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Retrocedí. Su rabia la envolvía como un campo de fuerza y me obligaba a retroceder. Levanté las manos en ademán de rendición y no dije nada. Ella aguardó un momento y luego se volvió hacia la puerta.

– Adiós, Harry.

Rider abrió y salió, después cerró la puerta tras de sí. -Adiós, Kiz.

Pero ella ya se había ido. Me quedé un buen rato allí de pie, pensando en lo que Kizmin Rider había dicho y en lo que había callado. Había un mensaje dentro del mensaje, pero todavía no podía leerlo. El agua estaba demasiado turbia.

– High jingo, baby -dije para mí al tiempo que cerraba la puerta.

6

El trayecto de salida hasta Woodland Hills me llevó casi una hora. Ese solía ser un lugar donde si esperabas, elegías bien tu ruta e ibas en dirección contraria al tráfico podías llegar a algún sitio en un tiempo decente. Ya no era así. Me daba la sensación de que las autovías eran una pesadilla permanente en todas partes y a todas horas. Nunca había tregua. En los últimos meses había hecho pocos desplazamientos de larga distancia y verme de nuevo inmerso en la rutina era un ejercicio molesto y frustrante. Cuando llegué a mi límite, salí de la 101 en Topanga Canyon y me abrí camino por calles de superficie el resto del trayecto. Me contuve de intentar recuperar el tiempo perdido acelerando por los distritos residenciales. Llevaba una petaca en el bolsillo interior de la cazadora y si me hacían parar podía suponerme un problema.

En quince minutos llegué a la casa de Melba Avenue. Aparqué detrás de la furgoneta, bajé del coche y caminé hasta la rampa de madera que se iniciaba junto a la puerta lateral de la furgoneta y que se había construido sobre los escalones de la fachada principal.

En la puerta me recibió Danielle Cross, quien me invitó a pasar en silencio.

– ¿Qué tal está hoy, Danny?

– Como siempre.

– Ya.

No sabía qué más decir. No podía imaginar cuál era la perspectiva del mundo que tenía una mujer como ella, cuyas esperanzas habían cambiado completamente de la noche a la mañana. Sabía que no podía ser mucho mayor que su marido. Cuarenta y pocos. Pero era imposible decirlo. Tenía unos ojos cansados y unos labios que parecían permanentemente tensos y curvados hacia abajo en las comisuras.

Conocía el camino y ella me dejó pasar. Atravesé la sala de estar y luego recorrí el pasillo hasta la última habitación de la izquierda. Entré y vi a Lawton Cross en su silla, la que se compró junto con la furgoneta después de la colecta que había promovido el sindicato de policías. Estaba mirando la CNN -un reportaje más de la situación en Oriente Próximo- en una televisión montada en un soporte fijado en una esquina del techo.

Su mirada me buscó, pero su cara no lo hizo. Una correa le pasaba por encima de las cejas y le sujetaba la cabeza al cojín. Había una red de tubos que conectaba su brazo derecho a una bolsa de un fluido claro, colgada de un poste unido a la parte posterior de la silla. Cross tenía la piel cetrina y no pesaba más de cincuenta y cinco kilos. La nuez le sobresalía como una esquirla de porcelana rota, tenía los labios resecos y agrietados y el cabello completamente despeinado. Me había sorprendido su aspecto cuando había venido después de recibir su llamada. Traté de no delatar mi sorpresa en esta ocasión.

– Eh, Law, ¿cómo va eso?

Era una pregunta que detestaba hacerle, pero sentía que se la debía.

– Ya lo ves, Harry.

– Sí.

Su voz era un susurro áspero, como el de un entrenador de instituto que se ha pasado cuarenta años gritando desde la línea de banda.

– Escucha -dije-. Siento volver tan pronto, pero había algunas cosas.

– ¿Has hablado con el productor?

– Sí, empecé con él ayer. Me concedió veinte minutos.

Se oía en la habitación un silbido bajo que ya había percibido en mi anterior visita, esa misma semana. Creo que era el respirador, que enviaba aire a través de la red de tubos que pasaban bajo la camisa de Cross, salían a través del escote y le subían por ambos lados del rostro antes de entrar en sus fosas nasales.

– ¿Y…?

– Me dio algunos nombres. Todas las personas de Eidolon Productions que supuestamente sabían lo del dinero. Todavía no he tenido tiempo de investigarlos.

– ¿Alguna vez le preguntaste qué significaba Eidolon?

– No, nunca pensé en preguntárselo. ¿Qué es, un apellido?

– No, significa fantasma. Ésa es una de las cosas que recordé. Me ha saltado en la cabeza cuando he estado pensando en el caso. Se lo pregunté una vez. Me dijo que era de un poema sobre un fantasma que estaba sentado en un trono en la oscuridad. Supongo que se imagina que es él.

– Raro.

– Sí. Oye, Harry, ¿puedes apagar el monitor? Así no hemos de molestar a Danny.

Me había pedido lo mismo en mi anterior visita. Rodeé su silla y vi un pequeño dispositivo de plástico con una lucecita verde que brillaba en una cómoda próxima.

Era un monitor de audio de los que usan los padres para escuchar a los bebés mientras éstos duermen. A Cross le servía para llamar a su mujer cuando necesitaba cambiar de canal o precisaba alguna otra cosa. Lo apagué para poder hablar en privado y volví a situarme delante de la silla.

– Bueno -dijo Cross-, ¿ahora por qué no cierras la puerta?

Hice lo que me pidió. Sabía adónde íbamos a ir a parar.

– ¿Me has traído esta vez lo que te pedí? -dijo Cross.

– Eh, sí.

– Bien. Empecemos con eso. Mira si ha dejado mi botella en el cuarto de baño que tienes detrás.

El estante de encima del lavabo estaba lleno de todo tipo de fármacos y material médico. En una jabonera había una botella de plástico sin tapa. Parecía el bidón de una bici, pero era ligeramente distinto. El cuello era más ancho y estaba levemente curvado, probablemente para facilitar el ángulo de bebida. O eso pensé. Rápidamente saqué la petaca de mi chaqueta y vertí un par de medidas de Bushmill en la botella. Cuando salí del cuarto de baño, los ojos de Cross se abrieron de horror.

– No, ¡ésa no! ¡Esa es la del pis! Es la que va debajo de la silla.

– ¡Mierda! Lo siento.

Volví al cuarto de baño y estaba tirando el whisky en el lavabo justo cuando Cross gritó:

– No, no lo hagas.

Volví a mirarlo.

– Me lo habría tomado.

– No te preocupes, tengo más.

Después de enjuagar el recipiente de plástico y dejarlo otra vez encima de la jabonera volví a la habitación.

– Law, ahí no hay ninguna botella para beber. ¿Qué quieres que haga?

– Maldita sea, seguramente se la ha llevado ella. Sabe lo que pretendo. ¿Tienes la petaca?

– Sí, aquí mismo. -Di unos golpéenos en la cazadora a la altura del bolsillo.

– Déjame probarlo.

Saqué la petaca, la abrí y se la acerqué. Le dejé tragar. Él tosió sonoramente y parte del líquido se le derramó por la mejilla y el cuello.

– ¡Ah, Dios! -exclamó en un grito ahogado.

– ¿Qué?

– Joder…

– ¿Qué? Law, ¿estás bien? Iré a buscar a Danny. Hice un movimiento hacia la puerta, pero él me detuvo.

– No, no. Estoy bien. Estoy bien. Es que… hacía mucho que no bebía. Dame otro trago.

Volví a acercarle la petaca a la boca y le di una buena sacudida. Esta vez tragó el whisky sin problemas y cerró los ojos.

– Black Bush… Joder, qué bueno. Sonreí y asentí.

– A la mierda los médicos -dijo-. Tú tráeme Bushmill cuando quieras, Harry. Cuando quieras.

Era un hombre que no podía moverse, pero aun así vi que el whisky le suavizaba la mirada.

– Ella no me da nada -dijo-. Ordenes del doctor. La única vez que lo pruebo es cuando alguno de vosotros viene a visitarme. Y eso no pasa a menudo. ¿Quién va a querer ver semejante panorama?

»Tú sigue viniendo, Harry. No me importa el caso, resuélvelo o no lo resuelvas, pero tú sigue viniendo a verme. -Cross buscó la petaca con la mirada-. Y tráeme a tu amigo. Trae siempre a tu amigo.