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Ella asintió con la cabeza y volvió a irse por donde había entrado. Me fijé en que Peoples ya no estaba en el pasillo, pero no lo había visto salir.

Esta vez Rider estuvo fuera media hora, y cuando volvió lo hizo acompañada de un jefe. Antes de que me lo dijera supe que el trato estaba hecho. El caso era suyo, al menos la parte del departamento.

– Muy bien, vamos a ir a la comisaría de North Hollywood. Utilizaremos una sala y nos lo grabarán. Lindell está en camino. De esta manera todo el mundo está contento y todo el mundo tiene su parte.

La fórmula era siempre la misma. Había que aguantar el fastidio de la política departamental e interagencias para poder cumplir con el trabajo. Me sentí afortunado de no formar ya parte de eso.

– Puedes levantarte, Harry -dijo Rider-. Yo conduciré.

Me levanté.

– Quiero salir antes a la terraza. Quiero mirar algo.

Ella me dejó salir. Caminé por la terraza y miré por la barandilla. Abajo, habían instalado proyectores para iluminar la colina. La pendiente era como un hormiguero con técnicos de la escena del crimen trabajando. Los equipos del forense se habían apiñado sobre los cadáveres. En el cielo los helicópteros se movían en una coreografía a varios niveles. Sabía que las relaciones que previamente había tenido con mis vecinos habían terminado.

– ¿Sabes qué, Kiz?

– ¿Qué, Harry?

– Creo que es hora de vender esta casa.

– Sí, buena suerte con eso, Harry.

Me cogió del brazo y me apartó de la barandilla.

41

La comisaría de North Hollywood era la más nueva de la ciudad. Se había construido después del terremoto y de los disturbios del caso Rodney King. En el exterior, era una fortaleza concebida para resistir los levantamientos, tanto tectónicos como sociales. En el interior, dominaba la electrónica más moderna y el confort. Yo estaba en el asiento central de una mesa, en una amplia sala de interrogatorios. No veía los micrófonos ni la cámara, pero sabía que estaban. También sabía que tenía que andarme con pies de plomo. Había hecho un mal trato. Si algo había aprendido en un cuarto de siglo en la policía era que no había que hablar con agentes sin la presencia de un abogado. En cambio, allí estaba yo dispuesto a hacerlo. Estaba a punto de sincerarme con dos personas predispuestas a creerme y ayudarme, pero eso no importaría. Lo que importaría sería la cinta. Tenía que proceder con cuidado y asegurarme de no decir nada que pudiera volverse contra mí cuando la cinta fuera visionada por aquellos que no eran amigos míos.

Kizmin Rider empezó diciendo los nombres de las tres personas presentes, mencionando la fecha, la hora y el lugar en el que nos hallábamos y a continuación leyéndome mis derechos constitucionales de tener un abogado y de mantener la boca cerrada si lo deseaba. Después me pidió que reconociera tanto oralmente como por escrito que entendía esos derechos y que renunciaba a ellos voluntariamente. Lo hice. Le había enseñado bien.

A continuación, Kiz fue directa al grano.

– Vamos a ver, en su casa hay cuatro personas muertas, incluido un agente federal, por no mencionar a un quinto hombre en coma. ¿Quiere hablarnos de ello?

– Yo maté a dos de ellos, en defensa propia. Y también herí al hombre que está en coma.

– De acuerdo, díganos qué ocurrió.

Empecé mi relato en la velada del Baked Potato. Mencioné a Sugar Ray, al cuarteto, al portero, a las camareras y a sus tatuajes. Incluso describí a la cajera a la que le había comprado café en Ralph's. Fui detallista al máximo porque sabía que los detalles les convencerían cuando los comprobaran. Sabía por experiencia que toda conversación era un testimonio oral, un testimonio del que no podía demostrarse ni su veracidad ni su falsedad. Así que si te disponías a contar una historia acerca de lo que la gente decía y cómo lo decía -especialmente gente que ya no estaba viva- era mejor salpimentarla con hechos que podían ser comprobados y verificados. Los detalles. La seguridad y la salvación estaban en los detalles.

Así que relaté para la cinta todo lo que pude recordar, incluido el tatuaje de Marilyn Monroe. Eso le hizo reír a Roy Lindell, pero Rider no le encontró la gracia.

Repasé la noche, describiendo todo tal y como había sucedido. No ofrecí ninguna explicación del porqué de mis acciones, puesto que sabía que eso surgiría en el cuestionario posterior. Quería ofrecerles un relato momento a momento y detalle a detalle de cuanto había ocurrido.

o mentí en lo que les dije, pero no les dije todo. Todavía no estaba seguro de cómo enfocar la cuestión de Mil-ton. Esperaría una señal de Lindell al respecto. Estaba convencido de que le habían dado órdenes mucho antes de entrar en la comisaría.

Oculté los detalles de Milton por Lindell. Tampoco expliqué lo que había visto cuando cerré los ojos antes de apretar el gatillo de la escopeta. Me guardé para mí la imagen de las manos de Angella Benton.

– Y eso es todo -dije al terminar-. Entonces aparecieron los agentes y aquí estamos.

Rider había estado tomando notas ocasionalmente en una libreta. Dejó ésta y me miró. Parecía conmocionada por la historia. Seguramente pensaba que era muy afortunado de haber sobrevivido.

– Gracias, Harry. Ciertamente te ha ido de poco.

– Me ha ido de poco cinco veces.

– Um, creo que vamos a tomarnos unos minutos de descanso. El agente Lindell y yo vamos a salir y hablar de esto y después probablemente volveremos con algunas preguntas.

Sonreí.

– No me cabe duda.

– ¿Podemos traerte algo?

– Un café estaría bien. He estado despierto toda la noche y en casa no me han dado ninguno de mi propia cafetera.

– Te subimos un café.

Ella y Lindell se levantaron y dejaron la sala. Al cabo de unos minutos un detective de North Hollywood al que no conocía entró con una taza de café. Me pidió que esperara allí y se fue.

Cuando Rider y Lindell volvieron me fijé en que había más notas en la libreta de mi ex compañera. Ella siguió llevando la voz cantante.

– Hemos de aclarar un par de cosas antes -dijo.

– Adelante.

– Ha dicho que el agente Milton ya estaba en su casa cuando usted llegó.

– Así es.

Miré a Lindell y después de nuevo a Rider.

– Ha dicho que estaba en el proceso de informarle de que creía que le habían seguido a casa cuando los intrusos derribaron la puerta.

– Correcto.

– El salió al pasillo a investigar y fue inmediatamente alcanzado por un cartucho de escopeta, presumiblemente disparada por Linus Simonson.

– Correcto de nuevo.

– ¿ Qué estaba haciendo el agente Milton en su casa si usted no estaba allí?

Antes de que pudiera responder, Lindell escupió una pregunta.

– Tenía permiso para estar allí, ¿verdad?

– Eh, ¿por qué no respondo a las preguntas de una en una?

Miré otra vez a Lindell y sus ojos bajaron a la mesa. No podía mirarme. A juzgar por su pregunta, que en realidad era una afirmación disfrazada de pregunta, Lindell estaba revelándome lo que quería que dijera. En ese punto interpreté que estaba ofreciéndome un trato. Con casi total seguridad tenía problemas con el FBI por ayudarme en mi investigación. Y ahora tenía sus órdenes: mantener limpia la imagen del FBI, o habría consecuencias para él y probablemente para mí. Así que lo que Lindell me estaba diciendo era que si contaba la historia de manera que le ayudara a cumplir ese objetivo -sin comprometerme legalmente yo mismo- tanto mejor para los dos.

Lo cierto era que no me importaba ahorrarle a Milton la controversia y la vergüenza póstumas. Por lo que a mí concernía ya se había llevado lo que se merecía y un poco más. Ir a por él en la sala de interrogatorios sería vengativo y no necesitaba ser vengativo con un difunto. Tenía otras cosas que hacer y quería preservar mi capacidad de hacerlas.

No olvidaba al agente especial Peoples y su brigada TV, pero había un trecho entre ellos y las acciones de Milton. Tenía a Milton en cinta, no a Peoples. Utilizar a uno para tratar de llegar al otro era un camino tortuoso. Decidí en ese momento que el difunto descansara en paz y regalarme otro día de vida.