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La segunda compra de gasolina era la curiosidad. ¿Se trataba de un error, una pista que apuntaba en la dirección de los secuestradores de la agente? ¿O era una pista falsa, un movimiento intencionado de los secuestradores para orientar la investigación en la dirección equivocada? Y la cantidad de gasolina planteaba otra cuestión. ¿Qué clase de vehículo estaban buscando? ¿Una grúa? ¿Una camioneta? ¿Un camión de mudanzas?

Los agentes del FBI se presentaron en la gasolinera, pero no había cámaras de vídeo ni testigos fiables del uso de la tarjeta de crédito porque había sido una compra de pago en el surtidor. Fue la última señal en la pantalla del radar, pero nada más.

No obstante, una agente continuaba desaparecida. No había elección. El archivo contenía los informes breves de tres días de búsquedas aéreas por el desierto del condado de San Bernardino. Era buscar una aguja en un pajar, pero la operación había que hacerla. No dio frutos.

Los agentes también pasaron varios días en las vías más probables que Gessler podía haber tomado a través del paso de Sepúlveda en su camino a casa. La ruta se abría paso por las montañas de Santa Mónica. Mientras que la ladera sur ofrecía pocas opciones además de la autovía 405 y Sepúlveda Boulevard, la ladera norte ofrecía una red de atajos descubiertos a lo largo de cincuenta años de batallar con las horas punta. Los agentes recorrieron todas estas carreteras en busca de testigos de un accidente en el que se hubiera visto implicado un Ford Taurus azul, una escena de accidente que podría haber parecido rutinaria pero que ocultaba el secuestro de una agente federal.

No sacaron nada.

El paso de Sepúlveda había sido escenario de crímenes similares en el pasado. Al hijo del popular actor cómico Bill Cosby lo atracaron y lo asesinaron una noche en la carretera no hacía muchos años. Y en la última década un puñado de mujeres habían sido secuestradas y violadas, una de ellas apuñalada hasta la muerte, después de detenerse en la carretera cuando sus vehículos eran alcanzados por detrás o quedaban averiados. No se creía que estos incidentes fueran obra de una sola persona. Pero el paso, con las colinas, las carreteras oscuras y serpenteantes y el anonimato, era un lugar que atraía a los depredadores. Como los leones que vigilaban un manantial, los depredadores humanos no necesitaban esperar demasiado en el paso de Sepúlveda. El paso montañoso era uno de los corredores con más densidad de tráfico del mundo.

Cabía la posibilidad de que Gessler hubiera sido víctima azarosa de un asesinato, como aquellos que ella trataba de categorizar y entender en su trabajo. Podía haber atraído a un depredador en la estación de servicio, o tal vez al abrir demasiado el bolso para sacar la tarjeta de crédito. Tal vez la habían seguido por otra razón. Era una mujer atractiva. Si un empleado de la estación de servicio se había fijado en su atractivo de manera sutil, un depredador podría haberla visto como lo que necesitaba.

Aun así, el equipo de agentes asignado inicialmente al caso tenía dudas de que Gessler entrara en el perfil de otras víctimas anteriores del paso de Sepúlveda. El coche de Gessler no era ostentoso. Y habría sido una oponente formidable. Al fin y al cabo, era una agente federal que contaba con una elevada preparación. También era alta, medía casi uno ochenta y pesaba sesenta y tres kilos. Se entrenaba regularmente en el L.A. Fitness Club de Sepúlveda Boulevard y había tomado clases de boxeo tailandés durante varios años. Los estudios que le habían hecho en el club mostraban que tenía un cuatro por ciento de grasa corporal. Era básicamente músculos y sabía usarlos.

Gessler también llevaba su pistola cuando estaba fuera de servicio. En la noche en que desapareció vestía unos elásticos y un blazer negros con una blusa blanca. Su pistola, una Smith & Wesson de 9 milímetros, estaba en una cartuchera de cintura. El dependiente de la gasolinera recordaba haber visto el arma porque Gessler no llevaba puesto el blazer cuando echó gasolina en el surtidor de autoservicio. El blazer se encontró después en una percha colgada de una ventanilla del Ford Taurus.

Todo ello significaba que cuando aquella noche el coche de Gessler fue golpeado por detrás en el paso, ella salió del vehículo con un arma claramente visible en la cadera. Quien bajó del Ford era una mujer bien preparada y que confiaba en sus aptitudes físicas. Esta combinación podría haber sido un importante elemento disuasorio para la agresión, que aparentemente debería haber convencido a cualquier depredador de encontrar a otra víctima.

De manera que a pesar de que el FBI no descartó la posibilidad de que Gessler hubiera sido la víctima elegida al azar de un delito, Lindell había dirigido una investigación paralela sobre la hipótesis de que Gessler había sido el objetivo por su trabajo como agente.

Los informes relacionados con esta rama de la investigación constituían más de la mitad de los documentos del expediente que tenía ante mí. Aunque sabía que no disponía del expediente completo, estaba claro que los agentes del caso no dejaron piedra sin remover en la búsqueda de un posible vínculo con la desaparición de Gessler. Se examinaron casos que se remontaban a los primeros años de la agente en la oficina de campo de Los Ángeles para hallar un posible nexo con la investigación. Se interrogó a todos los compañeros y colegas que había tenido a lo largo de sus años en el cuerpo en busca de posibles enemigos y amenazas que hubiera recibido. Entre estos informes había un resumen de una entrevista con la ex agente Eleanor Wish, mi ex mujer, llevada a cabo en Las Vegas. Ella no había hablado con Gessler en casi diez años antes de su desaparición. No recordaba ninguna amenaza ni nada que pudiera ayudar en la investigación.

Todos los delincuentes que Gessler puso entre rejas o contra los que testificó fueron localizados y entrevistados. La mayoría tenían coartadas y ninguno emergió como un sospechoso sólido.

Según los informes, Gessler se había convertido en la agente de Los Ángeles a la que acudir cuando se necesitaba una búsqueda o una investigación informática. No resultaba extraño en una gigantesca burocracia como la del FBI. La mayoría de las solicitudes de los agentes de Los Ángeles se remitían a las oficinas del FBI en Washington y Quantico, y en ocasiones pasaban días antes de que se diera la autorización y después semanas antes de que se recibieran resultados. Pero Gessler formaba parte de una creciente casta de agentes con elevadas aptitudes con los ordenadores a los que les gustaba hacer las cosas por su cuenta. El agente especial al mando de la oficina de Los Ángeles tuvo noticia de ello y, por consiguiente, Gessler fue apartada de la unidad de robos de bancos, donde había trabajado varios años, y destinada a una unidad de investigación informática de reciente creación, donde se ocupaba de las solicitudes de agentes de campo mientras desarrollaba sus propios programas de ordenador.

Ello significaba que Gessler estaba metida en infinidad de investigaciones en el momento en que desapareció. Miré el reloj y revisé rápidamente decenas de informes que detallaban el trabajo que ella había desarrollado en diferentes casos sólo en el mes de su desaparición. Lindell y otros agentes a sus órdenes revisaron esos trabajos en pos de alguna pista. Al parecer lo más cerca que habían estado de descubrir algo fue cuando revisaron el trabajo de Gessler en una investigación de un servicio de acompañantes que se anunciaba en una web. El trabajo de Gessler formaba parte de una investigación de la unidad de crimen organizado para desvelar los vínculos de la mafia oriental con la prostitución en Los Ángeles.

Según lo que leí, Gessler había descubierto relaciones entre sitios web que anunciaban a mujeres en más de una docena de ciudades. Las jóvenes eran enviadas de ciudad en ciudad y de cliente en cliente. El dinero que generaban los servicios de acompañantes fluía a Florida y después a Nueva York. Siete semanas antes de la desaparición de Gessler, un jurado de acusación aprobó el procesamiento de nueve hombres bajo la ley federal contra la extorsión y el crimen organizado. Justo una semana antes de desaparecer, Gessler testificó acerca de su papel en la investigación durante una vista previa. Su testimonio fue descrito como eficaz y se suponía que declararía cuando el caso llegara a juicio. No obstante, la agente no era una testigo clave. Su testimonio sólo iba en el sentido de la vinculación entre los sitios web y los acusados. El testigo clave era uno de los miembros de la red que había accedido a colaborar con los fiscales a cambio de una rebaja en la condena.