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– ¿Quién le dijo que lo hicieran así?

– Bueno, supongo que surgió del señor Scaggs o tal vez del señor Vaughn. El señor Vaughn fue quien se ocupó de la seguridad y de que se cumplieran las instrucciones de la compañía aseguradora.

– Muy bien, de modo que está usted en la cámara acorazada con Linus. ¿Exactamente cómo registraban el dinero?

– Oh, Linus pensó que no acabaríamos nunca si anotábamos los números y después teníamos que copiarlos en un ordenador. Así que trajo su portátil y los introdujimos directamente. Uno de nosotros leía el número mientras el otro lo tecleaba.

– ¿Quién hacía cada cosa?

– Nos turnábamos. Podría pensar que estar sentados a una mesa con dos millones de dólares en efectivo es algo muy emocionante, pero lo cierto es que era aburrido. Así que nos cambiábamos. A veces yo leía y él escribía y después yo escribía mientras él leía los números.

Pensé en ello, tratando de ver cómo podía haber funcionado. Podría parecer que el hecho de asignar dos empleados a la elaboración de la lista proporcionaba un sistema de doble control, pero no era así. Tanto si Simonson leía los números como si los introducía en el portátil, estaba controlando los datos. Podía haberse inventado los números en cualquiera de las dos posiciones y Jones no lo habría sabido a menos que hubiera mirado al billete o a la pantalla del ordenador.

– Entendido -dije-. Cuando terminaron imprimieron el archivo y firmaron el informe, ¿no?

– Sí, bueno eso creo. Fue hace mucho tiempo.

– ¿Es ésa su firma?

Ella pasó a la última página del documento y lo comprobó. Asintió.

– Sí.

Estiré la mano y ella me devolvió el documento.

– ¿Quién le llevó el informe al señor Scaggs?

– Probablemente Linus. Él lo imprimió. ¿Por qué son tan importantes todos estos detalles?

Era su primera sospecha de lo que estaba haciendo. No respondí. Pasé el informe que ella había estado estudiando a la última página y miré yo mismo las firmas. La firma de ella estaba debajo de la de Simonson y encima del garabato de Scaggs. Ese había sido el orden de las firmas. Primero Simonson, después ella y luego el documento fue llevado a Scaggs para la autorización final.

Cuando levanté el informe a la luz del ojo de buey, vi algo en lo que no había reparado antes. Era sólo una fotocopia del original, o quizá incluso una copia de otra copia, pero aun así, había gradaciones en la tinta de la firma de Jocelyn Jones. Era algo que ya había visto en otro caso.

– ¿Qué pasa? -preguntó Jones.

La miré mientras volvía a guardar el documento en el expediente del caso.

– ¿Disculpe?

– Parecía que había visto algo importante.

– Oh, no. Sólo estoy comprobando todo. Tengo unas pocas preguntas más.

– Bien. Debería ir bajando. Cerramos enseguida.

– Entonces ya termino. ¿El señor Vaughn formaba parte de este proceso en el que se preparó el dinero y se documentaron los números de serie?

Ella sacudió la cabeza.

– En realidad no. El en cierto modo nos supervisaba. Venía mucho, especialmente cuando llegaba el dinero de las sucursales o de la Reserva Federal. Estaba a cargo de eso, supongo.

– ¿Entró cuando estaban dictando los números y escribiéndolos en el ordenador?

– No lo recuerdo. Creo que sí. Como le dije, venía mucho. Creo que le gustaba Linus.

– ¿Qué quiere decir con que le gustaba Linus?

– Bueno, ya sabe.

– ¿Quiere decir que el señor Vaughn era gay?

Se encogió de hombros.

– Creo que lo era, pero no abiertamente. Supongo que era un secreto.

– ¿Y Linus?

– No, él no es gay. Por eso creo que no le gustaba que el señor Vaughn viniera tanto.

– ¿Se lo dijo a usted o fue su percepción de ello?

– No, él lo comentó un día. Como si hiciera broma diciendo que iba a poner una demanda por acoso sexual si la cosa se mantenía. Algo así.

Asentí. No sabía si significaba algo para el caso o no.

– No ha contestado a mi pregunta de antes.

– ¿Cuál era?

– Que por qué se centra tanto en esto, en los números de serie. Y en Linus y el señor Vaughn.

– En realidad no lo hago. Se lo parece porque es la parte que usted conoce. Pero trato de ser concienzudo en todos los aspectos del caso. ¿Volvió a tener noticias de Linus?

Pareció sorprendida por la pregunta.

– ¿Yo? No. Lo visité una vez en el hospital, justo después del tiroteo. Nunca se reincorporó al banco, así que no volví a verle. Trabajábamos juntos, pero no éramos amigos. Supongo que estábamos en lados distintos de la vía. Siempre pensé que por eso nos eligió el señor Scaggs.

– ¿A qué se refiere?

– Bueno, no éramos amigos y Linus era, bueno, Linus. Creo que el señor Scaggs eligió a dos personas que eran diferentes y que no eran amigos para que no tuvieran ninguna idea acerca del dinero.

Asentí, pero no dije nada. Ella pareció sumergirse en una idea y después sacudió la cabeza en un gesto de autodesaprobación.

– ¿Qué?

– Nada. Es sólo que estaba pensando en ir a verlo a uno de los clubes, pero probablemente ni siquiera me dejarían entrar. Y si dijera que le conocía, podría resultar embarazoso, bueno, si lo llamaran y actuara como si no se acordara de mi.

– ¿Clubes? ¿Hay más de uno?

Ella cerró los ojos hasta convertirlos en dos rendijas desconfiadas.

– Me ha dicho que estaba siendo concienzudo, pero ni siquiera sabe quién es ahora, ¿verdad?

Me encogí de hombros.

– ¿Quién es ahora?

– Es Linus. Ahora sólo usa el nombre. Es famoso. Él y sus socios son dueños de los mejores clubes de Hollywood. Es donde todos los famosos van a dejarse ver. Hay cola en la puerta y en los guardarropas.

– ¿Cuántos clubes?

– Creo que ahora son al menos cuatro o cinco. No llevo la cuenta. Empezaron con uno y han ido sumando. -¿Cuántos socios son?

– No lo sé. Había un artículo de una revista, espere un momento, creo que lo guardé.

Ella se agachó y abrió el cajón de debajo de su escritorio. Oí que revolvía su contenido y al final sacó un ejemplar del Los Ángeles Magazine, el mensual. Empezó a pasar páginas. Era una revista en color que enumeraba los restaurantes en la parte de atrás y que normalmente incluía dos o tres artículos largos sobre la vida y la muerte en Los Ángeles. Pero no era sólo información frívola. En dos ocasiones a lo largo de los años, escritores de la revista habían firmado reportajes de mis casos. Siempre pensé que eran los que más se habían acercado al describir cuáles son los efectos de un crimen en una familia o un barrio. Las repercusiones.

– No sé por qué lo guardo -dijo Jones, un poco avergonzada después de que acababa de decir que no le llevaba la cuenta a su antiguo compañero de trabajo-. Supongo que porque lo conocía. Sí, aquí está.

Giró la revista. El artículo titulado «Los reyes de la noche» ocupaba dos páginas e iba acompañado por la foto de cuatro hombres que posaban tras una barra de caoba oscura. Detrás de ellos había estantes con botellas de colores iluminadas desde abajo.

– ¿Puedo verlo?

Ella cerró la revista y me la pasó.

– Puede quedársela. Como le he dicho, no creo que vuelva a ver a Linus nunca más. No tiene tiempo para mí. Hizo lo que dijo que iba a hacer y eso es todo.

Levanté los ojos de la revista para mirarla.

– ¿A qué se refiere? ¿Qué le dijo que iba a hacer?

– Cuando lo vi en el hospital me dijo que el banco le debía mucho dinero por haber recibido un balazo en el…, bueno, ya sabe. Dijo que iba a cobrárselo, que dejaría el trabajo y abriría un bar. Dijo que no cometería los mismos errores que su padre.