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Me sacudí la sorpresa del rostro.

– ¿De veras? ¿Veinticinco mil sólo por abrir un expediente?

– Eso es.

– Bueno, tienen a la persona adecuada.

– Gracias, Harry. Veamos, ¿qué es eso que quieres que haga?

Abrí el maletín que me había dado Burnett Biggar para llevar el segundo equipo de material que me había prestado junto con la tarjeta de memoria y los tres cedes que contenían copias de la cinta de vigilancia. Andre había hecho las copias. Puse la tarjeta de memoria y los cedes en el escritorio de Langwiser.

– Esto es una vigilancia que hice. Quiero que guardes el original (la tarjeta de memoria) en un lugar seguro. Quiero que guardes un sobre con uno de los cedes y una carta mía. Quiero el número privado de tu despacho. Voy a llamar todos los días a medianoche para decirte que estoy bien. Por la mañana cuando llegues, si escuchas el mensaje es que todo va bien. Si llegas y no hay mensaje, entonces entregas el sobre a un periodista del Times llamado Josh Meyer.

– Josh Meyer. Me suena el nombre. ¿Trabaja en judicial?

– Creo que antes se ocupaba de casos de delincuencia local. Ahora está en terrorismo. Trabaja desde Washington.

– ¿Terrorismo, Harry?

– Es una larga historia.

Miró su reloj.

– Tengo tiempo. Y también tengo un ordenador.

Primero me tomé quince minutos para hablarle de mi investigación privada y de todo lo que había sucedido desde que Lawton Cross me había llamado cuando menos lo esperaba y yo había bajado del estante el archivador de los viejos casos. Entonces dejé que pusiera el cede en su ordenador y observara el vídeo de la vigilancia. No reconoció a Lawton Cross hasta que le dije quién era. Reaccionó con la indignación apropiada cuando vio la parte en la que aparecían los agentes Milton y Carney. Le pedí que lo apagara antes de que Danny Cross entrara en la habitación para consolar a su marido.

– La primera pregunta, ¿eran agentes de verdad? -preguntó cuando el ordenador expulsó el disco.

– Sí, forman parte de la brigada antiterrorista que trabaja desde Westwood.

Sacudió la cabeza, consternada.

– Si esto llega al Times y después a la tele, entonces…

– No quiero ir tan lejos. Ahora mismo, ése es el peor de los escenarios.

– ¿Por qué no, Harry? Son agentes sin ley. Al menos ese Milton lo es. Y el otro es igual de culpable por quedarse ahí sin hacer nada por impedirlo.

Langwiser hizo un ademán hacia su ordenador, donde el vídeo de vigilancia había sido sustituido por un salvapantallas que mostraba una bucólica escena de una casa sobre un acantilado con vistas al océano y las olas llegando incesantemente a la orilla.

– ¿Crees que eso es lo que el fiscal general y el Congreso de Estados Unidos querían cuando aprobaron la legislación que cambió y dinamizó las normas del FBI después del Once de Septiembre?

– No, no lo creo -respondí-, pero deberían haber sabido lo que podía ocurrir. ¿Qué es lo que se dice, que el poder absoluto se corrompe absolutamente? Algo así. De todos modos, estaba cantado que este tipo de cosas iban a ocurrir. Deberían haberlo previsto. La diferencia es que ahí no tenemos a un lumpen de Oriente Próximo, sino a un ciudadano de Estados Unidos, un ex policía tetrapléjico porque le dispararon en acto de servicio.

Langwiser asintió con gravedad.

– Por eso mismo deberías hacerlo público. La gente tiene que ver que…

– Janis, ¿vas a trabajar para mí o debería recoger todo esto y buscar a otra persona?

Ella alzó las manos en ademán de rendición.

– Sí, trabajo para ti, Harry. Sólo estaba diciendo que no deberíamos permitir que esto pasara.

– No estoy hablando de dejarlo estar. Simplemente no quiero hacerlo público todavía. Primero necesito usarlo como palanca. Primero quiero conseguir lo que necesito.

– ¿Qué es?

– Iba a llegar a eso, pero empezaste a ponerte en plan Ralph Nader.

– Vale, lo siento. Ahora ya me he calmado. Cuéntame tu plan, Harry.

Y eso hice.

25

Kate Mantilini's, en Wilshire Boulevard, tenía una fila de reservados que permitían a sus ocupantes más intimidad que las cabinas privadas de los numerosos clubes de estriptis de la ciudad. Por eso había elegido el restaurante para la cita. Ofrecía mucha intimidad y al mismo tiempo era un lugar muy público. Llegué allí quince minutos antes de la hora convenida, elegí un reservado con ventana que daba a Wilshire y esperé. El agente especial Peoples también llegó antes de la hora. Tuvo que recorrer todo el pasillo y mirar en cada uno de los reservados antes de encontrarme y deslizarse en silencio y con aire taciturno en el asiento que quedaba enfrente del mío.

– Agente Peoples, me alegro de que haya podido venir.

– No me parece que tuviera elección.

– Supongo que no.

Abrió uno de los menús que había en la mesa.

– Nunca había estado aquí antes. ¿Se come bien?

– No está mal. Los jueves hay un buen pastel de pollo.

– Hoy no es jueves.

– Y usted no ha venido a comer.

Levantó la mirada del menú y me dedicó su mejor mirada asesina, pero esta vez él no controlaba la situación. Los dos sabíamos que en esta ocasión yo llevaba la mejor mano. Miré por la ventana y observé a ambos lados de Wilshire.

– ¿Ha desplegado a su gente en la calle, agente Peoples? ¿Me están esperando?

– He venido solo, como me instruyó su abogada.

– Muy bien. Si su gente vuelve a cogerme o hace algún movimiento contra mi abogada, la consecuencia será que esa grabación de vigilancia que le envié por correo electrónico llegará a los medios a través de Internet. Hay gente que lo sabrá si desaparezco. La harán pública sin pensárselo dos veces.

Peoples negó con la cabeza.

– No para de decir esa palabra, «desaparecer». Esto no es Suramérica, Bosch. Y nosotros no somos nazis. Asentí con la cabeza.

– Sentados en este bonito restaurante está claro que no lo parece. Pero cuando estuve en aquella celda de la novena planta y nadie sabía dónde estaba, eso ya era otra historia. Mouse Aziz y esos otros tipos que están allí probablemente no ven ahora mismo ninguna diferencia entre California y Chile.

– ¿Y ahora los está defendiendo? A los hombres que quieren ver a este país arrasado.

– Yo no estoy defen…

Me detuve cuando la camarera entró en el reservado. Dijo que se llamaba Kathy y preguntó si ya sabíamos qué queríamos. Peoples pidió café y yo también pedí café y un helado con fruta sin nata montada. Después de que Kathy se hubo marchado, Peoples me miró divertido.

– Estoy retirado, puedo comerme un helado.

– Menudo retiro.

– Aquí hacen buenos helados, y cierran tarde. Es una buena combinación. -Lo recordaré.

– ¿Ha visto la película Heat? Éste es el sitio donde el poli Pacino se reúne con el ladrón De Niro. Es donde los dos se dicen que no dudarán en acabar con el otro si se da el caso.

Peoples asintió y ambos nos sostuvimos la mirada un momento. Mensaje comunicado. Decidí ir al grano.

– ¿Qué le parece mi cámara de vigilancia?

La fachada cayó y Peoples de repente pareció herido. Tenía aspecto de que lo hubieran arrojado a los leones. Sabía lo que le deparaba el futuro si esa cinta se hacía pública. Milton trabajaba para él; así que lo arrastraría en su caída. La grabación de Rodney King arrasó el Departamento de Policía de Los Ángeles hasta llegar a la cúpula. Peoples era lo bastante listo para saber que caería si no contenía el problema.

– Sentí repulsión por lo que vi. En primer lugar le pido disculpas y tengo intención de ir a ver a ese hombre, Lawton Cross, y pedirle disculpas también.

– Es un detalle.

– No crea ni por un momento que es así como trabajamos. Que ése es el statu quo ni que lo apruebo. El agente Milton es historia. Está en la calle. Lo supe en el mismo momento en que vi la grabación. No le prometo que vaya a ser acusado ante un fiscal, pero no volverá a llevar placa en mucho tiempo. No una placa del FBI. De eso me ocuparé.