Выбрать главу

Asentí.

– Sí, se ocupará de eso.

Lo dije con sarcasmo de alto voltaje y vi que eso le ponía cierto color en las mejillas. El rubor de la rabia.

– Usted ha convocado la reunión, Bosch. ¿ Qué quiere?

La pregunta que estaba esperando.

– Ya sabe lo que quiero. Quiero que me dejen en paz. Quiero que me devuelvan mis archivos y mis notas. Quiero que me devuelvan el archivo de Lawton Cross. Quiero una copia del expediente del caso de asesinato del departamento de policía (que sé que lo tienen) y quiero disponer de acceso a Aziz y a la información que tienen de él.

– Lo que tenemos de él es clasificado. Es un asunto de seguridad nacional. No podemos…

– Desclasifíquelo. Quiero saber si la conexión con el golpe del rodaje es sólida. Quiero saber lo que tienen de sus coartadas en dos noches. Toda esa inteligencia federal tiene que servir para algo y lo quiero. Y después quiero hablar con él.

– ¿Con quién? ¿Con Aziz? Eso no va a suceder.

Me incliné sobre la mesa.

– Ya lo creo que sí. Porque la alternativa es que todo el mundo que tenga tele o acceso a Internet va a ver lo que su chico Milton le hizo a un hombre indefenso en silla de ruedas. Si añadimos que es un ex policía condecorado que perdió el uso de sus miembros cuando estaba en acto de servicio… ¿Cree que la cinta de Rodney King le hizo daño a la policía de Los Ángeles? Espere y verá lo que pasará con ésta. Le garantizo que Milton y usted y todo ese montaje TV de la novena planta se irá a la mierda por acción del FBI y del fiscal general y todo lo demás más deprisa de lo que puede decir acusación por derechos civiles. ¿Lo ha entendido, agente especial Peoples?

Le di un momento para responder, pero no lo hizo. Tenía la vista fija en la ventana que daba a Wilshire.

– Y si cree por un momento que no apretaré el gatillo en esto, es que no me ha investigado bien.

Esta vez esperé y al final sus ojos regresaron de la ventana y se fijaron en mí. La camarera llegó y sirvió nuestros cafés y me dijo que enseguida venía mi helado. Ni Peoples ni yo le dimos las gracias.

– Créame -dijo Peoples-. Sé que apretaría el gatillo. Usted es de esa clase de gente, Bosch. Conozco a los de su condición. Se pondría a usted y a sus intereses por delante de un bien mayor.

– No me venga con ese cuento del bien mayor. No se trata de eso. Me da lo que le he pedido y se deshace de Milton, entonces podrá seguir como si nada hubiera pasado. Nadie verá la grabación. ¿Qué le parece eso como bien mayor?

Peoples se inclinó para dar un sorbo a su café. Como había hecho en la celda de la novena planta, se quemó la lengua e hizo un gesto de dolor. Apartó la taza y el platillo y después se deslizó hasta el borde del reservado antes de volver a mirarme.

– Estaremos en contacto.

– Veinticuatro horas. Si no tengo noticias suyas antes de mañana a esta hora se acabó el trato. Lo haré público.

Se levantó y se quedó junto al reservado, mirándome y todavía con la servilleta en la mano.

– Deje que le pregunte una cosa-dijo-. Si está aquí, ¿quién usó su tarjeta de crédito anoche para pagar una cena en el Commander's Palace de Las Vegas?

Sonreí. Me habían investigado.

– Una amiga. ¿Es un buen sitio ese Commander's Palace?

– Uno de los mejores. He estado allí. Las gambas se te deshacen en la boca.

– Supongo que eso es fantástico.

– Sí, y también es caro. Su amiga cargó más de cien pavos en su American Express. Cena para dos, diría. -Dejó caer la servilleta en la mesa-. Estaremos en contacto.

Un momento después de que Peoples se marchara, la camarera me trajo el helado. Le pedí la cuenta y me dijo que la traería enseguida.

Metí la cucharilla en el fudge y en el helado, pero no lo probé. Me quedé sentado pensando en lo que Peoples acababa de decir. No sabía si había una amenaza implícita en lo que me había dicho de que alguien había usado mi tarjeta de crédito. Tal vez incluso sabía quién había sido. Pero en lo que más pensaba era en lo que había dicho de la cena para dos en el Commander's Palace. Otra vez ese plural. Me pasaba como con Eleanor, no podía olvidarlo.

26

Como la artimaña de Las Vegas ya se había destapado, volví conduciendo hasta el aeropuerto de Burbank, devolví mi coche de alquiler y cogí el enlace hasta el aparcamiento de larga estancia para recoger mi Mercedes. Le había cogido prestado el transportín a Lawton Cross y lo había guardado en el maletero del Mercedes. Antes de salir lo saqué y lo deslicé debajo del coche. Desconecté el buscador por satélite y el sensor térmico y conecté todo el equipo de vigilancia en los bajos de la furgoneta que estaba aparcada al lado. Volví a subir al Mercedes y al dar marcha atrás vi que la furgoneta tenía matrícula de Arizona. Si Peoples no mandaba a alguien a recoger el material del FBI, tendrían que ir a buscarlo al estado vecino. Todavía no se me había borrado la sonrisa cuando me acerqué a la cabina del aparcamiento para pagar.

– Veo que ha tenido un viaje agradable -comentó la mujer que cogió mi tiquet.

– Sí, supongo que sí. He vuelto vivo.

Fui a casa y llamé a Janis Langwiser desde el móvil en cuanto entré por la puerta. Ella había modificado ligeramente mi plan. No quería que le dejara un mensaje en su despacho cada noche e insistió en que la llamara directa mente a su móvil.

– ¿Cómo ha ido?

– Bueno, ha ido. Ahora sólo tengo que esperar. Le di hasta mañana por la noche. Supongo que entonces lo sabremos.

– ¿Y cómo se lo ha tomado?

– Como esperaba. No bien. Pero creo que al final vio la luz. Creo que me llamará mañana.

– Eso espero.

– ¿Está todo listo en tu lado?

– Eso creo. La tarjeta de memoria está en la caja de seguridad y esperaré a tener noticias tuyas. Si no las recibo, entonces ya sabré qué hacer.

– Bueno, Janis. Gracias.

– Buenas noches, Harry.

Colgué y pensé en un par de cosas. Todo parecía en orden. Era Peoples quien debía hacer el siguiente movimiento. Volví a levantar el teléfono y llamé a Eleanor. Contestó de inmediato, sin rastro de sueño en su voz.

– Lo siento, soy Harry. ¿Estás jugando?

– Sí y no. Estoy jugando, pero no me está yendo bien, así que me he tomado un descanso. Estoy en la puerta del Bellagio, viendo las fuentes.

Podía imaginármela en la barandilla, con las fuentes danzantes encendidas delante de ella. Oía la música y el chapoteo del agua a través de la línea telefónica.

– ¿Qué tal fue en el Commander's Palace?

– ¿Cómo lo sabes?

– Anoche tuve una visita del FBI.

– Qué rápido.

– Sí, he oído que es un buen restaurante. Las gambas se te deshacen en la boca. ¿Te gusta?

– Está bien. Me gusta más el de Nueva Orleans. La comida es la misma, pero el original siempre es el original.

– Sí. Además seguramente no es tan bueno comiendo sola.

Casi blasfemé en voz alta por lo patético y transparente que había sido mi comentario.

– No estaba sola. Fui con una amiga con la que juego. No me dijiste que hubiera límite de gasto, Harry.

– No, ya lo sé. No lo había.

Necesitaba cambiar de rumbo. Los dos sabíamos lo que le había preguntado y la situación se estaba poniendo embarazosa, especialmente considerando que podría haber más gente escuchando.

– No te fijaste en que nadie te estuviera observando, ¿verdad?

Hubo una pausa.

– No, y espero que no me hayas metido en ningún lío, Harry.

– No, tranquila. Sólo te llamaba para decirte que la trampa se acabó. El FBI sabe que estoy aquí.