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– Hola, Danny. Sólo he venido a buscar unas cosas que olvidé. También necesito las herramientas de Lawton. Creo que hay un problema con mi coche.

Hice un ademán hacia el banco de trabajo y el tablero para colgar las herramientas fijado en la pared de al lado del Malibu. Había en exposición diversas herramientas y equipamiento. Ella negó con la cabeza como si yo hubiera olvidado explicar lo obvio.

– ¿Qué pasó anoche? Se te llevaron. Vi las esposas. Los agentes que se quedaron dijeron que no ibas a volver.

– Tácticas de intimidación, Danny. Eso es todo. Como ves, he vuelto.

Bajé el capó con una mano, dejándolo parcialmente abierto, del modo en que lo había encontrado. Me acerqué al Mercedes y metí los documentos en su interior a través de la ventanilla abierta de la derecha. Después me lo pensé mejor y abrí la puerta, levanté la alfombrilla y los puse debajo. No era un gran escondite, pero serviría por el momento. Cerré la puerta y miré a Danny.

– ¿Cómo está Law?

– No está bien.

– ¿Qué pasa?

– Ayer por la noche estuvieron con él. No me dejaron entrar y apagaron el monitor, así que no pude escucharlo todo. Pero lo han asustado. Y a mí también. Quiero que te vayas, Harry. Quiero que te vayas y no vuelvas.

– ¿Cómo te asustaron? ¿Qué te dijeron?

Ella dudó y supe que su vacilación respondía a la amenaza.

– Te dijeron que no hablaras de ello, ¿verdad? ¿Que no me lo contaras?

– Eso es.

– Vale, Danny, no quiero meterte en problemas. ¿Y Law? ¿Puedo hablar con él?

– Dice que no quiere volver a verte. Que le ha causado demasiados problemas.

Asentí y miré hacia el banco de trabajo.

– Entonces déjame coger mi coche y me iré.

– ¿Te han hecho daño, Harry?

La miré. Creí que de verdad le importaba la respuesta.

– No, estoy bien.

– De acuerdo.

– Eh, Danny, necesito algo de la habitación de Law. ¿Puedo ir a buscarlo o prefieres traérmelo? -¿Qué es?

– El reloj.

– ¿El reloj? ¿Por qué? Tú se lo regalaste.

– Lo sé, pero ahora lo necesito.

Una expresión de enfado se instaló en su rostro. Pensé que tal vez el reloj que quería llevarme había sido objeto de discusión entre ellos.

– Te lo traeré, pero le diré que has sido tú quien lo ha sacado de la pared.

Asentí con la cabeza. Ella entró en la casa y yo rodeé el Malibu y encontré una plataforma rodante apoyada en el banco de trabajo. Cogí unas tenazas y un destornillador del tablero para herramientas y me acerqué al Mercedes.

Después de echar la cazadora en el interior del coche, me tumbé en la plataforma rodante y me deslicé debajo del coche. Tardé menos de un minuto en encontrar la caja negra: un localizador por satélite del tamaño de un libro adherido al depósito de gasolina mediante dos potentes imanes. Había un ingenio en el dispositivo que no había visto antes. Un cable se extendía desde la caja hasta el tubo de escape, donde se conectaba a un sensor térmico. Cuando el tubo se calentaba, el sensor conectaba el localizador, manteniendo de esta forma la batería de la unidad cuando el vehículo no estaba en movimiento. Los chicos de la novena planta no reparaban en gastos.

Decidí dejar la caja en su sitio y salí de debajo del coche. Danny estaba allí de pie, con el reloj en la mano. Había retirado la tapa, dejando al descubierto la cámara.

– Pensé que era demasiado pesado para ser un simple reloj de pared -dijo.

Empecé a levantarme.

– Oye, Danny…

– Nos estabas espiando. No me creíste, ¿verdad?

– Danny, no era para eso que la quería. Esos tipos que estuvieron allí anoche…

– Pero sí era para eso por lo que la pusiste en la pared. ¿Dónde está la cinta?

– ¿Qué?

– La cinta. ¿Dónde miras esto?

– No lo miro. Es digital. Está todo ahí, en el reloj. Eso fue un error. Cuando fui a coger el reloj, ella lo levantó por encima de su cabeza y lo arrojó contra el suelo de hormigón. El cristal se hizo añicos y la cámara se desprendió de la carcasa del reloj y resbaló hasta quedar debajo del Mercedes.

– Maldita sea, Danny. No es mía.

– No me importa de quién sea. No tenías ningún derecho a hacer esto.

– Oye, Law me dijo que no lo tratabas bien. ¿Qué se supone que tenía que hacer? ¿Limitarme a confiar en tu palabra?

Me agaché y miré debajo del coche. La cámara estaba al alcance de mi mano y la cogí. La caja estaba completamente rascada, pero no sabía cómo estaría el mecanismo interior. Saqué la tarjeta de memoria siguiendo las instrucciones que me había dado Andre Biggar y parecía en buen estado. Me levanté y se la mostré a Danny.

– Esto podría ser lo único que impida que esos hombres vuelvan. Reza para que esté bien.

– No me importa. Y espero que disfrutes lo que vas a ver. Supongo que estarás orgulloso cuando lo veas.

No tenía respuesta.

– No se te ocurra volver nunca más.

Danny Cross me dio la espalda y, tras pulsar el botón de la pared y abrir de ésta forma la puerta del garaje, entró en la vivienda. Cerró la puerta de la casa sin volverse a mirarme. Yo esperé un momento por si reaparecía y me lanzaba otra andanada verbal. Pero no lo hizo. Me guardé la tarjeta de memoria en el bolsillo y después me agaché para recoger los fragmentos del reloj roto.

22

En el aeropuerto de Burbank aparqué en el estacionamiento de larga estancia, saqué mi bolsa y cogí el transporte hasta la terminal. En el mostrador de Southwest compré con tarjeta de crédito un billete de ida y vuelta a Las Vegas en un vuelo que partía al cabo de menos de una hora. Dejé el vuelo de regreso abierto. Después hice la cola del control de seguridad, como todo el mundo. Puse la bolsa en la cinta y dejé el reloj, las llaves del coche y la tarjeta de memoria de la cámara en un cajón de plástico para que no saltara el detector de metales. Me di cuenta de que había dejado el móvil en el Mercedes, pero no lo lamenté porque podrían utilizarlo para triangular mi posición.

Cerca de la puerta de embarque, me detuve y compré una tarjeta telefónica de diez dólares que me llevé a una cabina. Leí dos veces las instrucciones de la tarjeta. No porque fueran complicadas, sino porque estaba vacilante. Finalmente, cogí el receptor e hice una llamada de larga distancia. Era un número que me sabía de memoria, aunque hacía casi un año que no lo marcaba.

Ella contestó al cabo de sólo dos tonos, pero supe que la había despertado. Estuve a punto de colgar, consciente de que si tenía identificador de llamadas no tendría forma de saber que había sido yo. Pero después del segundo hola hablé.

– Eleanor, soy yo, Harry. ¿Te he despertado?

– No pasa nada. ¿Estás bien?

– Sí, estoy bien. ¿Has estado jugando hasta tarde?

– Hasta eso de las cinco y después fuimos a desayunar. Me siento como si acabara de acostarme. ¿Qué hora es?

Le dije que eran más de las diez y ella gruñó. Sentí que perdía confianza en mi plan. También me quedé enganchado pensando en con quién había ido a desayunar, pero no se lo pregunté. Se suponía que ya había superado eso hacía mucho.

– Harry, ¿qué pasa? -dije en el silencio-. ¿Seguro que estás bien?

– Sí, estoy bien. Yo tampoco me fui a dormir hasta más o menos la misma hora.

En la línea se deslizó más silencio. Vi que estaban embarcando mi vuelo.

– ¿Para eso me has llamado? ¿Para contarme tus hábitos de sueño?

– No, yo, eh…, bueno, necesito ayuda. En Las Vegas.

– ¿Ayuda? ¿A qué te refieres? ¿Estás hablando de un caso? Me dijiste que te habías retirado.

– Sí, estoy retirado. Pero estoy trabajando en un asunto y… La cuestión es que me preguntaba si podrías recogerme en el aeropuerto dentro de una hora. Voy a subir a un avión ahora.

Se produjo un silencio mientras Eleanor asimilaba mi petición y todo lo que podría significar. Durante la tensa espera me descubrí pensando en la teoría de la bala única hasta que ella habló por fin.