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– Estás de broma.

– No, compruébalo.

Ella se inclinó y me besó en la mejilla. Nunca lo había hecho antes, cuando yo llevaba placa.

– Gracias, Harry. Te llamaré.

– No me cabe duda.

Observé cómo atravesaba rápidamente el restaurante hasta la salida. Volví a concentrarme en mi bandeja. El huevo estaba medio crudo y al cortarlo lo había destrozado, pero en ese momento sabía mejor que nada que hubiera comido antes.

Por fin a solas, consideré la pregunta que Kiz Rider había planteado durante el interrogatorio acerca de que el modus operandi de la desaparición de Marty Gessler era muy distinto al de la masacre de Nat's. Ya estaba seguro de que Kiz tenía razón. Los crímenes habían sido planeados, si no perpetrados, por personas diferentes.

– Dorsey -dije en voz alta.

Quizá demasiado alta. Un hombre situado a tres taburetes se volvió y se puso a observarme hasta que yo le sostuve la mirada y le obligué a que se fijara de nuevo en su taza de café.

La mayoría de mis registros y notas estaban en la casa y no tenía acceso a ellos. Tenía el expediente del caso de asesinato en el Mercedes, pero no contenía nada acerca de Gessler. Repasé en mi memoria los detalles de la desaparición de la agente del FBI. El coche dejado en el aeropuerto. El uso de su tarjeta de crédito cerca del desierto para comprar más gasolina que la que podía cargar el coche de la agente del FBI. Traté de encajar esos hechos bajo el nuevo titular de Dorsey. Era difícil hacerlo funcionar. Dorsey había estado trabajando en crímenes desde un lado de la ley durante casi treinta años. Era demasiado listo y había visto demasiado para dejar una pista así.

Pero cuando terminé mi bandeja pensé en algo. Algo que funcionaba. Miré en torno para asegurarme de que ni el hombre situado a tres taburetes de distancia ni nadie más me estaba mirando. Vertí un poco más de jarabe en mi bandeja y después hundí el tenedor y me lo comí. Estaba a punto de hundirlo otra vez cuando las anchas caderas de la camarera aparecieron delante de mí.

– ¿Ha terminado?

– Ah, sí, claro. Gracias.

– ¿Más café?

– ¿Puede darme uno para llevar?

– Por supuesto.

Ella se llevó mi bandeja y mi jarabe. Pensé en mis siguientes movimientos hasta que ella volvió con el café y corrigió mi cuenta. Dejé dos dólares sobre la barra y me llevé la factura a la caja, donde me fijé en que vendían frascos de jarabe del restaurante. La cajera reparó en mi mirada.

– ¿Quiere llevarse una botella de jarabe?

Estuve tentado, pero decidí conformarme con el café.

– No, creo que ya he tenido bastante dulzura por hoy. Gracias.

– Necesita dulzura. El mundo es muy amargo.

Coincidí con ella, y me fui con mi taza de café. De nuevo en el coche, abrí el teléfono y llamé al móvil de Roy Lindell.

– ¿Sí?

– Soy Bosch. ¿Todavía hablas conmigo?

– ¿Qué quieres? ¿Que me disculpe? Jódete porque no voy a hacerlo.

– No, puedo vivir sin que te disculpes conmigo, Roy. Así que jódete tú también. Quiero saber si todavía quieres encontrarla.

No había necesidad de usar un nombre.

– ¿Tú que crees, Bosch?

– Bien.

Pensé un momento en cuál sería la mejor forma de proceder.

– Bosch, ¿sigues ahí?

– Sí, escucha. Ahora voy a ver a alguien. ¿Puedes reunirte conmigo dentro de dos horas?

– Dos horas. ¿Dónde?

– ¿Sabes dónde está el cañón de Bronson?

– Encima de Hollywood, ¿no?

– Sí, en Griffith Park. Reúnete conmigo en la entrada del cañón. Dentro de dos horas. Si no estás, no te esperaré.

– ¿Qué pasa ahí? ¿Qué es lo que tienes?

– Ahora mismo sólo una corazonada. ¿Vas a venir conmigo?

Hubo una pausa.

– Allí estaré, Bosch. ¿Qué tengo que llevar?

Buena pregunta. Traté de pensar en qué necesitaríamos.

– Trae linternas y una cizalla. Supongo que también hará falta una pala, Roy.

Eso le hizo detenerse antes de que contestara.

– ¿Qué traerás tú?

– Creo que por ahora sólo mi corazonada.

– ¿Dónde iremos allí arriba?

– Te lo contaré cuando te vea. Te lo enseñaré.

Cerré el teléfono.

43

La puerta del garaje de la casa de Lawton Cross estaba cerrada. La furgoneta continuaba aparcada en el sendero de entrada, pero todavía no había más vehículos allí. Kiz Rider aún no había llegado. Nadie lo había hecho. Aparqué detrás de la furgoneta, bajé y llamé a la puerta principal. Danny Cross no tardó en abrir.

– Harry -dijo-. Estábamos viéndolo en la tele. ¿Estás bien?

– Nunca he estado mejor.

– ¿Son ellos? ¿Los que le hicieron esto a Law?

Tenía una mirada suplicante. Asentí.

– Sí. El que estuvo en el bar ese día, el que disparó a Law, le arranqué la cara con su propia escopeta. ¿Te hace eso feliz, Danny?

Ella apretó los labios en un intento de contener las lágrimas.

– La venganza es dulce, ¿no? Como el jarabe de arce.

Estiré el brazo y le puse una mano en el hombro, pero no para calmarla. Suavemente la aparté a un lado del umbral y entré. En lugar de dirigirme a la izquierda hacia la habitación de Lawton Cross me fui a la derecha. Me metí en la cocina y encontré la puerta del garaje. Fui a los archivadores que había enfrente del Malibu y saqué el expediente del caso Antonio Markwell, el secuestro y asesinato que había valido un nombre a Cross y Dorsey en el departamento.

Volví a la casa y entré en la habitación de Cross. No sabía dónde se había metido Danny, pero su marido me estaba esperando.

– Harry, estás en todas las cadenas -dijo.

Miré la pantalla de la televisión y vi una panorámica de mi casa desde el helicóptero. Se veían todos los coches oficiales y las furgonetas de los medios de comunicación en la calle de enfrente. También vi las lonas negras que cubrían los cadáveres de la parte de atrás. Apagué la tele. Me volví hacia Cross y le tiré el expediente de Markwell en el regazo. Él no podía moverse. Lo único que podía hacer era bajar la mirada y leer la lengüeta.

– ¿Cómo se siente? ¿Te la pone dura ver lo que has hecho? En tu caso será una erección imaginaria.

– Harry, yo…

– ¿Dónde está ella, Law?

– ¿Dónde está quién? Harry, no sé qué…

– Claro que sí. Sabes exactamente de qué estoy hablando. Tú estás aquí sentado como una marioneta, pero todo el tiempo has estado moviendo los hilos. Mis hilos.

– Harry, por favor.

– No me vengas con Harry por favor. Querías vengarte de ellos y yo era tu oportunidad. Bueno, ya la tienes, socio. Me ocupé de todos ellos, como tú pensaste. Como tú esperabas. Me has manejado bien.

Cross no dijo nada. Tenía la mirada baja, rehuyendo la mía.

– Ahora yo quiero algo de ti. Quiero saber dónde escondisteis tú y Jack a Marty Gessler. Quiero llevarla a casa. Él permaneció en silencio, con sus ojos lejos de los míos. Me agaché para cogerle el expediente del regazo. Lo abrí en la cómoda y empecé a pasar los documentos.

– ¿Sabes?, no me di cuenta hasta que alguien a quien le enseñé este trabajo lo vio -dije mientras miraba en el archivo-. Ella fue la que dijo que tenía que ser un poli. Era la única forma de que raptaran a Gessler con tanta facilidad. Y tenía razón. Esos cuatro capullos no tenían lo que hay que tener. -Hice un gesto hacia la televisión apagada-. Mira lo que ha pasado cuando han venido a por mí.

Encontré lo que estaba buscando en el expediente. Un mapa de Griffith Park. Empecé a desdoblarlo. Sus pliegues crujieron y se rasgaron. Había estado plegado durante unos cinco años. Una cruz señalaba el punto del cañón de Bronson donde se había descubierto el cadáver de Antonio Markwell.

– En cuanto tomé esa dirección, empecé a verlo. La gasolina siempre había sido un problema. Alguien usó su tarjeta de crédito y compraron más gasolina de la que cabe en su coche. Eso fue un fallo, Law. Un fallo grande. No comprar la gasolina, eso formaba parte de la distracción. El fallo fue comprar tanta. El FBI pensó que tal vez era un camión, que tal vez estaban buscando a un camionero. Pero ahora pienso en un Crown Vic. El modelo que fabrican para los departamentos de policía. Los coches con depósitos de capacidad extra para que nunca te quedes sin gasolina en una persecución.