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Lentamente, me incorporé y registré lo que había sucedido. Me palpé la cara y la descubrí intacta. Me quemaba por los gases de la descarga, pero por lo demás estaba bien. Me zumbaban los oídos y por una vez no escuchaba el omnipresente sonido de la autovía.

Vi un brillo en los arbustos y alcancé el objeto. Era una botella de agua. Estaba llena, cerrada. Me di cuenta de que Simonson había resbalado en la botella de agua que se me había caído unos días antes. Y me había salvado la vida. Abrí el tapón y me tiré agua por la cara, lavando la sangre y aliviando la quemazón.

– ¡No se mueva!

Levanté la mirada y vi a un hombre asomado a la barandilla apuntándome con otra pistola. La luna se reflejó en la placa de su uniforme. Los polis habían llegado por fin. Dejé caer la botella y extendí las manos.

– No se preocupe -dije-. No me voy a mover.

Me heché hacia atrás, con los brazos todavía extendidos. Mi cabeza descansaba en el suelo y metía grandes cantidades de aire en mis pulmones. El zumbido de mis oídos permanecía allí, pero ya podía oír el latido de mi corazón que iba recuperando su cadencia habitual, la cadencia de la vida. Miré a la noche oscura y sagrada, al lugar donde aquellos que no se habían salvado en la tierra esperaban al resto de nosotros allí arriba. Todavía no, pensé. Todavía no.

40

Mientras el policía seguía apuntándome desde la terraza, su compañero bajó desde la trampilla y se me acercó por la ladera. Sostenía una linterna en una mano y una pistola en la otra y mostraba la expresión desconcertada de un hombre que no sabía en qué se había metido.

– Dese la vuelta y coloque las manos a la espalda -me ordenó secamente, con la voz alta y tensa por la adrenalina.

Yo hice lo que me ordenó y él bajó la linterna al suelo y me esposó las muñecas, afortunadamente no lo hizo al estilo del FBI.

Traté de hablarle con calma.

– Sólo para que lo sepa, yo…

– No quiero saber nada de usted.

– … soy un veterano del Departamento de Policía de Los Ángeles. Comisaría de Hollywood. Me retiré el año pasado después de más de veinticinco años.

– Enhorabuena. ¿Por qué no se lo guarda para los detectives?

Mi casa estaba en la circunscripción de la División de North Hollywood. Sabía que no había motivo para que me conociera o le importara.

– Eh -dijo el de encima-. ¿Cómo se llama? Ilumínalo con la linterna.

El agente que me había esposado me puso la luz en la cara desde un palmo de distancia. Me estaba cegando.

– ¿Cómo te llamas?

– Harry Bosch. Trabajaba en homicidios. -Harr…

– Lo conozco, Swanny. No hay problema. Quítale la luz de la cara.

Swanny apartó la luz.

– Sí, vale. Pero no le quito las esposas. Los detectives podrán… ¡Ah, Dios!

Había enfocado con la linterna en el cadáver sin rostro de los arbustos de mi izquierda. Linus Simonson, o lo que quedaba de él.

– No vomites, Swanny -llegó la voz desde arriba-. Es una escena del crimen.

– Vete a la mierda, Hurwitz, no voy a vomitar.

Oí que se movía. Traté de levantar la cabeza para observarle, pero los arbustos eran demasiado altos. Sólo podía escuchar. Sonaba como si se moviera de cadáver en cadáver. Tenía razón.

– Eh, hay uno vivo aquí. Llama a una ambulancia.

Supuse que sería Banks. Me alegré de oírlo. Tenía la sensación de que iba a necesitar un superviviente que respaldara mi relato. Si Banks se enfrentaba a cargar con todo probablemente aceptaría un acuerdo y contaría la verdad.

Me incorporé y me quedé sentado. El poli estaba arrodillado junto a Banks debajo de la terraza. Me miró.

– No he dicho que se mueva.

– No podía respirar con la cara en el suelo.

– No vuelva a moverse.

– Eh, Swanny -le llamó Hurwitz desde arriba-. El fiambre de la casa tiene placa. FBI.

– ¡Joder!

– Sí, esto se va a poner feo.

Y tenían razón. En el plazo de una hora el lugar era un enjambre. Estaban allí la policía de Los Ángeles, los bomberos, el FBI, los medios de comunicación. Conté seis helicópteros dando vueltas en círculo en el cielo durante la mayor parte de la noche. La algarabía era tal que me sorprendí a mí mismo pensando que prefería el zumbido del disparo de escopeta en mis oídos.

Los bomberos recurrieron a un helicóptero para levantar a Banks del cañón en una camilla y llevárselo. Cuando lo hubieron evacuado yo llamé al personal sanitario y me pusieron un gel de aloe en la cara para aliviar las quemaduras de gas. Me dieron una aspirina y me dijeron que las heridas eran leves y que no me quedaría cicatriz. Me sentí como si un cirujano plástico ciego me hubiera hecho un peeling con láser.

Estuve sin esposas el tiempo suficiente para subir la pendiente y pasar por la trampilla. En mi casa volvieron a esposarme y me hicieron sentar en un sofá de la sala. Veía las piernas de Milton extendidas desde el pasillo mientras un equipo de la escena del crimen se cernía sobre él.

En cuanto empezaron a aparecer los detectives la cosa se puso seria. La mayoría de ellos seguían el mismo patrón: entraban, examinaban sombríamente el cadáver de Milton, después salían a la terraza donde miraban a los otros tres cadáveres. A continuación volvían a entrar, me miraban sin decir una palabra y se metían en la cocina, donde alguien se había ocupado de abrir mi paquete de café y había puesto la cafetera a hacer horas extras.

La situación continuó así durante al menos dos horas. Al principio no conocía a nadie porque eran detectives de North Hollywood, pero después el mando tomó la decisión de pasar el peso de la investigación -la parte que el Departamento de Policía de Los Ángeles tenía en ella- a la División de Robos y Homicidios. Cuando empezaron a aparecer los chicos de robos y homicidios comencé a sentirme cómodo. Conocía a muchos de ellos e incluso había trabajado codo con codo con algunos. Pero hasta que apareció Kiz Rider a nadie se le ocurrió quitarme las esposas. Kiz exigió enfadada que lo hicieran y finalmente tuvo que ocuparse ella misma.

– ¿Estás bien, Harry?

– Ahora creo que sí.

– Tienes la cara hinchada y roja. ¿Quieres que llame a los médicos?

– Ya me han mirado. Quemaduras leves por estar demasiado cerca del otro lado de una escopeta.

– ¿Cómo quieres llevar esto? Ya sabes cómo va. ¿Quieres un abogado o quieres hablar?

– Hablaré contigo, Kiz. Te lo contaré todo. De lo contrario, pediré un abogado.

– Yo ya no estoy en robos y homicidios, Harry. Ya lo sabes.

– Deberías estar. Y ya lo sabes.

– Pero no lo estoy.

– Bueno, ése es el trato, Kiz. Tómalo o déjalo. Tengo una buena abogada.

Ella se lo pensó unos momentos.

– Está bien, espera un momento aquí. Volveré enseguida.

Kizmin Rider salió a la calle para consultar con los capitostes acerca de mi oferta. Mientras esperaba vi que el agente especial Peoples entraba y se agachaba junto al cadáver de Milton. Entonces se fijó en mí y me sostuvo la mirada. Si estaba intentando transmitirme un mensaje, yo no estaba seguro de cuál era exactamente. Pero sabía que yo tenía algo suyo para equilibrarlo. Su futuro.

Rider volvió al interior y se me acercó.

– Este es el trato. Se está convirtiendo en un problema gordo. Tenemos al FBI encima. El tipo del pasillo al parecer era de una brigada antiterrorista y eso lo complica todo. No van a dejar que tú y yo salgamos de aquí tan campantes.

– Vale, esto es lo que haré: hablaré contigo y con un agente. Quiero que sea Roy Lindell. Despertadlo y traedlo aquí y lo explicaré a todos. Tenéis que ser tú y Roy o de lo contrario llamo a mi abogada y que cada uno haga lo que pueda.