Parenting Today se volvió y lo miró.
– Somos del FBI, señor Cross. ¿Quién cono eres tú?
– ¿Qué quiere decir? Yo no…
– Quiero decir qué quién cono te crees que eres para comprometer nuestra investigación.
– Yo no… ¿Qué es esto?
– ¿Qué le has dicho a Bosch que le ha puesto el petardo en el culo?
– No sé de qué está hablando. Vino él, yo no fui a buscarlo.
– No parece que puedas ir a ninguna parte, ¿no?
Hubo un breve silencio y vi que los ojos de Lawton trabajaban. El hombre no podía mover ni un solo miembro, pero sus ojos mostraban todo el lenguaje corporal necesario.
– No son del FBI -dijo con gallardía-. Déjenme ver las placas y las identificaciones.
Parenting Today dio dos pasos hacia Cross, bloqueando con su espalda nuestra visión del hombre que estaba en la silla.
– ¿Placas? -dijo con desprecio-. No necesitamos ninguna placa.
– Salgan de aquí-dijo Cross, con la voz más clara y firme que le había escuchado desde la primera vez que fui a visitarlo-. Cuando le cuente esto a Harry Bosch, será mejor que empiecen a rezar.
Parenting Today se puso de perfil para sonreír a su compañero.
– ¿Harry Bosch? No te preocupes por Harry Bosch. Ya nos estamos ocupando de él. Preocúpate por ti, señor Cross.
Se inclinó hacia adelante, poniendo la cara cerca de la de Cross. Podíamos ver los ojos de Lawton cuando miraban a los del agente.
– Porque no estás a salvo. Estás entrometiéndote en un caso federal. Es un caso federal con efe mayúscula. ¿Lo entiendes?
– Que le follen. Y es follen con efe mayúscula. ¿Lo entiende?
No pude reprimir la sonrisa. Lawton se estaba esforzando para enfrentarse a él. La bala le había dejado sin movilidad, pero aún tenía pelotas.
En la pantalla, Parenting Today se alejó hacia la izquierda de la silla. La cámara captó su rostro y vi la rabia en sus ojos. Se inclinó hacia la cómoda, justo fuera del campo visual de Cross.
– Tu héroe, Harry Bosch, se ha ido y puede que no vuelva -dijo-. La cuestión es si quieres ir al sitio al que ha ido él. Un tipo como tú, en tu estado. No sé. ¿Sabes lo que hacen con tipos como tú en prisión? Ponen su silla en una esquina y los tienen haciendo mamadas todo el día. No pueden hacer otra cosa que sentarse allí y tragar. ¿Te va eso, Cross? ¿Es lo que quieres?
Cross cerró los ojos un momento, pero volvió a abrirlos con fuerza.
– ¿Cree que puede detenerme? Adelante, inténtelo, gran hombre.
– ¿Sí?
Parenting Today se apartó de la cómoda y se colocó delante de Cross. Se inclinó por encima de su hombro derecho como si fuera a susurrarle algo al oído. Pero no lo hizo.
– ¿Y si lo intento aquí? ¿Eh? ¿Qué te parece?
El agente levantó las manos a ambos lados del rostro de Cross. Agarró los tubos de plástico que entraban por las fosas nasales del policía. Con los dedos apretó los tubos para cortar la afluencia de aire.
– Eh, Milton… -dijo el otro agente.
– Cállate, Carney. Este tío se cree muy listo. Se cree que no tiene que cooperar con el gobierno federal.
Los ojos de Cross se abrieron como platos y abrió la boca para buscar aire. Estaba sin oxígeno.
– Hijo de puta -dijo Burnett Biggar-. ¿Quién es este tío?
No dije nada. Observé en silencio, con la rabia creciendo en mi interior. Biggar tenía razón. En el vocabulario de los polis, «hijo de puta» era el insulto definitivo, el que se reservaba al peor criminal, a tu peor enemigo. Sentí ganas de decirlo, pero no me salió la voz. Estaba demasiado consumido por lo que había visto en pantalla. Lo que me habían hecho a mí no era nada comparado con la humillación de Lawton Cross.
En la pantalla, Cross estaba tratando de hablar, pero sin aire en los pulmones no podía articular palabra. El rostro del agente, que ahora sabía que se llamaba Milton, mostraba una mueca despectiva.
– ¿Qué? -preguntó-. ¿Qué es eso? ¿Qué me quieres decir?
Cross lo intentó otra vez, pero no pudo.
– Di que sí con la cabeza si quieres decirme algo. Ah, es verdad, no puedes mover la cabeza.
Al final el federal soltó los tubos y Cross empezó a inspirar aire como un hombre que acaba de salir a la superficie después de una inmersión a quince metros de profundidad. Su pecho se hinchaba y las ventanillas de la nariz se le ensanchaban mientras trataba de recuperarse.
Milton se colocó delante de la silla, miró a su víctima y sonrió.
– ¿Lo ves? ¿Ves qué fácil es? ¿Ahora quieres cooperar?
– ¿Qué quiere?
– ¿Qué le dijiste a Harry Bosch?
Los ojos de Cross se dirigieron a la cámara por un instante antes de volver a Milton. En ese momento no creo que estuviera mirando la hora. De pronto pensé que quizá Lawton conocía la existencia de la cámara. Había sido un buen poli. Tal vez había sabido en todo momento lo que yo había estado haciendo.
– Le hablé del caso. Nada más. Vino y yo le dije lo que sabía. No lo recuerdo todo. Me hirieron, ¿sabe? Me hirieron y mi memoria no es tan buena. Las cosas empiezan a volverme. Yo…
– ¿Por qué vino aquí esta noche?
– Porque olvidé que tenía algunos archivos. Mi mujer lo llamó y le dejó un mensaje. Vino a buscar los archivos.
– ¿Qué más?
– Nada más. ¿Qué quieren?
– ¿Qué sabes del dinero que se llevaron?
– Nada. Nunca llegamos tan lejos.
Milton se adelantó y puso los dedos en torno a los tubos de oxígeno. Esta vez no los apretó. Bastó con la amenaza.
– Le estoy diciendo la verdad -protestó Cross.
– Será mejor que lo hagas.
El agente soltó los tubos.
– Has terminado de hablar con Bosch, ¿entendido?
– Sí.
– Sí, ¿qué?
– Sí, he terminado de hablar con Bosch.
– Gracias por tu cooperación.
Cuando Milton se apartó de la silla, vi que Cross tenía la mirada baja. Al salir los agentes, uno de ellos -probablemente Milton- apretó el interruptor y la habitación quedó a oscuras.
Nos quedamos allí mirando la pantalla y en el minuto que transcurrió antes de que la cámara se apagara pudimos oír -pero no ver- a Lawton Cross llorando. Eran los sollozos profundos de un animal herido y desamparado. No miré a los dos hombres que estaban conmigo y ellos no me miraron a mí. Nos limitamos a clavar la vista en la pantalla negra y escuchar.
La cámara por fin -afortunadamente- se apagó al final del minuto, pero entonces la pantalla cobró vida de nuevo cuando se encendió la luz de la habitación y entró Danny. Me fijé en la hora sobreimpresa y vi que sólo habían transcurrido tres minutos desde que los agentes federales habían abandonado la habitación. El rostro del ex policía estaba arrasado en lágrimas. Y no podía hacer nada para ocultarlas.
Danny Cross cruzó la habitación y sin decir una palabra se subió en la silla y se colocó a horcajadas sobre los delgados muslos de su marido. Se abrió la bata y atrajo la cara de Lawton a sus pechos. Lo sostuvo ahí, y él lloró otra vez. Al principio ninguno de los dos pronunció una sola palabra. Ella en voz baja y con ternura le pidió que se callara, y entonces empezó a cantarle.
Yo conocía el tema y Danny lo cantaba bien. La suya era una voz suave como la brisa, mientras que la del vocalista original tenía la aspereza de toda la angustia del mundo. Nunca pensé que alguien pudiera interpretar bien a Louis Armstrong, pero Danny Cross, sin duda lo hizo.
Y ésa fue la parte más dura de observar del vídeo de vigilancia. Era la parte que más me hizo sentirme como un intruso, como si hubiera cruzado una línea de decencia en mi interior.