– Wolfgang -dijo un hombre tocado con una gorra de béisbol-, el furgón blindado está aquí con el dinero.
Miré a Haus.
– ¿Qué dinero?
Y entonces, instintivamente, supe lo que iba a suceder.
Contemplo el recuerdo y lo veo todo a cámara lenta. Veo todos los movimientos, todos los detalles. Salí de la caravana del director y vi el furgón blindado rojo en medio de la calle, dos casas más allá. La puerta de atrás estaba abierta y un hombre de uniforme situado en el interior del vehículo les iba pasando las sacas a dos hombres que había en el suelo. Dos hombres de traje, uno mucho mayor que el otro, observaban desde cerca.
Cuando los portadores del dinero se volvieron hacia la casa, la puerta lateral de una furgoneta aparcada al otro lado de la calle se abrió y surgieron tres individuos con las caras cubiertas con pasamontañas. A través de la puerta abierta de la furgoneta vi a un cuarto hombre al volante. Mi mano buscó la pistola en la cartuchera de cintura que llevaba en el interior del abrigo, pero la dejé allí. La situación era demasiado arriesgada. Había demasiada gente alrededor en medio de un posible fuego cruzado. Dejé que las cosas sucedieran.
Los atracadores sorprendieron por detrás a los portadores del dinero y les arrebataron las sacas sin disparar un solo tiro. Entonces, cuando retrocedían por la calle hacia la furgoneta, sucedió lo inexplicable. El atracador que cubría el asalto, el que no llevaba saca, se detuvo, separó las piernas y levantó el arma que sostenía con las dos manos. No lo entendí. ¿Qué había visto? ¿Dónde estaba la amenaza? ¿Quién había hecho un movimiento? El tipo disparó y el más viejo de los dos hombres de traje, cuyas manos estaban levantadas y no representaban ninguna amenaza, cayó de espaldas en la calle.
En menos de un segundo se desató el tiroteo. El vigilante del furgón, los hombres de seguridad y los policías fuera de servicio situados en el césped de la entrada abrieron fuego. Yo saqué mi pistola y corrí por el césped hacia la furgoneta.
– ¡Al suelo! ¡Todo el mundo al suelo!
Mientras los miembros del equipo y los técnicos se arrojaban al asfalto en busca de protección, yo me acerqué más. Oí que alguien empezaba a gritar y el motor de la furgoneta que se ponía en marcha. El olor a pólvora quemada me irritó las fosas nasales. Cuando por fin dispuse de una posición desde donde disparar con seguridad, los atracadores ya estaban llegando a la furgoneta. Uno lanzó sus sacas a través de la puerta abierta y después se volvió sacando dos pistolas del cinturón.
No llegó a disparar. Yo abrí fuego y lo vi caer de espaldas en la furgoneta. Los otros se metieron en el interior tras él y la furgoneta arrancó, haciendo chirriar los neumáticos y todavía con la puerta lateral abierta por la que sobresalían los pies del herido. Observé cómo el vehículo doblaba la esquina y se dirigía hacia Sunset y la autovía. No tenía oportunidad de perseguirlos. Mi Crown Vic estaba aparcado a más de una manzana.
Abrí mi teléfono móvil y llamé para que enviaran una ambulancia y el máximo de efectivos posibles. Les di la dirección por la que huía la furgoneta y les dije que fueran a la autovía.
Todo eso sucedió mientras el griterío de fondo no cesaba. Cerré el móvil y me acerqué al hombre que gritaba. Era el más joven de los dos hombres de traje. Estaba de costado, sujetándose la cadera izquierda con la mano. La sangre se filtraba entre sus dedos. Su día y su traje se habían arruinado, pero supe que se salvaría.
– ¡Me han dado! -gritaba mientras se retorcía-. ¡Joder, me han dado!
Salí de mi ensoñación y volví a la mesa del comedor justo cuando Art Pepper empezaba a tocar: You'd Be So Nice to Come Home To, con Jack Sheldon a la trompeta. Tenía al menos dos o tres grabaciones de Pepper del standard de Colé Porter. En todas ellas atacaba el tema con tanta fuerza que parecía que iba a arrancarse las tripas. No sabía tocar de otra manera y esa implacabilidad era lo que más me gustaba de él. Me halagaba pensar que compartía esa cualidad con Pepper.
Abrí mi libreta por una página en blanco y estaba a punto de escribir una nota sobre algo que había visto en mi rememoración del tiroteo cuando alguien llamó a la puerta.
5
Me levanté, recorrí el pasillo y acerqué el ojo a la mirilla. Entonces volví con rapidez al comedor y cogí un mantel del armario que había junto a la pared. Nunca lo había usado. Lo había comprado mi ex mujer y lo había puesto en el armario para cuando recibiéramos gente en casa. Pero nunca recibíamos gente en casa. Ya no tenía mujer, pero el mantel me iba a servir. Volvieron a llamar a la puerta. Esta vez más fuerte. Terminé de cubrir las fotos y los documentos apresuradamente y volví a la puerta.
Kiz Rider estaba de espaldas a mí y mirando hacia la calle cuando abrí la puerta.
– Kiz, lo siento. Estaba en la terraza de atrás y no te he oído la primera vez que has llamado. Pasa.
Ella pasó por delante de mí y enfiló el corto pasillo hacia la sala y el comedor. Probablemente se fijó en que la puerta corredera de la terraza trasera estaba cerrada.
– ¿Entonces cómo sabes que hubo una primera llamada? -preguntó mientras caminaba.
– Yo, eh…, bueno, el golpe era tan fuerte que quien estaba allí tenía…
– Vale, vale, Harry, ya lo he entendido.
No la había visto en casi ocho meses, desde mi fiesta de despedida, que ella había organizado en Musso's alquilando todo el bar e invitando a todos los de la División de Hollywood.
Entró en el comedor y vi que se fijaba en el mantel arrugado. Estaba claro que estaba tapando algo e inmediatamente lamenté haberlo hecho.
Rider llevaba un traje de chaqueta gris marengo con la falda por debajo de la rodilla. El traje me sorprendió. Cuando trabajábamos juntos ella llevó téjanos negros y un blazer por encima de una blusa blanca el noventa por ciento del tiempo. Eso le daba libertad de movimientos y le permitía correr si era necesario. De traje tenía más aspecto de vicepresidenta de banco que no de detective de homicidios.
– Vaya, Harry, ¿siempre preparas tan bien la mesa? -dijo con la mirada todavía en el mantel-. ¿Qué hay para cenar?
– Perdona, no sabía quién llamaba a la puerta y he tapado unas cosas que tenía aquí.
Se volvió para mirarme.
– ¿Qué cosas, Harry?
– Sólo cosas. Material de un viejo caso. Bueno, dime, ¿qué tal te va en robos y homicidios? ¿Mejor que la última vez que hablamos?
La habían ascendido a la división de élite del departamento aproximadamente una año antes de que yo dejara el departamento. Tenía problemas con su nuevo compañero y con otros de robos y homicidios y se me había confiado al respecto. Yo había sido su mentor, pero esa relación, que continuó cuando a ella la trasladaron a robos y homicidios, había concluido cuando yo preferí el retiro a un puesto en su misma división que podría haberme convertido de nuevo en su compañero. Sabía que le había dolido. Que me organizara la fiesta de mi retiro había sido un gesto bonito, pero también había sido la gran despedida de ella.
– ¿Robos y homicidios? No lo sé.
– ¿Qué? ¿De qué estás hablando?
Estaba genuinamente sorprendido. Rider había sido la compañera con más talento e intuitiva con la que había trabajado. Ella estaba hecha para la misión. El departamento necesitaba más gente como ella. Estaba convencido de que habría logrado adaptarse a la vida en la brigada más elitista del departamento para hacer un buen trabajo.
– Me fui al principio del verano. Ahora estoy en la oficina del jefe.
– ¿Estás de broma? Oh, joder…