando inicio a un agujero de gusano —murmuró Wilson, concentrada—. Un puente hacia el centro de la Tierra.
Kate le dijo:
—Pero no puede. Los agujeros de gusano todavía son inestables.
—Ya lo sé —contestó Wilson secamente—. Ese es el objetivo. ¿Todavía no lo entiende?
—¡Santo Dios —dijo Hiram—, usted pretendía hacer esto todo el tiempo!
—Para matarlo a usted. Tiene toda la razón. Esperé esta oportunidad… y la aproveché.
—¿¡Por qué, en nombre del Cielo!?
—Por Barbara Wilson. Mi hija.
—¿Por quién?…
—Usted la destruyó. Usted y su cámara Gusano. Sin usted…
Hiram lanzó una carcajada, un sonido feo, forzado.
—No me lo diga. No importa. Todo el mundo tiene algo de qué quejarse. Siempre supe que uno de ustedes, imbéciles amargados, al final iban a lograr infiltrarse. Pero yo confiaba en usted, Wilson.
—De no haber sido por usted yo habría sido feliz. —La voz de la mujer sonaba diáfana y serena.
—¿De qué está hablando?… ¿Pero a quién mierda le importa? Mire… ya me tiene —dijo Hiram con desesperación—. Deje ir a Bobby. Y a la muchacha. Ellos no importan.
—¡Pero sí importan! —Wilson parecía estar a punto de llorar. —¿No se da cuenta? Él es lo que importa.
El zumbido del equipo fue en crescendo y sobre las salidas del monitor de la pantalla flexible que había en la pared, dígitos empezaron a correr de arriba hacia abajo.
—Sólo faltan unos segundos —dijo Wilson—. No es esperar mucho, ¿no? Y después todo habrá terminado.
Se volvió hacia Bobby.
—No debe temer.
Bobby, apenas consciente, se esforzó por hablar:
—¿Qué?
—No va a sentir cosa alguna.
—¿Y eso qué le importa a usted?
—Pero es que sí me importa. —Le acarició la mejilla. —Pasé tanto tiempo observándote. Sabía que eras clonado. No importa. Te vi dar tus primeros pasos. Te amo.
Hiram gruñó:
—Una remaldita merodeadora por la cámara Gusano, eso es todo lo que es usted. ¡Qué…poca cosa? Me han perseguido sacerdotes, proxenetas, políticos, criminales, nacionalistas, los cuerdos y los dementes. Todos los que tenían alguna queja contra el inventor de la cámara Gusano. Los esquivé a todos ellos. Y ahora llegamos a esto. —Empezó a forcejear. —No. No de este modo. No de este modo…
Y con un solo desplazamiento como el de una víbora, se lanzó hacia la pierna de Wilson y hundió los dientes en los tendones de los músculos.
La mujer lanzó un grito y trastabilló hacia atrás. Hiram se mantenía agarrado con los dientes, como un perro, mientras la sangre de su presa le chorreaba por la boca. Soltó la pierna de Wilson y aulló hacia Kate:
—¡Sáquelo de acá! ¡Sáquelo…! —Pero en ese momento la mujer le disparó el puño contra la ensangrentada garganta y Kate oyó el crujido de cartílago y hueso; la voz de Hiram se transformó en un gorgoteo.
Kate agarró a Bobby por el brazo sano y lo arrastró a viva fuerza, para hacerlo pasar por el umbral de la casamata. El joven gritó cuando su cabeza resonó al golpearse con el quicio de metal grueso de la puerta, pero Kate no le prestó atención.
No bien los colgantes pies de Bobby hubieron traspuesto la puerta, Kate la cerró de un golpe, enmascarando el ruido cada vez más intenso del agujero de gusano, y empezó a afianzarla con las grapas de sujeción.
Los esbirros de seguridad de Hiram se estaban acercando, confundidos. Kate, mientras hacía girar la rueda, les gritó:
—¡Ayúdenlo y largúense de acá!…
Pero, en ese momento, la pared se hinchó contra Kate, que fugazmente vio luz tan brillante como la del Sol. Ensordecida, cegada, le pareció que estaba cayendo.
Cayendo hacia la oscuridad.
28. LAS EDADES DE SÍSIFO
Como dos stapledons, puntos de vista incorpóreos de cámara Gusano, Bobby y David se remontaron sobre el sur de África.
Era el año 2082. Cuatro décadas habían transcurrido desde la muerte de Hiram Patterson. Y Kate, la esposa de Bobby durante treinta y cinco años, estaba muerta.
A un año de convivir con esa brutal verdad, la idea de su ausencia nunca se apartaba de sus pensamientos, sin importar siquiera cuan magnífico fuese el panorama que la cámara Gusano le trajera. Pero él aún estaba vivo y tenía que seguir viviendo; se forzó a mirar hacia afuera, para estudiar África.
En el presente las-llanuras del más antiguo de los continentes estaban cubiertas con una cuadrícula rectangular de campos de labranza. En todas direcciones se estrechaban edificios con pulcras chozas de plástico, las máquinas trabajaban esforzadamente; las cultivadoras autónomas se parecían a escarabajos crecidos en exceso con caparazones de células solares centelleando a la luz del día. La gente se movía despacio a través de los campos; toda ella usaba ropa blanca suelta, sombreros de ala ancha y capas recargadas de filtro solar.
En el corral de una de las granjas, que estaba cuidadosamente barrido, jugaba un grupo de niños. Se los veía limpios, bien vestidos y bien alimentados; corrían a los gritos y se asemejaban a blancos porotos sobre la mesa, en ese paisaje. Bobby había visto pocos niños hoy, y este excepcional puñado le parecía de un preciosismo único.
Al observarlos más de cerca, vio cómo los desplazamientos de esos niños eran complejos y rígidamente coordinados, como si pudieran saber sin demora ni ambigüedad qué pensaban los otros. Tal vez, sí lo sabían. Así se le había dicho a Bobby: había niños que nacían con agujeros de gusano en la cabeza, enlazados dentro de las mentes del grupo de los Unificados, que cada vez se expandía más, aún antes de salir del útero.
Eso hizo que Bobby se estremeciese. Sabía que su cuerpo estaba respondiendo al fantasmagórico pensamiento, abandonado en la instalación a la que todavía se llamaba Fábrica de Gusanos, aunque a cuarenta años después de la muerte de Hiram, el actual propietario de la instalación fuese un fideicomiso que representaba a un consorcio de museos y universidades.