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Con Aziz controlado, Peoples se volvió y se me acercó.

– Bosch, ¿está bien?

– Estoy bien.

Me levanté e hice una actuación de plancharme la ropa. Me sentía avergonzado. Aziz me había pillado por sorpresa y sabía que probablemente eso sería la comidilla de la sala de brigada que estaba al otro extremo del pasillo.

– No estaba preparado. Supongo que me he oxidado después de tanto tiempo retirado.

– Sí, nunca puede uno darles la espalda.

– Mi caja. La olvidaba.

Volví a la sala de interrogatorios y cogí la foto que estaba sobre la mesa y la caja. Cuando salí de nuevo al pasillo estaban conduciendo a Aziz, con las manos esposadas a la espalda.

Observé cómo pasaba y después Peoples y yo los seguimos a una distancia prudencial.

– Y entonces -dijo Peoples-, todo esto ha sido para nada.

– Probablemente.

– Y todo podría haberse evitado si…

No terminó, así que lo hice yo por él.

– Si su agente no hubiera cometido esos crímenes en pantalla. Sí.

Peoples se detuvo en el pasillo y yo hice lo mismo. Esperó a que el otro agente y Aziz pasaran por la puerta.

– No estoy cómodo con este acuerdo -dijo-. No tengo garantías. Puede atropellarle un camión al salir de aquí. ¿Significa eso que las cintas acabarán en las noticias?

Lo pensé un instante y asentí.

– Sí. Será mejor que ese camión no me atropelle.

– No quiero vivir y trabajar con esa espada de Damocles.

– No le culpo. ¿Qué va a hacer con Milton?

– Lo que le dije. Está fuera. Sólo que él todavía no lo sabe.

– Bueno, avíseme cuando eso ocurra. Entonces podremos volver a hablar de esa espada de Damocles.

Parecía que iba a decir algo más, pero se lo pensó mejor y empezó a caminar otra vez. Me acompañó al ascensor a través de las puertas de seguridad. Usó la tarjeta magnética para llamarlo y después para pulsar el botón del vestíbulo. Mantuvo la mano en el sensor de la puerta.

– No voy a bajar con usted -dijo-. Creo que ya hemos dicho suficiente.

Asentí y él se apartó, pero se quedó observando, tal vez para asegurarse de que no me escabullía del ascensor y trataba de liberar a los terroristas encarcelados.

Justo cuando la puerta empezaba a cerrarse, golpeé el sensor con el dorso de la mano y ésta volvió a abrirse lentamente.

– Recuerde, agente Peoples, mi abogada ha tomado medidas para asegurarse a sí misma y a la grabación. Si le ocurre algo a ella, es lo mismo que si me ocurriera a mí.

– No se preocupe, señor Bosch. No haré ningún movimiento contra ella ni contra usted.

– No es usted el que me preocupa.

La puerta se cerró cuando ambos nos sosteníamos la mirada.

– Entiendo -le oí decir a través de la puerta.

29

Mi baile con los federales no fue totalmente en vano como había dejado que Peoples creyera. Cierto, mi persecución del pequeño terrorista podía haber sido una pista falsa, pero en todos los casos hay pistas falsas. Forman parte de la misión. Al final del día lo que tenía era el registro completo de la investigación y me contentaba con eso. Estaba jugando con la baraja completa -el expediente del caso-, lo cual me permitía olvidarme de todo lo que había ocurrido en los días que me habían conducido al punto en el que me hallaba, incluida mi estancia en la celda. Porque sabía que si iba a encontrar al asesino de Angella Benton, la respuesta, o al menos la clave para resolver el caso, estaría enterrada en esa carpeta de plástico negro.

Llegué a mi casa y entré como un hombre que piensa que tal vez ha ganado la lotería, pero que necesita comprobar los números en el periódico para estar seguro. Fui directamente a la mesa del comedor con mi caja de cartón y desplegué todo lo que llevaba en ella. Lo principal era el expediente del caso. El Santo Grial. Me senté y empecé a leer desde la primera página. No me levanté a buscar café, agua o cerveza. No puse música. Me concentré completamente en las páginas que iba pasando. Ocasionalmente tomaba notas en mi cuaderno, pero la mayor parte del tiempo me limitaba a leer y a empaparme de los detalles. Me metí en el coche con Lawton Cross y Jack Dorsey y los acompañé a lo largo de la investigación.

Cuatro horas más tarde pasé la última hoja de la carpeta. Había leído y estudiado cuidadosamente cada documento. Nada me parecía la clave, la pista obvia a seguir, pero no estaba desalentado. Seguía creyendo que estaba allí. Siempre lo estaba. Simplemente tendría que tamizar la información desde otro ángulo.

Lo que más me sorprendió de mi zambullida en la parte documental del caso era la diferencia de personalidad entre Cross y Dorsey. Dorsey era más de diez años mayor que Cross y había sido el mentor de la relación. Sin embargo, en la manera de escribir y manejarse con los informes percibía fuertes diferencias en sus personalidades. Cross era más descriptivo e interpretativo en sus informes. Dorsey era lo contrario. Si tres palabras resumían una entrevista o un informe de laboratorio, él usaba tres palabras. Cross tendía a escribir las tres palabras y luego añadir otras diez frases de interpretación de lo que el informe del laboratorio o la actitud del testigo significaban. Yo prefería el método de Cross. Siempre había seguido el principio de ponerlo todo en el expediente del caso, porque a veces los casos se extienden durante meses e incluso años y los matices pueden perderse con el paso del tiempo si no se establecen como parte del registro.

El expediente también me llevó a concluir que tal vez los dos compañeros no habían tenido una relación tan estrecha. Ahora la tenían, estaban inextricablemente unidos en la mitología del departamento como símbolos del colmo de la mala suerte. Pero tal vez si hubieran mantenido una relación más estrecha en aquel bar las cosas habrían ido de otra manera.

Pensar en eso me hizo recordar a Danny Cross cantándole a su marido. Finalmente me levanté para acercarme al reproductor de cedes y poner un recopilatorio de Louis Armstrong. Se había editado junto con el documental sobre el jazz de Ken Burns. La mayoría de los temas eran de la primera época, pero sabía que terminaba con What a Wonderful World, su último éxito.

De nuevo en la mesa, miré mi libreta. Había escrito sólo tres cosas durante mi primera lectura.

$100K

Sandor Szatmari

El dinero, idiota

Global Underwriters, la compañía que había asegurado el dinero para el rodaje, había ofrecido una recompensa de cien mil dólares por una detención y condena en el caso. No había tenido noticia de la recompensa, y me sorprendió que Lawton Cross no me lo hubiera contado. Supuse que era sólo otro detalle que se le había borrado debido al trauma y al paso del tiempo.

La existencia de una recompensa era de poca consecuencia personal para mí. Supuse que puesto que era un ex policía que en cierto momento había estado implicado en el caso, aunque fuera antes del golpe que propició la recompensa, no podría cobrarla si mis esfuerzos resultaban en una detención y condena. También sabía que era probable que la letra pequeña de la oferta de recompensa especificara que se requería la recuperación completa de los dos millones de dólares para cobrar los cien mil, y que la cantidad se prorrateaba en función de la suma recuperada. Y cuatro años después del delito las posibilidades de que quedara algo de dinero eran pequeñas. Aun así, estaba bien saber de la recompensa. Podía ser una buena herramienta de influencia o coerción. Quizá yo no pudiera cobrarla, pero podía encontrar a alguien útil que podría hacerlo.