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– Dio algunas vueltas, pero al final la encontró. Sacó toda la caja de la pared y se la llevó.

Ella había vaciado la caja la noche anterior. Yo había puesto un trozo de papel doblado. Decía: «Que te Follen, con F mayúscula.» Me imaginé a Milton desdoblándolo y leyéndolo, si había conseguido abrir la caja.

– ¿Algo más en las oficinas?

– Sacó un par o tres de cajones para que pareciera un robo normal.

– ¿Alguien llamó a la policía para denunciarlo?

– Sí, pero todavía no se ha presentado nadie. Típico.

– No menciones el vídeo de vigilancia por el momento.

– Ya lo sé. Como quedamos. ¿Qué he de hacer ahora?

– ¿Todavía tienes la dirección de correo electrónico de Peoples?

– Claro.

La noche anterior, ella había obtenido la dirección con bastante facilidad de una ex colega que trabajaba en la fiscalía federal.

– Muy bien, envíale otro mensaje. Adjunta el último vídeo de vigilancia y dile que he adelantado la hora límite al mediodía de hoy. Si no tengo noticias suyas antes, que vaya poniendo la CNN para ver el resultado. Envíaselo en cuanto puedas.

– Estoy conectada ahora mismo.

– Bien.

Tomé un sorbo de café mientras la escuchaba escribir. Andre Biggar había incluido en el maletín el dispositivo informático que Langwiser iba a necesitar para ver las imágenes de la tarjeta de memoria grabadas por la cámara de la radio. De este modo, podía adjuntar un fichero que contenía el vídeo de vigilancia a un mensaje de correo.

– Ya está -dijo finalmente-. Buena suerte, Harry.

– Probablemente la necesitaré.

– Recuerda llamarme esta medianoche o seguiré las instrucciones.

– Claro.

Colgué y volví a la tienda a por una segunda taza de café. Ya estaba acelerado con el informe de Langwiser, pero supuse que podría necesitar la cafeína antes de que terminara el día.

Cuando volví a casa estaba sonando el teléfono. Abrí la puerta y entré justo a tiempo para coger el teléfono de la encimera de la cocina.

– ¿Sí?

– ¿Señor Bosch? Soy John Peoples.

– Buenos días.

– Yo no diría eso. ¿Cuándo puede venir?

– Ahora mismo salgo.

28

El agente especial Peoples estaba esperándome en el vestíbulo de la primera planta del edificio federal de Westwood. Estaba de pie cuando entré. Tal vez había estado allí de pie todo el tiempo desde que me llamó.

– Sígame -dijo-. Vamos a hacer esto rápido.

– Mientras funcione…

Después de hacer una señal con la cabeza a un guardia uniformado me condujo a través de una puerta de seguridad utilizando una tarjeta magnética que luego volvió a usar para acceder al ascensor que ya conocía.

– Tienen su propio ascensor y todo -dije-. ¡Qué bien!

Peoples no se inmutó. Giró el cuello para mirarme a los ojos.

– Hago esto porque no tengo elección. He decidido acceder a esta extorsión porque creo en el bien mayor de lo que intento conseguir aquí.

– ¿Por eso envió a Milton al despacho de mi abogada anoche? ¿Todo eso formaba parte del bien mayor del que está hablando?

No respondió.

– Mire, puede odiarme y me parece bien. Es su opción. Pero no nos vamos a engañar. No se oculte detrás de esa historia, porque los dos sabemos lo que está pasando aquí. Su hombre cruzó la línea y lo pillaron. Ahora es el momento de pagar el precio. De eso se trata, es así de simple.

– Y mientras tanto se compromete una investigación y se ponen en peligro vidas.

– Eso ya lo veremos, ¿no?

El ascensor se abrió en la novena planta y Peoples salió sin contestar. La tarjeta, siempre a mano, nos permitió abrir otra puerta y acceder a una sala de brigada donde había varios agentes trabajando. Mientras pasábamos, la mayoría dejaron lo que estaban haciendo para mirarme. Supuse que o bien les habían informado de quién era yo y de lo que estaba haciendo o simplemente la presencia de un extraño en aquel santuario era insólita.

Cuando estaba en medio de la sala, localicé a Milton sentado ante un escritorio del fondo. Estaba recostado en su silla, simulando que estaba relajado. Pero distinguí la rabia que se ocultaba tras aquella fachada. Le guiñé un ojo y desvié mi atención.

Peoples me invitó a entrar en una pequeña sala donde había un escritorio y dos sillas. Sobre el escritorio había una caja de cartón. Miré en su interior y reconocí mi propia libreta y mi expediente de Angella Benton. También estaba el expediente del garaje de Lawton Cross y una carpeta negra llena de documentos de cinco centímetros de grosor. Supuse que era la copia del expediente del caso del Departamento de Policía de Los Ángeles. Me puse nervioso de sólo mirarlo. Era el mazo completo de naipes que había estado buscando.

– ¿Dónde está el resto? -pregunté.

Peoples rodeó la mesa y abrió el cajón del medio. Sacó un archivo y lo dejó sobre la mesa.

– Ahí dentro encontrará los informes de localización del sujeto en las dos fechas que ha solicitado. No creo que le ayuden, pero es lo que quería. Puede mirarlos, pero no puede llevárselos. No saldrán de este despacho, ¿ está claro?

Asentí, decidiendo no tentar más la suerte.

– ¿Y Aziz?

– Cuando esté listo, le pondré en una sala con él. Pero no va a hablar con usted. Está perdiendo el tiempo.

– No se preocupe por mi tiempo.

– Cuando haya terminado, antes de que salga de aquí, llamará a su abogada y le pedirá que entregue el original y todas las copias de las grabaciones de vigilancia que tiene de anoche y de la noche anterior.

Negué con la cabeza.

– Lo siento, pero ése no es el trato.

– Sí que lo es.

– No, yo nunca dije que fuera a entregar las grabaciones. Lo que dije era que no iba a hacerlas públicas. Es distinto. No voy a entregar mi única arma. No soy estúpido, John.

– Hicimos un trato -dijo, con las mejillas empezando a enrojecer de rabia.

– Y voy a mantenerlo. Exactamente como lo ofrecí.

Busqué en mi bolsillo y saqué una cinta de cásete. Se la tendí.

– Si no lo cree, puede escucharlo usted mismo. Anoche en el restaurante llevaba un micrófono.

Vi en su expresión cómo registraba que incluso lo tenía a él directamente implicado.

– Quédesela, John. Considérelo un gesto de buena voluntad. Es el original. No hay copias.

Lentamente estiró el brazo para alcanzar la cinta. Yo me situé detrás del escritorio.

– ¿Por qué no echo un vistazo a lo que hay en el archivo mientras usted hace lo que tenga que hacer para preparar a Aziz?

Peoples se guardó la cinta en el bolsillo y asintió. -Volveré dentro de diez minutos -dijo-. Si alguien entra y le pregunta qué está haciendo, cierre el archivo y dígale que venga a verme.

– Una última cosa. ¿Y el dinero?

– ¿Qué?

– ¿Cuánto dinero del golpe del rodaje tenía Aziz debajo del asiento del coche?

Pensé que había visto una leve sonrisa asomando al rostro de Peoples, pero enseguida desapareció.

– Tenía cien pavos. Un billete relacionado con el golpe.

Se quedó el tiempo suficiente para ver la decepción en mi rostro antes de cerrar la puerta.

Después de que Peoples abandonara la sala, yo me senté al escritorio y abrí el archivo. Este contenía dos páginas con sellos de seguridad y tenía palabras en medio de los párrafos y párrafos enteros tachados con tinta negra. Estaba claro que Peoples no iba a dejarme ver nada que no me hubiera ganado, o por lo que no le hubiera extorsionado, según sus términos.

Las páginas estaban sacadas de lo que suponía que era un archivo mayor. Había un código en letra pequeña en la esquina superior izquierda. Me estiré hasta la caja de cartón y abrí mi archivo. Saqué una de las hojas sueltas de papel de notas y escribí los códigos de cada una de las páginas. Después leí lo que Peoples me estaba permitiendo leer.