James dijo:
– Están viajando directamente de regreso a Yorkshire mañana.
Douglas continuó:
– Nos reuniremos todos en lo del abogado, y las mentes legales nos ayudarán a solucionar esto. Ahora, es hora de acostarse. Yo, para empezar, sigo nadando en demasiado champagne.
Como era el patriarca quien había hablado, todos se pusieron obedientemente de pie.
Como James había dicho, la vicaría estaba llena hasta las vigas del tercer piso. Jason y otros seis jóvenes, incluyendo al dueño del dormitorio, Max, el hijo mayor de tío Tysen, dormían alineados como troncos sobre gruesas pilas de mantas, recolectadas de los feligreses de tío Tysen.
Excepto Jason. Él no podía dormir. Todos sus planes, toda la magnífica ejecución de sus planes, ¿qué pasaría ahora? Odiaba la incertidumbre. Escuchando los ronquidos, los gruñidos y quejidos de todos sus primos, se preguntó cómo las esposas podían dormir alguna vez, con todo el ruido que hacían los hombres; se puso una bata que su primo Grayson le había prestado y salió de la vicaría. Caminó por los jardines empapados en luz de luna, deteniéndose junto a una densa parra de madreselva retorcida para aspirar su aroma nocturno.
– ¿Sabía que las mujeres roncan?
Jason casi saltó con sus pies descalzos. Se dio vuelta rápidamente, pisó una ramita puntiaguda, y empezó a bailar sobre un pie.
La bruja se rió.
– Los ronquidos de las mujeres no son tan ensordecedores como los de los hombres -dijo él, frotándose el pie. -Sólo pequeños sonidos maullantes, delicados ronquiditos y silbidos.
– Supongo que usted lo sabría, con todas las mujeres con quienes ha puesto a dormir a través de los años.
Él levantó una ceja ante eso.
– ¿Es por eso que está levantada, señorita Carrick? ¿No podía dormir con todos los gruñiditos y quejidos?
– Era casi como si estuviera allí acostada escuchando alguna especie de extraño cuarteto de cuerdas. Un resuello aquí, un fuerte suspiro al otro lado de la habitación, un estruendo más profundo al lado de mi codo izquierdo.
– ¿Y no podía unirse a la orquesta?
– Estaba allí acostada, preguntándome qué vamos a hacer con todo este lío. No porque tenga alguna duda del resultado correcto, naturalmente, sino cómo llegar ahí, el abrirme camino a través de su familia muy rica y poderosa, a quienes les gustaría enviarme a China. En un barril. Lleno de arenque.
– ¿Abrirse camino? ¿Cree que mi familia sería deshonesta? Le aseguro, señorita Carrick, que no hay razones para serlo ya que yo tengo el derecho. Thomas Hoverton es un derrochador, un derrochador de miras estrechas, mujeriego y jugador, y por eso es que su abogado tiene el poder para tomar decisiones financieras por él. El propio Thomas lo promovió para mantenerse apartado de sus acreedores, a quienes probablemente les gustaría sacarle las entrañas por la nariz. Además, usted no es una pobrecita abandonada. Hablando de una familia poderosa; su tío, Burke Drummond, el conde de Ravensworth, sí que es un hombre muy poderoso. En cuanto a su padre, es el barón Sherard. Contáctelos, señorita Carrick. Hasta que su padre llegue, su tío puede representar sus intereses, él y su abogado. Deje de lloriquear. En realidad, mis padres evaluarían seriamente China o quizás Rusia. Algún lugar remoto.
Hallie suspiró.
– Sí, todo eso es verdad. Pero llevará días que tío Burke llegue a Londres. ¿Realmente estaba lloriqueando?
– Sí.
– Bueno, eso no es muy atractivo, ¿cierto? No, no se atreva a decir que es lo que todas las muchachas norteamericanas hacen o lo empujaré contra esos rosales.
– Muy bien, no lo diré. El hecho es que estoy encantado con la imagen de usted saliendo de un barril de arenque después de seis semanas o más en el mar, en un camino surcado que la llevará a Moscú en seis meses.
– ¿Arenque inglés o norteamericano?
Jason quiso reír, pero no lo hizo.
– El arenque inglés es más salado en mi experiencia. No porque no me agrade un olorcillo a sal, naturalmente.
– Está inventando eso. -Ella se quedó callada un momento y luego dijo: -El hecho es que me gusta más ser norteamericana que inglesa. Tengo una perspectiva diferente en muchas cosas. Ya sabe, la forma en que veo a las personas, el modo en que respondo a las situaciones.
– Eso debe significar que todavía no es una esnob insufrible aún.
– ¿Es así como ve a las muchachas inglesas, señor Sherbrooke? ¿Cómo esnobs?
– No, para nada. Usted tiene razón acerca de las muchachas americanas… es más probable que pateen a un hombre en la espinilla si él las ofende en vez de gimotear tras una palmera en maceta en un rincón.
– ¿Está hablando por experiencia?
– Sí, por supuesto. He visto ambas. En cuanto a mí, preferiría intentar con la espinilla.
– Nada de intentos. Yo lo haría, rápido y duro.
– Supongo que podría intentarlo. Un caballero está en desventaja, por supuesto, porque no puede devolver la patada. Tiene una boca mordaz, señorita Carrick. También tiene un costado cruel, si no estoy errado… sobre las féminas de la especie, rara vez estoy equivocado.
Excepto una vez, pensó él, sintiendo ese detestable dolor familiar atravesándolo. Una vez había sido tan condenadamente ciego… No, no pensaría en eso. Había pasado mucho tiempo atrás. Estaba en casa otra vez, y sabía, sabía totalmente que nadie lo culpaba. Nunca dejaba de asombrarlo y humillarlo. Se preguntó si alguna vez dejaría de culparse a sí mismo y supo que no.
Volvió a mirar a Hallie, preguntándose cómo se vería con ese maravilloso cabello suyo suelto alrededor de los hombros, en vez de en una gruesa trenza. Si no estaba errado, y creía que no, pensaba que se veía herida. ¿Herida por qué? ¿Por lo que él había dicho? No, imposible, no esta tigresa, este paquete cuya boca tendría que ser tapada para mantenerla callada.
– Tal vez la haría sentir mejor conmigo si supiera que nunca tuve a una muchacha intentando patearme en la espinilla o sollozar detrás de una palmera en maceta.
– Eso es porque todas las mujeres en los alrededores están flotando encima tuyo -dijo ella bastante calmada. -Basta de elogios, o se volverá aun más vanidoso de lo que ya es. Escúcheme. Estoy preocupada, lo admito. Quiero decir, sé que como Thomas Hoverton me vendió su propiedad soy la verdadera dueña, pero este asunto del abogado, bueno…
– Como dije, señorita Carrick, hay muchas propiedades para que usted compre. Esta es la única cerca de mi hogar. -Él odiaba dar vueltas a los problemas cuando podía ver que cada lado tenía algo de derecho a intentarlo. En cambio dijo: -¿Sabía que su nombre casi rima con el de mi cuñada?
– Corrie. Hallie. Sí, es parecido, viendo los nombres. Ella es muy inteligente.
– ¿Por qué cree que Corrie es muy inteligente?
– Es evidente. Oh, ya veo, como hombre usted no notaría un cerebro femenino aunque le guiñara un ojo desde su sopa. Ella se lleva bien con su esposo.
– Sí, ella mataría por James.
– Como Melissa mataría por Leo.
– Evidentemente.
– Sus pies están descalzos, señor Sherbrooke. Y esa bata que lleva es muy vieja y estropeada.
– Pertenece a mi primo Grayson. Olvidé empacar. Llegué a casa justo a tiempo para cambiar de ropa y venir galopando aquí. Usted se ve como un postre batido, señorita Carrick, toda suave, esponjosa y aterciopelada.
– Sí, bueno, fue un regalo de mi tía Arielle cuando pensó que iba a casarme…
Ella golpeó las manos sobre su boca, se veía horrorizada de que esas palabras hubiesen salido directo de su boca. Dio un paso atrás, se aferró a la bata larga y suelta de seda durazno y la cerró con tanta fuerza sobre sus pechos que bajo esa encantadora luz de luna, Jason pudo ver a través su adorable piel blanca.
Hallie supo que él iba a arruinarla: acababa de escapársele una poderosa munición, pero “hmm,” fue lo único que él dijo, nada más. Ella retrocedió tres pasos más hasta que su espalda golpeó contra un rosal trepador. Una espina debía haberla pinchado, porque dio un salto y se apartó.