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Recordarlo me deprimió. Al cabo de un rato, me quité la cazadora y me tendí en el colchón. Me tape la cara con la cazadora para tratar de bloquear la luz. Intenté dar la impresión de que estaba durmiendo, de que no me importaba lo que me estaban haciendo. Pero no estaba durmiendo y probablemente ellos lo sabían. Lo había visto todo antes, cuando estaba al otro lado del cristal.

Al final, traté de concentrarme en el caso, revisando mentalmente los últimos hechos y tratando de ver cómo encajaban. ¿Por qué había intervenido el FBI? ¿Porque me había hecho con una copia del expediente de Lawton Cross? Me parecía improbable. Decidí que había pinchado en hueso en la biblioteca al mirar los artículos de Mousouwa Aziz. Habían hablado con la bibliotecaria o revisado el ordenador; las nuevas leyes les autorizaban a hacerlo. Eso fue lo que los hizo saltar. Eso era lo que querían saber de mí.

Después de lo que supuse que eran cuatro horas en la jaula, la puerta se abrió con un zumbido electrónico. Me quité la cazadora de la cara y me incorporé justo cuando entraba un agente al que no había visto antes. Llevaba una carpeta y una taza de café. El agente al que conocía como Parenting Today estaba de pie detrás de él, con una silla de aluminio.

– No se levante -dijo el primer agente.

Me levanté de todos modos.

– ¿Qué coño es…?

– He dicho que no se levante. Siéntese o me voy y volvemos a intentarlo mañana.

Dudé un momento, sosteniendo mi pose de hombre enfadado, pero enseguida me senté en el colchón. Parenting Today dejó la silla justo en el interior de la celda y luego salió y cerró la puerta. El agente que quedaba se sentó y dejó su café humeante en el suelo. El aroma llenó la sala.

– Soy el agente especial John Peoples del FBI.

– Me alegro por usted. ¿Qué estoy haciendo aquí?

– Está aquí porque no escucha.

Me miró para asegurarse de que hacía precisamente lo que él decía que no hacía. Tenía mi edad, quizá un poco más. Conservaba todo el pelo y lo llevaba ligeramente largo para los criterios del FBI. Supuse que no era una elección de estilo, sino que estaba demasiado ocupado para cortárselo.

La clave eran sus ojos. Cada rostro tiene un rasgo magnético, algo que te atrae. Una nariz, una cicatriz, una barbilla partida. Con Peoples todo te atraía a aquellos ojos hundidos y oscuros. Eran ojos de preocupación, guardaban un pesado secreto.

– Le advirtieron que no se metiera, señor Bosch -dijo-. Le dijeron de manera muy explícita que se olvidara de este asunto y aun así aquí estamos.

– ¿Puede responderme a una pregunta?

– Puedo intentarlo. Si no está clasificada.

– ¿Mi reloj está clasificado? ¿Dónde está mi reloj? Me lo regalaron cuando me retiré y quiero recuperarlo.

– Señor Bosch, olvídese de su reloj por el momento. Estoy tratando de meterle algo en esa cabeza dura suya, pero usted se resiste, ¿no?

Extendió el brazo para coger el café y tomó un sorbo. Hizo una mueca cuando le quemó en la boca. Volvió a dejar la taza en el suelo.

– Aquí hay en juego cosas más importantes que su pequeña investigación y su reloj de cien dólares.

Puse cara de sorpresa.

– ¿De verdad cree que eso es todo lo que se gastaron después de tantos años?

Peoples puso ceño y negó con la cabeza.

– No nos está ayudando, señor Bosch. Está comprometiendo una investigación que es vitalmente significativa para este país y lo único que quiere es mostrar lo listo que es.

– Es la perorata de la seguridad nacional, ¿no? ¿Es eso? Bueno, agente especial Peoples, la próxima vez puede ahorrársela. Yo no considero que una investigación de asesinato no sea importante. Cuando se trata de un asesinato no hay compromisos.

Peoples se levantó y caminó hacia mí hasta que me estuvo mirando desde arriba. Se inclinó sobre la cama, y puso la mano en la pared para apoyarse.

– Hyeronimus Bosch -gritó, de hecho pronunciándolo correctamente-. ¡Se está entrometiendo! ¡Está conduciendo en dirección contraria! ¿Lo entiende?

Después se volvió y se sentó de nuevo en su silla. Casi me reí de la actuación y por un momento pensé que no se daba cuenta de que había pasado veinticinco años trabajando en salas como ésa.

– ¿Me está entendiendo? -dijo Peoples de nuevo con voz calmada-. Usted no es policía. No lleva placa. No tiene ningún respaldo, ningún caso. No tiene autoridad.

– Esto era un país libre. Antes era autoridad suficiente.

– Ya no es el mismo país. Las cosas han cambiado. -Presentó el expediente que tenía en la mano-. El asesinato de esta mujer es importante. Por supuesto que lo es. Pero hay otras cosas en juego. Cuestiones más importantes. Debe apartarse, señor Bosch. Esta es la última advertencia. Déjelo. O nos encargaremos nosotros. Y no le va a gustar.

– Apuesto a que terminaría aquí. ¿Sí? Con Mouse y los demás. Los otros combatientes enemigos. ¿No es así como los llaman? ¿Alguien sabe que existe este sitio, agente Peoples? ¿Alguien de fuera de su pequeña brigada TV?

Pareció momentáneamente desconcertado por el hecho de que conociera el término y lo usara.

– He reconocido a Mouse al entrar. Estaba mirando escaparates.

– ¿Y a partir de eso sabe lo que ocurre aquí?

– Usted es el jefe. Es obvio y está bien. Pero ¿qué pasa si fue él quien mató a Angella Benton? ¿Y si mató al vigilante de seguridad del banco? ¿Y si también mató a una agente del FBI? ¿No le preocupa lo que le ocurrió a Martha Gessler? Era una de los suyos. ¿Tanto ha cambiado el mundo? ¿Una agente especial ya no es especial con estas nuevas normas suyas? ¿O el argumento cambia según conviene? ¿Soy un combatiente enemigo, agente Peoples?

Vi que esto le dolió. Mis palabras abrieron una vieja herida, o un viejo debate. Pero enseguida puso cara de determinación. Abrió el expediente que tenía en las manos y sacó el texto que había imprimido en la biblioteca. Vi la cara de Aziz.

– ¿Cómo supo de esto? ¿Cómo hizo esta conexión?

– Por ustedes.

– ¿De qué está hablando? ¿Nadie de aquí le diría que…?

– No tuvieron que hacerlo. Vi a su hombre siguiéndome en la biblioteca. Tome nota, no es tan bueno. Dígale que la próxima vez pruebe con Sports Illustrated. Sabía que estaba pasando algo, así que busqué en los archivos del periódico y salió eso. Lo imprimí, porque sabía que les sonrojaría. Y lo hizo. Son muy previsibles.

»E1 caso es que después vi a Mouse cuando me estaban entrando aquí y até cabos. El dinero del robo estaba bajo el asiento de su coche cuando lo detuvieron. Pero no les importó eso, ni tampoco los dos o tal vez tres asesinatos relacionados con eso. Lo único que querían era saber adónde iba el dinero. Y no querían que se entrometiera algo tan insignificante como la justicia para los muertos.

Peoples poco a poco volvió a poner el artículo impreso en la carpeta. Vi que le cambiaba la cara, que se le ponía más oscura en torno a los ojos. Había pinchado el nervio.

– No tiene ni idea de cómo es el mundo ni de lo que estamos haciendo aquí -dijo-. Puede estar sentado y ser petulante y hablar de sus ideas de justicia, pero no tiene ni idea de lo que pasa en el mundo.

Respondí con una sonrisa. Mis palabras salieron después.

– Puede guardarse ese discurso para los políticos que cambian las reglas para ustedes hasta que ya no hay más reglas. Hasta que algo como la justicia para una mujer asesinada y violada no añade nada a la ecuación. Eso es lo que pasa en el mundo.

Peoples se inclinó hacia delante. Estaba a punto de sincerarse y quería asegurarse bien de que lo entendía.

– ¿Sabe adónde iba Aziz con ese dinero? No lo sabemos, pero puedo decirle adonde creo que iba. A un campo de entrenamiento. A un campo de entrenamiento terrorista. Y no estoy hablando de Afganistán. Estoy hablando de un lugar a menos de doscientos kilómetros de nuestra frontera. Un lugar donde entrenan a gente para que nos mate. En nuestros edificios, en nuestros aviones. Mientras dormimos. Los entrenan para cruzar esa frontera y matarnos con ciego desprecio por lo que somos y por lo que creemos. ¿Va a decirme que estoy equivocado, que no deberíamos hacer todo lo que podamos para descubrir un sitio así si existe? ¿Qué no deberíamos tomar las medidas necesarias con ese hombre para obtener la información que necesitamos de él?