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La posibilidad de que Gessler desapareciera por su condición de testigo era remota, pero era lo mejor que tenían. Lindell trabajó a fondo esta hipótesis, a juzgar por el número de informes y el detalle que éstos contenían. Pero aparentemente no obtuvo nada. El último informe del archivo perteneciente al caso del crimen organizado describía esta rama de la investigación como «abierta y activa, pero sin pistas sustanciales en este momento». Reconocí que ése era el eufemismo del FBI para decir que esta rama de la investigación estaba en vía muerta.

Cerré el expediente y volví a mirar el reloj. Hacía diecisiete minutos que Lindell se había ido. No había nada en el expediente acerca de que Gessler hubiera presentado un informe o notificado a un colega o superior que había llevado a cabo una referencia cruzada acerca de los números de serie contenidos en el listado de Cross y Dorsey; nada que dijera que había llamado al Departamento de Policía de Los Ángeles para informar de que existía un problema con uno de los números de serie del informe.

Después de guardarme mi libreta me levanté, estiré la musculatura de la espalda y paseé un poco por la minúscula sala. Comprobé que la puerta no estaba cerrada con llave. Buena señal. No me estaban reteniendo como sospechoso. Al menos de momento. Después de unos minutos más, me cansé de esperar y salí al pasillo. Miré en ambos sentidos y no vi a nadie, ni siquiera a Núñez. Volví a la sala, cogí el expediente y me fui por donde había entrado. Recorrí todo el camino hasta la sala de espera de la entrada sin que nadie me detuviera o me preguntara adónde iba. Saludé con la cabeza al hombre que estaba al otro lado del vidrio y bajé en el ascensor.

13

Roy Lindell estaba sentado en el mismo banco que yo había ocupado antes de entrar en el edificio. A sus pies había tres colillas aplastadas. Y tenía un cuarto cigarrillo entre los dedos.

– Te has tomado tu tiempo -dijo.

Me senté a su lado y puse el expediente entre ambos.

– ¿Ponerte en la ORP no era como poner a la zorra a cargo del gallinero?

Estaba pensando en el caso en el que lo había conocido seis años antes. No tenía ninguna pista de que perteneciera a una agencia del orden. Y el principal motivo era que regentaba un club de estriptis en Las Vegas y se acostaba con las strippers de dos en dos o de tres en tres. Su camuflaje era tan convincente que incluso después de que supe que era un agente encubierto barajé la idea de que hubiera cruzado la línea. Al final me convencí completamente de que no era así.

– El que es listillo es listillo siempre, ¿eh, Bosch?

– Sí, supongo que sí. Entonces, ¿quién estaba escuchando nuestra conversación ahí arriba?

– Me dijeron que la grabara, que mandarían la cinta.

– ¿A quién?

No dijo nada, era como si todavía estuviera tratando de tomar una decisión.

– Vamos, Roy, ¿quieres darme una pista de lo que está pasando? He mirado tu expediente. Es muy fino, no me ayuda mucho.

– Es sólo lo más destacado, material que guardaba en un archivo de seguridad. El archivo real ocupaba todo un cajón.

– ¿Ocupaba?

Lindell miró en torno como si se diera cuenta por primera vez de que estaba sentado en el exterior de un edificio que albergaba más agentes y espías que ningún otro lugar al oeste de Chicago. Miró al expediente que estaba entre él y yo, expuesto a la mirada de todo el mundo.

– No me gusta estar sentado aquí. ¿Dónde está tu coche? Vamos a dar una vuelta.

Salimos del aparcamiento sin cruzar palabra, pero ver a Lindell actuar de la manera en que lo hacía me puso nervioso y me hizo pensar otra vez en la advertencia de Kiz Rider sobre algún tipo de autoridad superior implicada en el caso. Una vez que nos metimos en el Mercedes, puse el archivo en el asiento trasero y arranqué. Le pregunté adonde quería ir.

– No me importa, tú conduce.

Me dirigí hacia el oeste por Wilshire, con la idea de llegar hasta San Vicente Boulevard y después circular tranquilamente por Brentwood. Sería un bonito recorrido por una calle flanqueada de árboles y atletas, aunque la conversación no fuera agradable.

– ¿Estabas siendo franco en la sala? -preguntó Lindell-. ¿Es verdad que no trabajas en esto para nadie?

– Sí, es la verdad.

– Bueno, será mejor que te andes con cuidado, amigo.

Hay fuerzas más importantes en juego aquí. Gente a la que…

– No le gustan las bromas. Sí, ya lo sé. Eso ya me lo han dicho, pero nadie quiere decirme quién es esa autoridad superior ni por qué se relaciona con Gessler o si tiene algún significado para el golpe del rodaje de hace cuatro años.

– Bueno, no puedo decírtelo porque no lo sé. Lo único que sé es que después de que llamaste hoy hice algunas averiguaciones y al momento todo se me vino encima. ¡Y de qué manera!

– ¿Esto viene de Washington?

– No, de aquí.

– ¿Quién, Roy? No tiene sentido que esté dando vueltas con el coche si tú no vas a hablar. ¿Qué tenemos aquí? ¿ Crimen organizado? Leí el informe de Gessler sobre las webs. Parecía lo único que tenías en marcha.

Lindell rió como si hubiera sugerido algo absurdo.

– ¿Crimen organizado? Ojalá esto fuera un caso de mafias.

Detuve el coche en San Vicente. Estábamos a un par de manzanas del lugar donde Marilyn Monroe había muerto de sobredosis, uno de los misterios y escándalos imperecederos de la ciudad.

– Entonces ¿qué? Roy, estoy harto de hablar solo.

Lindell asintió con la cabeza y me miró.

– Seguridad nacional, tío.

– ¿Qué quieres decir? ¿Alguien cree que hay una conexión terrorista con esto?

– No sé lo que creen. No me informaron. Lo único que sé es que me dijeron que te encerrara, te grabara y mandara la cinta a la novena planta.

– La novena planta…

Sólo lo dije por decir algo. Estaba intentando pensar. Por mi mente pasaron rápidamente las imágenes del caso, el cadáver de Angella Benton en el suelo, el pistolero abriendo fuego, el impacto de una de mis balas alcanzando a uno de los hombres -al menos creía que era un hombre- en el torso y derribándolo en la furgoneta. No había nada que pareciera cuadrar con lo que Lindell me estaba diciendo.

– La novena es donde han puesto la brigada REACT -dijo Lindell sacándome del ensueño-. Son pesos pesados, Bosch. Si te pones delante de ellos en la calle no pararán. Ni siquiera pisarán el freno.

– ¿Qué es REACT?

Sabía que se trataría de otro acrónimo federal. Todas las agencias del orden eran buenas poniendo acrónimos, pero los federales se llevaban la palma.

– Respuesta Regional… no. Es Respuesta Especial de Acción Contra el Terrorismo.

– Esta debe de haber salido de la oficina del director en Washington. Se han estrujado las meninges.

– Gracioso. Básicamente es un grupo interagencias. Estamos nosotros, el servicio secreto, la DEA, todo el mundo.

Supuse que en ese último «todo el mundo» entraban las agencias a las que no les gustaba que se mencionaran sus siglas: la NSA, la CIA, la DIA y el resto del alfabeto federal.