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Ninguno de los cuatro cajones tenía etiqueta que pudiera ayudarme en mi búsqueda, de manera que me agaché y abrí el primero de la izquierda. No había allí archivos, sino lo que parecía el contenido de una mesa de escritorio: un calendario Rolodex con las tarjetas amarillentas, una foto enmarcada de Danny y Lawton Cross en algún momento más feliz, y bandejas de entrada y salida de dos pisos. Lo único que había en la bandeja de entrada era un mapa plegado de Griffith Park.

El siguiente cajón contenía los archivos de Cross. Pasé las lengüetas con el pulgar mirando los nombres y buscando conexiones con lo que estaba investigando. Nada. Pasé al cajón superior del segundo archivador, donde encontré más expedientes. Finalmente hallé uno con el nombre de Eidolon Productions. Lo saqué y lo puse encima del armario. Volví a examinar los ficheros, consciente de que en ocasiones los casos se expanden en varias carpetas.

Encontré una carpeta con el nombre de Antonio Markwell y recordé el caso porque había tenido una gran repercusión en los medios hacía cinco o seis años. Markwell era un niño de nueve años que había desaparecido del patio de su casa en Chatsworth. Robos y homicidios investigó el caso junto con el FBI. Al cabo de una semana encontraron a un sospechoso, un pedófilo con una autocaravana. Éste condujo a Lawton Cross y a su compañero, Jack Dorsey, hasta el cadáver del niño, en Griffith Park. Lo había enterrado junto a las cuevas del cañón de Bronson. Nunca lo habrían encontrado si no hubieran convencido al asesino. Había demasiados lugares para esconder el cadáver de un niño en aquellas colinas.

Había sido un caso sonado, de los que te valen un nombre en el departamento. Supuse que después de aquello Cross y Dorsey pensaban que tenían la suerte de cara. No tenían ni idea de lo que les deparaba el futuro.

Cerré el cajón. A primera vista no había ningún otro archivo relacionado con mi investigación. El cajón de abajo, el último, estaba vacío. Cogí el expediente que había sacado y lo abrí sobre el capó del Malibu. Podría simplemente habérmelo llevado bajo el brazo, pero estaba excitado. Estaba anticipando algo. Una nueva pista, una oportunidad. Quería saber qué guardaba Lawton Cross en el archivo.

En cuanto lo abrí supe que el archivo estaba incompleto. Cross había copiado algunos de los documentos de trabajo del caso para usarlos en casa o en la carretera. Faltaban los informes básicos y no había ninguno que se relacionara específicamente con la investigación del asesinato de Angella Benton. El archivo contenía sobre todo informes relacionados con el golpe del rodaje y la huida entre disparos. Había declaraciones de testigos -yo incluido- y análisis forenses. Había una comparación de ADN entre la sangre encontrada en la furgoneta robada para el atraco y el semen hallado en el cadáver de Angella Benton: no correspondían a la misma persona. Había resúmenes de entrevistas y un T &L, una hoja de tiempos y lugares, un documento con las localizaciones de los implicados en el caso en diferentes momentos importantes del mismo. Estos informes también se conocían como hojas de coartadas. Era una manera de barajar distintos implicados en un caso y posiblemente conseguir un sospechoso.

Pasé rápidamente las páginas de este informe y determiné que Cross y Dorsey habían llevado a cabo un seguimiento de once personas distintas y no todos los nombres me resultaban familiares. El informe de tiempos y lugares era un buen hallazgo. Puse el documento a un lado porque iba a colocarlo encima de todo del archivo cuando hubiera acabado con mi revisión.

Continué, y acababa de coger una copia del informe que contenía los números de serie de una selección aleatoria de los billetes posteriormente robados, cuando escuché la voz de Danny detrás de mí. Se había quedado observando desde el umbral de la casa y yo no me había dado cuenta.

– ¿Has encontrado lo que estabas buscando?

Me volví y la miré. Lo primero en lo que me fijé fue en que se había aflojado el cinturón y la bata se había abierto para revelar el camisón azul pálido de debajo.

– Ah, sí, está aquí. Estaba echando un vistazo. Ya puedo irme si quieres.

– ¿Qué prisa tienes? Lawton todavía está dormido y no se despertará hasta la mañana.

Me sostuvo la mirada al decir la última frase. Yo estaba tratando de interpretar lo que había dicho y lo que significaba, pero antes de que pudiera responder, el sonido y las luces de un coche que aparcaba rápidamente en el sendero de entrada rompieron el momento.

Me volví y vi un coche estándar del gobierno -un Crown Victoria- aparcando en la zona iluminada por la luz del garaje. Había dos hombres en el coche y reconocí al que iba sentado en el asiento del pasajero. Con el menor movimiento de que fui capaz metí el informe de los números de serie en el T &L. Después cogí ambos y los deslicé por la grieta que dejaba el capó entreabierto. Oí que las hojas caían por la ranura hasta el motor. Rápidamente me alejé del coche, dejando el resto del expediente abierto en el capó, y volví a salir al umbral del garaje.

Un segundo Crown Vic se metió en el sendero de entrada. Los dos hombres del primer coche ya habían bajado y entrado en el garaje.

– FBI -dijo el hombre al que reconocí como Parenting Today.

Mostró una tarjeta de identificación con una placa adherida a ésta. Y casi con la misma rapidez la cerró y se la guardó.

– ¿Cómo está el niño? -le pregunté.

Pareció confundido por un momento y pausó su ritmo, pero enseguida continuó y se colocó delante de mí mientras su compañero, que no había mostrado placa, se quedaba a unos pasos a mi derecha.

– Señor Bosch, vamos a necesitar que nos acompañe -dijo Parenting Today.

– Bueno, ahora mismo estoy muy ocupado. Estoy tratando de ordenar este garaje.

El agente miró por encima de mi hombro a Danny Cross.

– Señora, ¿puede volver a entrar y cerrar la puerta? Enseguida nos marcharemos.

– Éste es mi garaje. Es mi casa -respondió Danny.

Sabía que su protesta era inútil, pero de todas formas me gustó que lo intentara.

– Señora, es un asunto del FBI. No le concierne. Por favor entre en la casa.

– Si es en mi garaje, me concierne.

– Señora, no voy a volver a pedírselo.

Hubo una pausa. Yo mantuve la mirada en el agente. Oí que la puerta se cerraba detrás de mí y supe que mi testigo se había ido. En el mismo momento, el agente que tenía a mi derecha levantó las dos manos y cargó contra mí, empujándome contra la puerta lateral del Malibu. Mi codo resbaló por el techo y golpeó una caja que cayó en el suelo al otro lado del coche. Sonó como si contuviera una cristalería.

El agente tenía mucha práctica y yo no opuse resistencia. Sabía que eso habría sido un error. Era lo que esperaban. Con dureza, el federal apoyó mi pecho en el coche y me esposó las manos a la espalda. Sentí que las esposas se ceñían con fuerza en torno a mis muñecas y acto seguido sus manos me cachearon en busca de armas e invadieron mis bolsillos en un registro de rutina.

– ¿Qué están haciendo? ¿Qué pasa?

Era Danny, que había oído el golpe.

– Señora -dijo Parenting Today con voz ruda-, vuelva a entrar y cierre la puerta.

El otro agente me apartó del coche de un tirón y me empujó fuera del garaje, hacia el segundo vehículo. Miré a Danny Cross justo cuando ella estaba cerrando la puerta. Una expresión de preocupación había sustituido la cara de desaprobación a la que tanto me había acostumbrado. También me fijé en que había vuelto a apretarse el cinturón de la bata.

El agente silencioso abrió la puerta de atrás del segundo coche y empezó a empujarme para que entrara.

– Cuidado con la cabeza -dijo justo cuando me ponía la mano en el cuello y me empujaba por el marco de la puerta.