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Asentí, esperaba más.

– Pero ya sabes cómo funciona eso, Harry. Una lista así sólo sirve si la gente la comprueba. Lo creas o no hay un montón de billetes de cien circulando y si los usas en los sitios adecuados la gente ni siquiera arquea una ceja. No van a perder tiempo en comprobar cada número en una lista de seis páginas. No tienen ni el tiempo ni la predisposición.

Era cierto. El dinero marcado se usaba más como prueba cuando se descubría en posesión de un sospechoso en un delito económico como un asalto a un banco. No recordaba haber trabajado, ni siquiera haber oído que una transacción con dinero marcado condujera a un sospechoso.

– ¿Ibas a llamarme porque olvidaste decirme esto?

– No, no sólo eso. Hay más. ¿Te queda algo en esa petaca?

Agité la petaca para que oyera que estaba casi vacía. Le di lo que quedaba y luego la tapé y volví a guardármela en el bolsillo.

– No hay más, Law. Hasta la próxima. Acaba lo que me ibas a contar.

Su lengua asomó del horrible agujero que tenía por boca y lamió una gota de whisky de la comisura de los labios. Era patético y volví la cabeza para mirar la hora en la televisión y no tener que verlo. En la tele pasaban noticias de economía: un gráfico con una línea roja descendente al lado del rostro de preocupación del obeso presentador.

Volví a mirar a Cross y aguardé.

– Bueno -dijo-, al cabo de, no sé, diez meses o así, casi un año (eso fue después; Jack y yo ya estábamos trabajando otros casos), Jack recibió una llamada de Westwood relacionada con los números de serie. Lo recordé todo el otro día, después de que te fueras.

Supuse que Cross estaba hablando de que un agente del FBI había llamado a su compañero. No era en absoluto raro que los detectives de la policía de Los Ángeles evitaran referirse a los agentes del FBI como agentes del FBI, como si negarles el título de alguna manera los rebajara uno o dos peldaños. La relación entre las dos organizaciones competidoras nunca había sido idílica. El principal edificio federal de Los Ángeles estaba en Wilshire Boulevard, en Westwood, y albergaba los distintos departamentos de la policía federal. Al margen de las envidias jurisdiccionales, necesitaba estar seguro.

– ¿Un agente del FBI? -pregunté.

– Sí, una mujer.

– Vale. ¿Qué os dijo?

– Sólo habló con Jack y después Jack habló conmigo. La agente le contó que uno de los números de serie estaba equivocado y Jack dijo: «¿De veras? ¿Cómo es eso?» Y la agente le explicó que la lista había dado vueltas por el edificio y finalmente había llegado a su mesa. Y ella se había tomado el tiempo de comprobar los números en su ordenador y había un problema con uno de ellos.

Se detuvo como para recuperar el aliento. Volvió a lamerse los labios y me recordó a algún tipo de criatura subacuática saliendo por una grieta de una roca.

– Ojalá tuvieras un poco más en esa petaca, Harry.

– Lo siento. La próxima vez. ¿Qué problema había con el número?

– Bueno, por lo que recuerdo, esa tía le dijo a Jack que coleccionaba números de serie. ¿Me explico? Siempre que llegaba algún documento a su escritorio con números de serie de billetes, ella los introducía en su ordenador, los añadía a su base de datos. Podía cruzar información y cosas así. Era un programa nuevo en el que ella estaba trabajando desde hacía varios años y tenía un montón de números introducidos. Oye, necesito agua. Tengo la garganta seca de tanto hablar.

– Iré a buscar a Danny.

– No, no, eso no. Pon un poco de agua del lavabo en la petaca y beberé de ahí. Eso estará bien. No molestes a Danny. Ya está bastante molesta.

En el cuarto de baño llené la petaca hasta la mitad con agua del grifo. La agité y se la llevé. Se la tomó toda. Después de unos momentos, Cross finalmente prosiguió con su relato.

– Ella dijo que uno de los números de nuestra lista estaba en otra lista y que eso era imposible.

– ¿A qué te refieres? Me he perdido.

– A ver si lo recuerdo bien. Dijo que el número de serie de uno de los billetes de cien que figuraba en nuestra lista coincidía con el de otro billete de cien que formaba parte de un paquete cebo que se habían llevado en el asalto a un banco unos seis meses antes del robo del rodaje.

– ¿Dónde fue el atraco del banco?

– En Marina del Rey, creo. Pero no estoy seguro.

– Vale, ¿cuál era el problema? ¿Por qué el billete de cien del robo anterior no podría haberse puesto otra vez en circulación, llegado a un banco y después formar parte de los dos millones que enviaron a Selma Avenue?

– Eso es lo que yo le pregunté y Jack me dijo que era imposible, porque la agente le explicó que habían detenido al ladrón de Marina del Rey. Llevaba encima el paquete cebo y acabó en la cárcel federal y el billete quedó en custodia como prueba.

Pensé en ello, tratando de formarme una idea clara.

– Estás diciéndome que según ella era imposible que el billete de cien dólares de tu lista formara parte del dinero entregado para el rodaje de la película porque en ese momento estaba custodiado como prueba en relación con el atraco al banco de Marina del Rey.

– Exactamente. Ella incluso fue a comprobar que el billete seguía bajo custodia, y allí estaba.

Traté de pensar en lo que esto podía significar, si es que significaba algo.

– ¿Qué hicisteis Jack y tú?

– Bueno, no mucho. Había un montón de números, seis páginas llenas. Supusimos que tal vez se habían equivocado con uno. Tal vez el tipo que lo anotó todo se había equivocado, había traspuesto una cifra o algo. Entonces ya trabajábamos en otro caso. Jack dijo que haría algunas llamadas al banco y a Global Underwriters. Pero no sé si lo hizo. Poco después entramos en ese maldito bar y todo lo demás quedó en segundo plano… hasta que pensé en Angella Benton y te llamé. Ahora estoy empezando a recordar otra vez, ¿sabes?

– Entiendo. ¿Recuerdas el nombre de la agente?

– Lo siento, Harry, no me acuerdo del nombre. Puede que no lo supiera nunca. No hablé con ella y no creo que Jack me lo dijera.

Me quedé en silencio mientras consideraba si estaba ante una pista que merecía la pena investigar. Pensé en lo que Kiz Rider había dicho respecto de que se estaba trabajando el caso. Tal vez ésa era la clave. Tal vez la gente sobre la que me había hablado eran agentes del FBI. Mientras pensaba esto, Cross empezó a hablar otra vez.

– Por si sirve de algo, según lo que Jack me contó, esta agente, quienquiera que fuera, averiguó esto por su cuenta. El programa que utilizó era suyo. Era como un pasatiempo. No era el ordenador oficial.

– Vale. ¿Sabes si hubo alguna coincidencia más en los números? ¿Antes de éste?

– Hubo una, pero no llevó a ninguna parte. De hecho, surgió enseguida.

– ¿Qué fue?

– Apareció en un depósito bancario. Creo que era en Phoenix. Mi memoria es como un queso de Gruyere. Está llena de agujeros.

– ¿Recuerdas algo de ese billete?

– Sólo que era un depósito de dinero procedente de una transacción en efectivo. Un restaurante, quizá. No íbamos a poder tirar del hilo mucho más.

– ¿Pero fue poco después del robo?

– Sí, recuerdo que saltamos sobre ello. Jack lo investigó, pero llegó a un callejón sin salida.

– ¿Cuánto después del robo? ¿Lo recuerdas?

– Tal vez unas pocas semanas. No estoy seguro.

Asentí con la cabeza. Estaba recuperando la memoria, pero ésta todavía no era fiable. Me sirvió para recordarme que sin el expediente del caso estaba notoriamente limitado.

– Bueno, Law, gracias. Si te acuerdas de algo más o piensas en algo, pídele a Danny que me llame. Y tanto si eso pasa como si no, volveré a verte.