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Lo miré inexpresivo y se dio cuenta de que no le había entendido.

– Los construyo de dos maneras. En la primera, hay una cámara en el reloj que transmite imagen y sonido a un receptor que lo graba en vídeo. Tendría que encontrar un lugar seguro para la grabadora en un radio de menos de treinta metros, para que sea seguro. ¿Va a estar fuera de la casa en una furgoneta o algo así?

– No había planeado eso.

– Bueno, la segunda opción es pasar a digital y grabar en una cinta digital o una tarjeta de memoria que van en la misma cámara. El inconveniente es la capacidad. Con una cinta digital tiene aproximadamente dos horas de tiempo real, después hay que cambiarla. Con una tarjeta hay todavía menos tiempo.

– Eso no funcionará. Sólo pensaba comprobarlo cada varios días.

Empecé a pensar en cómo podría ocultar el receptor en la casa. Tal vez en el garaje. Podía buscar una excusa para ir al garaje y esconder el receptor en algún sitio donde Danny Cross no pudiera verlo.

– Bueno, podemos lentificar la grabación si es necesario.

– ¿Cómo?

– De varias maneras. En primer lugar ponemos la cámara en un reloj. La apagamos, digamos, de medianoche hasta las ocho. También podemos disminuir los FPS y alargar…

– ¿FPS?

– Los fotogramas que se graban por segundo. Aunque hace que la imagen salte.

– ¿Y el sonido? ¿También salta?

– No, el sonido va aparte. Tendrá buen sonido.

Asentí, aunque no estaba seguro de si quería perder parte de la imagen.

– También podemos instalar un sensor de movimiento. Ha dicho que este tipo va en silla de ruedas, ¿se mué ve mucho?

– No, no puede. Está paralizado. La mayor parte del tiempo simplemente está sentado y ve la tele. -¿Algún animal de compañía?

– Creo que no.

– Entonces el único momento en que hay movimiento real en la habitación es cuando entra la cuidadora, y eso es lo que quiere vigilar. ¿Me equivoco?

– No.

– Pues no hay problema. Esto funcionará. Pondremos un sensor de movimiento y una tarjeta de memoria de dos gigas y probablemente le alcanzará para un par de días.

– Con eso bastará.

Asentí y miré a Burnett. Estaba impresionado con su hijo. Andre tenía pinta de poder romper a un quarterback por la mitad, pero había encontrado una especialidad en la vida tratando con circuitos y microprocesadores. Vi el orgullo en los ojos de Burnett.

– Deme quince minutos para montarlo y después iré a enseñarle cómo instalarlo y cómo retirar la tarjeta de memoria.

– Perfecto.

Me senté con Burnett en su despacho y hablamos del departamento y de un par de los casos en los que habíamos trabajado juntos. En uno de ellos, un asesino a sueldo había matado a su objetivo en South L. A. y después a su cliente en Hollywood cuando éste no pudo pagar la segunda parte de la tarifa establecida. Habíamos trabajado juntos durante un mes, mi equipo y Biggar y su compañero, un detective llamado Miles Manley. Lo resolvimos cuando Big y Manley, como llamaban a la pareja, encontraron en el barrio de la víctima a un testigo que recordaba haber visto a un hombre blanco el día del crimen y fue capaz de describir su coche, un Corvette negro con tapicería de cuero. El vehículo coincidía con el que utilizaba el vecino de al lado de la segunda víctima. Confesó después de un largo interrogatorio que condujimos alternativamente Biggar y yo.

– La clave siempre está en algo insignificante como eso -dijo Biggar mientras se reclinaba detrás de su escritorio-. Eso es lo que más me gustaba. No saber de dónde podría salir ese detalle.

– Sé a lo que te refieres.

– ¿Entonces lo echas de menos?

– Sí. Pero lo voy a recuperar. Ahora estoy empezando.

– Te refieres a la sensación, no al trabajo.

– Sí. Y tú, ¿todavía lo echas de menos?

– Gano más dinero del que necesito, pero sí, echo de menos la emoción. El trabajo me daba la emoción y ahora no la encuentro enviando a polis de alquiler de aquí para allá y preparando cámaras. Ten cuidado con lo que haces, Harry. Podrías terminar teniendo éxito como yo y sentado recordando los viejos tiempos, creyendo que eran mucho mejores de lo que eran en realidad.

– Tendré cuidado, Big.

Biggar asintió con la cabeza, agradecido de haber podido dispensar su dosis de consejos del día.

– No tienes que decírmelo si no quieres, Harry, pero diría que ese tipo de la silla es Lawton Cross, ¿eh?

Dudé, pero decidí que no importaba.

– Sí, es él. Estoy trabajando en otra cosa y la investigación se cruzó con él. Fui a verlo y me dijo algunas cosas. Sólo quiero asegurarme, ¿sabes?

– Buena suerte. Recuerdo a su mujer. La vi un par de veces. Era una buena señora.

Asentí. Sabía lo que quería decir, que esperaba que Cross no estuviera siendo maltratado por su mujer. -La gente cambia -dije-. Voy a averiguarlo.

Andre Biggar volvió al cabo de unos minutos con una caja de herramientas, un ordenador portátil y el reloj cámara en una caja. Me dio una clase de vigilancia electrónica. El reloj estaba preparado. Lo único que tenía que hacer yo era colocarlo en una pared y conectarlo. Cuando lo pusiera en hora, activaría el mecanismo de vigilancia al empujar la esfera hasta el fondo. Para sacar la tarjeta de memoria sólo tenía que retirar la tapa del reloj y extraerla. Fácil.

– Bueno, una vez que saco la tarjeta, ¿cómo miro lo que he grabado?

Andre me mostró cómo conectar la tarjeta de memoria en un lateral del ordenador portátil. Después me explicó cómo ejecutar el programa que mostraría el vídeo de vigilancia en la pantalla del ordenador.

– Es sencillo. Sólo cuide el equipo y vuelva a traerlo. Hemos invertido mucha pasta en él.

No quería decirle que no era lo bastante sencillo para mí. Me incliné por la parte económica de la ecuación como excusa para ocultar mis deficiencias técnicas.

– ¿Sabes qué? -dije-. Creo que dejaré aquí el portátil y volveré con la tarjeta de memoria cuando quiera verla. No quiero poner en riesgo todo vuestro equipo, y además me gusta viajar ligero.

– Lo que prefiera. Pero lo mejor de este montaje es su inmediatez. Puede coger la tarjeta y mirarla en el coche delante de la casa del tipo. ¿Para qué volver hasta aquí?

– No creo que haya tanta urgencia. Dejaré el portátil y te traeré la tarjeta, ¿vale?

– Como quiera.

Andre volvió a poner el reloj en la caja acolchada, después me estrechó la mano y salió del despacho. Se llevó el portátil, pero me dejó la caja de herramientas junto con el reloj. Miré a Burnett. Era hora de irse.

– Parece que hace algo más que ayudarte.

– Andre es el alma de este lugar. -Hizo un gesto hacia la pared llena de recuerdos enmarcados-. Yo traigo a los clientes y los impresiono, les hago firmar. Andre es el que lo soluciona todo. Se figura las necesidades y busca la solución.

Asentí y me levanté.

– ¿Quieres cobrarme algo por esto? -dije, levantando la caja que contenía el reloj. Biggar sonrió.

– No, siempre que lo devuelvas. -Entonces se puso serio-. Es lo mínimo que puedo hacer por Lawton Cross.

– Sí-dije, pues conocía la sensación.

Nos dimos la mano y salí con el reloj y la caja de herramientas, albergando la esperanza de que esa cámara oculta fuera el equipo tecnológico que me demostraría que el mundo no era tan malo como yo creía.

15

Desde Biggar & Biggar volví al valle de San Fernando por el paso de Sepúlveda y me topé con la primera oleada brutal de la hora punta. Tardé casi una hora en llegar a Mulholland Drive. En ese punto salí de la autovía y conduje en dirección oeste por las crestas de las montañas. Observé el sol que se ponía por detrás de Malibú dejando un cielo en llamas como rastro. Cuando el sol estaba bajo, sus rayos se reflejaban en la contaminación acumulada en el fondo del valle en tonos de naranja, rosa y púrpura. Era una especie de recompensa por haber soportado respirar todo el día el aire envenenado. Esa tarde predominaba un tono anaranjado suave con volutas de blanco. Era lo que mi ex esposa solía llamar cielo batido de crema cuando veía los anocheceres desde la terraza de la parte de atrás de mi casa. Tenía un nombre para cada uno y siempre me hacía sonreír.