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Ella se detuvo ante la oficina de recogida de vehículos de Avis. Era el momento de bajarme, pero no lo hice. Me quedé sentado mirándola hasta que ella finalmente se volvió y me miró.

– Gracias por hacer esto, Eleanor.

– No hay problema. Ya te llegará la factura.

Sonreí.

– ¿Alguna vez vas a Los Ángeles? A jugar a cartas o así.

Ella negó con la cabeza.

– No desde hace mucho tiempo. Ya no me gusta viajar.

Asentí. No parecía que hubiera nada más que decir.

Me incliné para besarla, esta vez sólo en la mejilla.

– Te llamaré mañana o pasado, ¿de acuerdo?

– Vale, Harry. Ten cuidado. Adiós.

– Lo tendré. Adiós, Eleanor.

Salí y observé cómo se alejaba. Deseé poder pasar más tiempo con ella y me pregunté si ella me lo habría permitido. Enseguida me desembaracé de esos pensamientos y entré en Avis. Mostré mi licencia de conducir y tarjeta de crédito y cogí la llave de mi coche alquilado. Era un Ford Taurus y tuve que acostumbrarme a conducir de nuevo cerca del suelo. En mi camino de salida de la fila de alquiler de coches vi un letrero con una flecha que señalaba a Paradise Road. Pensé que todo el mundo necesitaba una señal como ésa. Ojalá fuera tan sencillo.

23

Después de cuatro horas ininterrumpidas de conducir a través del desierto estaba en el laboratorio técnico de Biggar & Biggar. Saqué la tarjeta de memoria del bolsillo y se la entregué a Andre. Éste la sostuvo y la observó y luego se me quedó mirando como si le hubiera puesto un chicle masticado en la mano.

– ¿Dónde está la caja?

– ¿ La caja? ¿Te refieres al reloj? Todavía está en la pared.

Todavía no se me había ocurrido una forma de decirle que el reloj estaba roto y que probablemente la cámara también lo estaría.

– No, la funda de plástico de la tarjeta. Puso la tarjeta extra que le di cuando se llevó ésta, ¿verdad?

– Sí.

– Bueno, tendría que haber puesto ésta en la caja vacía. Es un material delicado. Llevarla en el bolsillo con las monedas y las pelusas no es la mejor manera de…

– Andre -le interrumpió Burnett Biggar-, ¿por qué no miramos si funciona? Fue error mío no explicarle a Harry cómo había que cuidar y mantener el material. Olvidé que es antediluviano.

Andre sacudió la cabeza y se acercó a una mesa de trabajo en la que había un ordenador instalado. Miré a Burnett y con un gesto le di las gracias por venir a rescatarme. Él me hizo un guiño y seguimos a Andre.

El hijo se valió de una pistola de aire comprimido que parecía sacada de la consulta de un dentista para arrancar el polvo y la porquería de la tarjeta de memoria, y después la conectó a un receptáculo que a su vez estaba conectado al ordenador. Tecleó unos cuantos comandos y enseguida las imágenes de la habitación de Lawton Cross empezaron a reproducirse en la pantalla del ordenador.

– Recuerde -dijo Andre- que estábamos utilizando el sensor de movimiento, así que va a dar algunos saltos. Observe el reloj de la parte inferior para no despistarse.

La primera imagen de la pantalla era mi propio rostro. Estaba mirando a la cámara mientras ajustaba la hora del reloj. Después me aparté, dejando a la vista a Lawton Cross en su silla detrás de mí.

– Oh, Dios -dijo Burnett al ver el estado y la situación de su antiguo colega-. No sé si quiero ver esto.

– La cosa va a peor -dije, confiado en lo que pensaba que depararía el vídeo de vigilancia.

La voz de Cross se resquebrajó desde los altavoces del ordenador.

– ¿Harry?

– ¿Qué? -me escuché decir.

– ¿Me has traído un poco?

– Un poco.

En la pantalla abrí la caja de herramientas para sacar la petaca.

En el laboratorio dije:

– Puedes pasar esto a velocidad rápida.

Andre pulsó el botón de avance rápido. La pantalla se puso negra un momento, indicando que la cámara se había apagado por ausencia de movimiento. Después volvió a encenderse cuando Danny Cross entró en la habitación. Andre volvió a poner la reproducción a velocidad normal. Miré la hora y vi que apenas habían transcurrido unos pocos minutos desde mi salida la habitación. Danny se quedó con los brazos cruzados ante el pecho y miró a su marido inválido como si estuviera riñendo a un niño. Empezó a hablar y costaba entenderla a causa del sonido de la televisión.

– ¿A quién se le ocurre poner la cámara al lado de la tele? -dijo Andre.

Tenía razón. No lo había pensado. El micrófono de la cámara captaba mejor las voces de la televisión que las de la habitación.

– Andre -dijo Burnett, atemperando la queja de su hijo-. Veamos si puedes limpiarlo un poco.

Andre usó el ratón otra vez para manipular el sonido. Retrocedió la imagen y volvió a reproducirla. El sonido de la televisión todavía molestaba, pero al menos se entendía la conversación de la habitación.

Danny Cross le habló con un tono cortante.

– No quiero que vuelva -dijo-. No es bueno para ti.

– Sí, sí lo es. Se preocupa.

– Te está utilizando. Te da licor para que le des la información que necesita.

– ¿Y qué hay de malo en eso? Me parece un buen trato.

– Sí, hasta la mañana, cuando empieza el dolor.

– Danny, si uno de mis amigos viene a verme, déjalo pasar.

– ¿ Qué le has dicho esta vez? ¿ Que te hago pasar hambre? ¿Que te abandono por la noche? ¿Qué mentira le has contado esta vez?

– Ahora no quiero hablar.

– Bien. No hables.

– Quiero soñar.

– Adelante. Al menos uno de nosotros todavía puede hacerlo.

Ella se volvió y salió de la habitación y la imagen se centró en el cuerpo inmóvil de Lawton. Enseguida se le cerraron los ojos.

– Hay un lapso de sesenta segundos -explicó Andre-. La cámara permanece encendida un minuto después de que el movimiento cesa.

– Pásalo deprisa-dije.

Ocupamos los siguientes diez minutos viendo la grabación a velocidad rápida y luego deteniéndola para observar escenas mundanas aunque desgarradoras de Danny dando de comer y limpiando a Lawton. Al final de la primera noche, la mujer del policía se llevó a éste en la silla de ruedas y la cámara se apagó durante casi ocho horas antes de que Danny volviera a entrar a Lawton en la habitación. Empezó una nueva tanda de alimentaciones y limpiezas.

Era horrible mirarlo, más todavía porque la cámara estaba situada justo a la izquierda de la televisión. Lawton Cross se pasaba el tiempo viendo la tele, pero por la posición de la cámara daba la sensación de que nos estaba mirando a nosotros.

– Esto es lamentable -dijo al final Andre-. Y ahí no hay nada. Ella lo trata bien, mejor de como lo haría yo.

– ¿Quieres verlo todo, Harry? -preguntó Burnett.

Asentí.

– Creo que tienes razón, ella está limpia. Pero va a venir algo. Esa noche tuvo visita. Quiero ver eso. Puedes pasarlo deprisa si quieres. Fue cerca de la medianoche.

Andre trabajó con los controles y, efectivamente, cuando eran las 0.10 horas en el reloj de la cámara de vigilancia, dos hombres entraron en la habitación. Reconocí a Parenting Today y a su compañero. Lo primero que hizo Parenting Today fue colocarse detrás de Lawton para apagar el monitor de bebé que había en la cómoda. Después le indicó a su compañero que cerrara la puerta. Los ojos de Lawton estaban abiertos y alerta, sin duda estaba despierto antes de que ellos entraran en la habitación y la cámara se activara. Sus ojos vagaron en sus cuencas hundidas mientras trataba de seguir al agente que se movía detrás de él.

– Señor Cross, necesitamos hablar un poquito -dijo Parenting Today.

Avanzó por delante de la silla de Cross y estiró el brazo para apagar la televisión.

– Gracias a Dios -dijo Andre.

– ¿Quiénes son ustedes? -preguntó Cross con voz rasposa desde la pantalla.