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– Suena razonable.

– Aunque se presentó voluntario para estar allí. Ayudó a preparar el dinero y después se ofreció voluntario para vigilarlo durante el rodaje.

– Bueno, sigue siendo ganable. Podía argumentar que se presentó voluntario porque recibió presiones o…

– Sí, todo eso ya lo sé. No me preocupaba si tenía posibilidades o no. Aparentemente las tenía porque el banco llegó a un acuerdo y lo manejó James Foreman.

– Muy bien, ¿entonces adonde quieres llegar? ¿Cuál es tu pregunta?

Volví a abrir la puerta de la cabina para recibir un poco de aire fresco.

– Quiero saber por cuánto llegó a un acuerdo. ¿ Cuánto se llevó?

– Llamaré a Jim Foreman ahora mismo, ¿quieres esperar en línea?

– Eh, no es tan sencillo. Creo que hay un acuerdo de confidencialidad.

Hubo un silencio en la línea y yo de hecho sonreí mientras esperaba. Me sentía bien de haber abordado el problema.

– Ya veo -dijo al fin Langwiser-. Así que quieres que viole ese acuerdo descubriendo cuánto se llevó.

– Bueno, si quieres mirarlo de esa manera…

– ¿De qué otra manera se puede mirar?

– Estoy investigando esto y ha surgido él. Simonson. Y simplemente me ayudaría mucho si supiera qué cantidad le dio el banco. Me ayudaría mucho, Janis.

De nuevo mis palabras fueron recibidas con una buena dosis de silencio.

– No voy a ir a fisgonear en los archivos de mi propio bufete -dijo al fin-. No voy a hacer nada que pueda costarme la carrera. Lo mejor que puedo hacer es ir a ver a Jim y preguntárselo.

– Vale.

No esperaba conseguir tanto.

– La cuña que tengo es que BankLA sigue siendo cliente. Si me estás diciendo que este tipo, Simonson, puede haber formado parte de este golpe que le costó al banco dos millones y su jefe de seguridad, entonces podría estar más dispuesto.

– Eh, eso está bien.

Había pensado en ese ángulo, pero quería que saliera de ella. Empecé a sentir una familiar taquicardia. Pensé que tal vez ella podría conseguir lo que necesitaba de Foreman.

– No te entusiasmes todavía, Harry.

– Vale.

– Veré lo que puedo hacer y después te llamaré. Y no te preocupes, si tengo que dejarte un mensaje en tu número de casa será en clave.

– Vale, Janis, gracias.

Colgué y salí de la cabina. En el camino de regreso a través del mercado en dirección al aparcamiento pasé el escaparate de la pastelería y me sorprendí al ver que el pastelero estaba allí. Me detuve un momento y observé. Debía de haber sido un pedido de última hora, porque parecía que acabaran de sacar el pastel de uno de los armaritos interiores de exposición. Ya llevaba la cobertura. El tipo que estaba al otro lado del cristal sólo estaba poniendo flores y letras.

Esperé hasta que escribió el mensaje. Era en letra rosa sobre un campo de chocolate. Decía: «Feliz cumpleaños, Callie.» Ojalá fuera otro pastel que iba a un lugar feliz.

35

Jocelyn Jones trabajaba en una sucursal del banco en San Vicente Boulevard, en Santa Mónica. En un condado conocido durante décadas como la capital mundial de robos de bancos ella estaba en un lugar lo más seguro posible. Su sucursal se alzaba justo enfrente de la comisaría del sheriff de West Hollywood.

La sucursal era un edificio de dos pisos estilo art déco con una fachada en curva y grandes ventanas redondas en la segunda planta. El mostrador del cajero y los escritorios de nuevas cuentas ocupaban la primera planta y las oficinas ejecutivas se hallaban arriba. Encontré a Jones en una oficina con un ojo de buey con vistas, al Pacific Design Center, conocido localmente como la Ballena Azul porque desde algunos ángulos su fachada revestida de azul recordaba la cola de una ballena jorobada saliendo del océano.

Jones sonrió y me invitó a sentarme.

– El señor Scaggs me dijo que vendría y que podía hablar con usted. Me ha explicado que estaba usted trabajando en el caso del atraco.

– Exacto.

– Me alegro de que no se haya olvidado.

– Bueno, yo me alegro de oírle decir eso.

– ¿ En qué puedo ayudarle?

– No estoy seguro. Estoy tratando de volver a trazar una serie de pasos que ya se dieron antes. Así que puede resultar repetitivo, pero me gustaría que me hablara de su participación. Le haré preguntas si se me ocurre alguna.

– Bueno, no hay mucho que pueda decirle. Yo no estuve allí como Linus y el pobre señor Vaughn. Yo estuve básicamente con el dinero antes de que lo transportaran. En ese momento era ayudante del señor Scaggs. Él ha sido mi mentor en la compañía.

Asentí y sonreí como si pensara que todo era muy bonito. Me estaba moviendo con lentitud, con el plan de irla conduciendo progresivamente en la dirección en la que quería ir.

– Así que trabajó con el dinero. Lo contó, lo empaquetó y lo preparó. ¿Dónde hizo eso?

– En la central. Estuvimos permanentemente en una cámara acorazada. El dinero nos llegó de las sucursales y lo hicimos todo allí mismo sin salir en ningún momento. Salvo, claro, al final del día. Tardamos tres días, o tres días y medio, en prepararlo todo. La mayor parte del tiempo la pasamos esperando que llegaran los billetes de las sucursales.

– Cuando habla en plural se refiere a Linus…

Abrí el expediente del caso en mi regazo como para comprobar un apellido que no recordaba.

– Simonson -dijo ella por mí.

– Exacto, Linus Simonson. ¿Trabajaron juntos en esto?

– Eso es.

– ¿El señor Scaggs también era mentor de Linus?

Ella negó con la cabeza y creo que se ruborizó ligeramente, aunque era difícil de decir porque tenía la piel muy oscura.

– No, el programa de mentores es un programa minoritario. Debería decir que era. Lo suspendieron el año pasado. De todos modos, Linus es blanco, de Beverly Hills. Su padre tenía unos cuantos restaurantes y no creo que necesitara ningún mentor.

– De acuerdo, entonces usted y Linus estuvieron allí tres días reuniendo ese dinero. También tenían que anotar los números de serie de los billetes, ¿no?

– Sí, también nos encargamos de eso.

– ¿Cómo lo hicieron?

Ella tardó un momento en responder, mientras hacía un esfuerzo por recordar. Se balanceó lentamente en la silla. Observé el helicóptero del sheriff que aterrizaba en el tejado de la comisaría, al otro lado de Santa Monica Boulevard.

– Lo que recuerdo es que se suponía que tenía que ser aleatorio -dijo ella-. Así que sacábamos billetes de los fajos al azar. Creo que teníamos que anotar unos mil números. Eso también nos llevó lo suyo.

Pasé las hojas del expediente del caso hasta que encontré el informe de los números de serie que ella y Simonson habían elaborado. Abrí las anillas de la carpeta y saqué el informe.

– Según esto registraron ochocientos números de serie.

– Ah, de acuerdo. Entonces ochocientos.

– ¿Es éste el informe?

Se lo tendí y ella lo estudió, mirando cada página y su firma al final de la última.

– Eso parece, pero han pasado cuatro años.

– Sí, ya lo sé. ¿Ésa fue la última vez que lo vio, cuando lo firmó?

– No, después del robo lo vi. Cuando me interrogaron los detectives. Me preguntaron si ése era el informe.

– ¿Y usted dijo que lo era?

– Sí.

– Bien, volviendo a cuando usted y Linus prepararon este informe, ¿cómo fue el proceso? Ella se encogió de hombros.

– Linus y yo nos turnamos anotando números en su portátil.

– ¿No existe algún tipo de escáner o de copiadora que pudiera registrar los números de serie más fácilmente?

– Sí la hay, pero no servía para lo que teníamos que hacer. Teníamos que seleccionar al azar y registrar billetes de cada paquete, pero mantener cada billete en su fajo original. De esa forma si robaban el dinero y lo repartían habría una manera de seguir la pista a cada paquete.