Fui derecho a la barra, donde había tres clientes con aspecto de turistas llegados de Florida en busca de una dosis urgente de encanto californiano. La camarera era alta y delgada y llevaba téjanos negros y la camiseta ajustada de rigor que permitía a sus pezones presentarse a los clientes. Una serpiente tatuada en tinta negra se enroscaba en uno de sus bíceps y, con su lengua bífida y roja, le lamía el hueco del codo, donde las cicatrices de las agujas eran evidentes. Llevaba el pelo más corto que yo y se había tatuado un código de barras en la nuca. Me hizo pensar en lo mucho que había disfrutado al descubrir el cuello de Eleanor Wish la noche anterior.
– La consumición mínima es de diez dólares -dijo la camarera-. ¿Qué te pongo?
Recordé que según el artículo de la revista antes era de veinte dólares.
– ¿Qué cubren los diez pavos? Este lugar está muerto.
– Quedarte aquí. Eso son diez dólares.
No hice ningún amago de ir a darle el dinero. Me incliné sobre la barra y hablé en voz baja.
– ¿Dónde está Linus?
– No está aquí hoy.
– ¿Entonces dónde está? Necesito hablar con él.
– Probablemente está en Chet's. Tiene la oficina allí. No suele empezar a moverse por los locales hasta después de la medianoche. ¿Vas a pagar los diez?
– No lo creo. Me voy.
Ella arrugó el entrecejo.
– Eres poli, ¿no?
Sonreí con orgullo.
– Desde hace veintiocho años.
No mencioné que me había retirado. Supuse que se pondría al teléfono y pasaría la voz de que venía un poli.
Eso podía jugar a mi favor. Metí la mano en el bolsillo y saqué un billete de diez. Lo dejé sobre la barra.
– Eso no es por la entrada. Es para ti. Córtate el pelo.
Sonrió de manera exagerada, dejando a la vista unos bonitos hoyuelos. Agarró los diez.
– Gracias, papá.
Sonreí al salir.
Tardé quince minutos en llegar a Chet's, en Santa Mónica, cerca de La Brea. Tenía la dirección gracias al Los Ángeles Magazine, que convenientemente había puesto una lista de todos los establecimientos de los Four Kings en un recuadro situado en la última página del artículo.
Allí tampoco había cola y sólo unos pocos clientes. Estaba empezando a pensar que en cuanto las revistas y las guías turísticas te declaraban cool ya estabas muerto y enterrado. Chet's era casi una fotocopia de Nat's, incluida la camarera huraña con los poco sutiles pezones y tatuajes. Lo único que me gustaba del lugar era la música. Cuando entré estaban poniendo CoolBurnin' de Chet Baker y pensé que, después de todo, tal vez los Four Kings tenían cierto gusto.
La camarera era un deja vu: alta, delgada y de negro, salvo que su tatuaje del bícep era la cara de Marilyn Monroe en la época del «feliz cumpleaños, señor presidente».
– ¿Tú eres el poli? -me preguntó antes de que yo dijera ni una palabra.
– Veo que has estado hablando con tu hermana. Supongo que te ha dicho que no pago entrada.
– Algo de eso dijo.
– ¿Dónde está Linus?
– Está en el despacho. Le he avisado de que venías.
– Qué detalle.
Me alejé de la barra, pero señalé su tatuaje.
– ¿Es tu mamá?
– Acércate y echa un vistazo.
Me incliné sobre la barra. Ella dobló el codo y flexionó repetidamente los músculos. Las mejillas de Marilyn parecían soplar cuando el bíceps se estiraba y se contraía.
– ¿A que parece que te esté haciendo una mamada? -soltó la camarera.
– Es monísimo -dije-. Apuesto a que se lo enseñas a todos los chicos.
– ¿No merece diez pavos?
Estuve a punto de decirle que conocía sitios donde te hacían una por diez pavos, pero no me molesté. La dejé allí y encontré un pasillo que había detrás de la barra. Allí estaban las puertas de los lavabos y después otra en la que ponía «Dirección». No llamé a la puerta, me limité a entrar. Daba a una continuación del pasillo y más puertas. La tercera puerta tenía una placa con el nombre de Linus. También la abrí sin llamar.
Linus Simonson estaba sentado detrás de un escritorio repleto. Lo reconocí por la foto de la revista. Tenía una botella de whisky y una copa en la mesa. Había un hombre sentado en un sofá de cuero negro. También lo reconocí gracias a la revista. Era uno de los socios: James Oliphant. Tenía los pies encima de una mesita de café y aspecto de que la visita de un hombre del que le habían dicho que era poli no le preocupaba en absoluto.
– Eh, tío, tú eres el poli -dijo Simonson al tiempo que me invitaba a pasar con la mano-. Cierra la puerta.
Yo entré y me presenté. No dije que fuera poli.
– Bueno, yo soy Linus y éste es Jim. ¿Qué pasa? ¿Qué podemos hacer por ti?
Extendí las manos como si no tuviera nada que ocultar.
– No sé qué puedes hacer por mí. Sólo quería pasar a presentarme. Estoy trabajando en el caso de Angella Benton y por supuesto eso incluye el caso del BankLA, así que… aquí estoy.
– Oh, tío, BankLA. Eso es historia antigua. -Miró a su socio y rió-. Eso fue en otra vida. No me apetece nada recordarlo. Un mal rollo.
– Sí, bueno, no tan malo para ti como para Angella Benton.
Simonson se puso serio de repente y se inclinó por encima de su escritorio.
– No lo entiendo, tío. ¿Qué estás haciendo aquí? Tú no eres poli. Los polis vienen por parejas. Si eres poli, esto no es legal. ¿Qué quieres? Enséñame una placa,
– Yo no le he dicho a nadie que tuviera placa. Era poli, pero ahora no. De hecho, pensaba que tal vez me reconocerías de esa otra vida de la que estabas hablando.
Simonson miró a Oliphant e hizo una mueca.
– ¿Reconocerte de qué?
– Estaba allí el día que te pegaron un balazo en el culo. Pero claro, tú estabas gritando y haciendo tantos aspavientos que probablemente no tuviste tiempo de mirarme.
Esta vez los ojos de Simonson se abrieron al reconocerme. Puede que no fuera reconocimiento físico, pero sí reconocimiento de quién era yo y de lo que había hecho.
– Mierda, tú eres el poli que estaba allí. Tú eres el que disparó… -Se detuvo para no decir un nombre. Miró a Oliphant-. El es el que le dio a uno de los atracadores.
Miré a Oliphant y vi en sus pupilas el reconocimiento -reconocimiento físico- y tal vez algo como odio o ira.
– No se sabe con seguridad porque no detuvimos al atracador, pero sí, creo que fui yo el que le di -lo dije con una sonrisa de orgullo que mantuve en el rostro mientras me volvía hacia Simonson.
– ¿Para quién trabajas? -preguntó Simonson.
– ¿Yo? Trabajo para alguien que no lo va a dejar, alguien que no piensa rendirse. Ni por un momento. Va a descubrir quién mató a Angella Benton y va a seguir hasta que muera o lo sepa.
Simonson volvió a poner una mueca arrogante.
– Buena suerte a los dos, señor Bosch. Creo que ahora tiene que irse. Estamos muy ocupados.
Hice una señal de asentimiento con la cabeza y después fulminé a Oliphant con la mejor mirada asesina de mi repertorio.
– Ya nos veremos.
Salí por la puerta y recorrí el pasillo de vuelta a la barra. Chet Baker estaba interpretando My Funny Valentine. Mientras me dirigía a la puerta principal me fijé en que la camarera doblaba el bíceps para dos hombres que estaban sentados en la barra. Ambos reían. Los reconocí como los dos reyes que faltaban de la foto de la revista.