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David dijo:

—El primer gran apogeo de los mamíferos. Bosques por todo el planeta, las tierras de pastoreo habían desaparecido por completo. Y también lo ha hecho la fauna moderna: no hay caballos, ni rinocerontes, ni cerdos, ni ganado vacuno, ni gatos, ni perros, que se encuentren completamente evolucionados…

Cada pocos segundos, la cabeza de la abuela se movía hacia un lado y hacia otro con nerviosidad, incluso mientras masticaba frutos y hojas. Bobby se preguntaba qué depredadores podrían descolgarse amenazadores desde este extraño cielo, para tomar como blanco a un primate desprevenido.

Con el consentimiento sin palabras de Bobby, David soltó el instante y cayeron una vez más por el tiempo. El fondo se borroneó para convertirse en una acuarela azul verde, y la cara de la antepasada se deslizó, haciéndose más pequeña, con los ojos más abiertos y habitualmente negros: quizá se había vuelto nocturna.

Bobby vio de modo fugaz la vegetación, espesa y verde, en gran parte, para nada familiar. Y, no obstante, la tierra tenía apariencia de estar extrañamente vacía: no había herbívoros gigantes, ni carnívoros que los persiguieran cruzando el vacío escenario que estaba más allá de la cara de mejillas estrechas, ensombrecida, con ojos enormes, de la antepasada. El mundo era como una ciudad abandonada por los seres humanos, pensó Bobby, con los seres diminutos, las ratas y los ratones y los ratones de campo, excavando sus madrigueras entre las enormes ruinas.

Pero ahora los bosques empezaban a retroceder otra vez, disolviéndose como bruma de verano. Pronto la tierra se volvió esquelética: una planicie señalada por tocones rotos de árboles que alguna vez debieron de haber sido muy altos.

De repente se acumuló hielo, que se extendió por el suelo en forma de gruesas lenguas. Bobby podía sentir la vida que se iba estirando fuera de este mundo como una marea lenta.

Y entonces vinieron nubes, que sumergieron el mundo en la oscuridad. La lluvia, entrevista, empezó a saltar del terreno oscurecido. Grandes pilas de huesos se rearmaban desde el barro y la carne se acumulaba sobre ellos formando protuberancias grises.

—Lluvia ácida —murmuró David.

Destelló luz, encandilante, abrumadora.

No era la luz del día, sino un incendio que parecía abarcar todo el paisaje. La violencia del fuego era enorme, alarmante, aterrorizante.

Pero retrocedió.

Bajo un cielo plomizo, los incendios empezaron a aplastarse formando llamaradas aisladas que iban menguando más, cada llama derrotada devolviéndole el verdor a otra rama con hojas. Por fin, el fuego se redujo a bodoques candentes y compactos que saltaban hacia el cielo y las chispas que huían se fusionaban dando una nube de estrellas fugaces bajo un cielo negro.

Ahora, las nubes negras espesas se retiraban como una cortina. Sopló un poderoso viento que devolvió las ramas arruinadas a los árboles, llevando con suavidad a bandadas de seres voladores a las ramas. En el horizonte se estaba acumulando un abanico de luz, que se volvía rosado y blanco, para al final convertirse en una línea de energía cuya irradiación apuntaba directamente hacia el cielo.

Era una columna de roca fundida.

La columna se derramó dando un fulgor anaranjado y, como si fuera un segundo amanecer, una masa incandescente, difusa, se alzó por sobre el horizonte. Una cola larga, también incandescente, se extendió por medio cielo describiendo una gran curva flamígera. Enmascarado por la luz del día, brillante en la noche, el cometa retrocedía día tras día, llevando su carga de destrucción de vuelta a las profundidades del Sistema Solar.

Los dos hermanos se detuvieron en un mundo súbitamente renovado, un mundo de riqueza y de paz.

La antecesora, con sus ojos muy abiertos, caminaba por esa tierra como una criatura asustada o quizás incautamente atrapada allí.

A unos pasos de ella, Bobby vislumbró lo que parecía ser la costa de un mar interior. Selvas lujuriantes llegaban hasta las pantanosas tierras bajas que bordeaban la costa y un río ancho descendía desde lejanas montañas azules. Cocodrilos de anchos lomos con crestas cortaron las aguas barrosas y lentas del río. En esta tierra abundaba la vida, y sin ser demasiado familiar en los detalles no difería mucho de aquella tierra propia de la juventud de Bobby.

Pero el cielo no era de un verdadero azul, más bien era de un sutil violeta, pensó; hasta las formas de las nubes que se diseminaban en lo alto, parecían extrañas. Quizás el aire mismo era diferente aquí, tan en lo profundo del tiempo.

Una manada de criaturas cornadas se desplazaba a lo largo de la pantanosa costa. Tenían aspecto parecido al de los rinocerontes, pero sus desplazamientos eran extraños, casi parecidos a los de un pájaro, caminaban con lentitud, mascaban las ramas del follaje, hacían sus nidos, luchaban, se limpiaban. Se veía también una manada de lo que, a primera vista, parecían ser avestruces, que caminaban erguidos, subiendo y bajando la cabeza al compás del desplazamiento, con movimientos nerviosos y mirando suspicaces.

En los árboles, Bobby entrevió una sombra enorme que se desplazaba con lentitud, como si hubiera estado siguiendo el rastro de los gigantescos comedores de plantas. Quizá se trataba de un carnívoro… incluso, pensó con un estremecimiento de emoción, un raptor.

Alrededor de las manadas de dinosaurios revoloteaban nubes de insectos.

—Somos privilegiados —comentó David—, tenemos una visión relativamente buena de la vida silvestre. La era de los dinosaurios resultó ser inmensa, desconcertante, carente de vitalidad y, en su mayor parte, vacía. Se extiende, después de todo, más de centenares de millones de años.

—Pero —repuso Bobby secamente— fue algo así como desconcertante descubrir que el Tiranosaurio Rex era, después de todo, un animal que se alimentaba de carroña. Toda esta belleza, David, y ninguna mente para apreciarla. ¿Estuvo esperando todo el tiempo por nosotros?

—Sí, claro, la belleza que no se ve: “¿Es que a las hermosas conchas espiraladas y en forma de cono de la época del eoceno y a los amonitas esculpidos y llenos de gracia del período secundario se los creó para que, millones de años después, el hombre pudiera admirarlos en su gabinete de investigación?”. Darwin, El origen de las especies.

—Supongo que no. Éste es un lugar antiguo, Bobby. Lo puedes ver, una comunidad remota que evolucionó unida en el transcurso de millones de años. Y, sin embargo,…

—Y, sin embargo, todo eso iba a desaparecer cuando el Ajenjo del cretácico produjo su daño.

—La Tierra no es más que un inmenso cementerio, Bobby y, a medida que nos sumergimos cada vez más en el pasado, todos esos huesos se alzan otra vez para confrontarnos…

—No del todo, tenemos los pájaros.

—Los pájaros, sí. Un final bastante hermoso para este argumento secundario en particular de la evolución, ¿no crees? Esperemos que nosotros tengamos tan buen final. Prosigamos.

—Sí.

Así que se zambulleron una vez más, cayendo con seguridad a través del verano mesozoico de los dinosaurios, doscientos millones de años hacia atrás en el tiempo.

Antiguas selvas pasaron velozmente como una acuarela verde sin significado ante la mirada de Bobby, sirviendo de marco a los ojos tímidos y sin inteligencia de millones de generaciones de ancestros que se reproducían, se esperanzaban, morían.