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– En realidad, a decir verdad, las estatuas no se comparan favorablemente con la comadreja. O con James.

– ¡Suficiente! -rugió Jason.

Hallie se agitó, descubrió que él no había aflojado en nada su agarre y dijo:

– Apuesto a que usted desenterró las cien libras en cuanto pudo y las perdió todas en veinte minutos en una casa de apuestas.

Douglas dijo:

– Mis hijos visitaron una casa de apuestas una sola vez, señorita Carrick, y fue conmigo, su padre, cuando tenían diecisiete años.

Alex dijo:

– Válgame, Douglas, nunca me contaste eso. Cómo me gustaría haberlo visto. Podría haberme puesto un par de los pantalones de Corrie, quizás podría haber usado una máscara, bebido brandy…

– Fue bastante malo, madre -dijo James. -Estábamos ebrios como cubas, apostando enormes cantidades de dinero como si no tuviésemos una preocupación en el mundo. El lugar olía, para decirlo con franqueza. En cuanto al hombre dueño de la casa de apuestas, se veía como si fuera a clavar con gusto un cuchillo en tu abdomen si no pagabas tus pérdidas.

Corrie dijo a su suegro:

– Eso fue bastante brillante, señor. Lo hizo como una lección.

Douglas asintió.

– Lo desconocido es un poderoso cebo. Quita el misterio y verás la podredumbre debajo. Según recuerdo, mi propio padre me llevó a una casa de juegos de mala fama cuando tenía aproximadamente esa edad.

Alex dijo en un suspiro:

– Creo que a mi padre nunca se le ocurrió llevarnos a Melissande o a mí a una experiencia instructiva como esa. Apuesto a que había casas de apuestas en York, ¿no lo crees, Douglas?

– Señor, dame fuerzas -dijo Douglas, con los ojos dirigidos al cielo.

Hallie tiró una vez más de sus muñecas, pero el agarre de Jason seguía siendo irrompible.

– Todo esto está muy bien, todas estas lecciones instructivas, milord, ¿pero podríamos volver a los negocios?

– ¿Qué negocios? -preguntó James. -Oh, lo siento, lo olvidé. Usted quiere matar a mi hermano.

– No -aulló ella, -¡quiero mi caballeriza! Es mía, me pertenece, pagué buen dinero por ella en las manos ahuecadas del propio dueño, no de su abogado adulador.

– Antes de que regresemos a ese tema -dijo el conde, -tengo curiosidad por saber qué hiciste con el dinero, Jason.

– Sabes -dijo Jason lentamente, -lo olvidé. Creo que todavía debe estar allí enterrado.

– ¿Olvidó cien libras? -dijo Hallie. -Eso es imposible. Un joven nunca olvida su dinero, incluso uno como usted, con más apariencia que cerebro.

– Excelente -dijo Corrie. -Hallie, ha recuperado su sentido del humor.

Hallie quería saltar sobre Corrie, pero Jason la mantuvo bien agarrada de las muñecas. Sí le dio libertad suficiente como para que pudiera sacudir un puño en dirección a Corrie.

– ¿Tiene el absoluto descaro de burlarse de mí?

Corrie dijo, serena como una gallina dormida:

– Para nada. ¿Todavía quiere aplastar a Jason? Le enseñaré a boxear, señorita Carrick. ¿Qué dice de eso?

Los ojos de James, como los de su padre, fueron hacia el cielo.

– ¿Vio un combate de boxeo cuando tenía doce años y ahora dará lecciones?

– Bueno -dijo Douglas. -Yo le di lecciones. Y a tu madre también.

Ofreció una sonrisa de pirata a sus hijos boquiabiertos.

Jason tensó aún más su agarre y disparó una mirada consternada a su padre.

– Bien, señorita Carrick, basta de rememorar, aunque ha traído revelaciones que han conmovido a mi pobre hermano hasta la punta de los pies. Usted nunca vio a Corrie en pantalones. Bueno, Corrie tiene razón. Los golpes simples en el estómago no muestran nada de conocimiento de la ciencia del boxeo.

Hallie dijo:

– Simplemente quería llamar su atención. El asesinato viene más tarde.

El conde, que ahora se encontraba con los hombros contra la repisa de la chimenea y los brazos cruzados sobre el pecho, dijo:

– Me pregunto dónde está Willicombe. Debería estar aquí, echando té por nuestras gargantas y…

– ¡Milord! Ah, el amo Jason también está en casa. Qué placer, qué excelente nuevo día es. Sólo vean cómo entra el sol por la enorme ventana para brillar sobre su rostro vuelto. Digo, amo Jason, ¿por qué tiene a esa jovencita agarrada de las muñecas?

– Willicombe, esta muchacha quiere acabar conmigo. Su nombre es señorita Hallie Carrick.

– ¿Debería buscar a Remie para que se ocupe de ella, amo Jason?

– Todavía no, Willicombe, en este momento estoy defendiéndome.

Willicombe se volvió hacia Alex.

– ¿Refrescos, milady?

– Cualquier cosa que la cocinera pueda hacer estaría bien, Willicombe. ¿Cómo está Remie?

– Él languidece, milady, languidece hasta volverse tan delgado como una pata de pollo. Trilby es una doncella y conoce todos los trucos de su ama sobre cómo hacer sudar a un joven.

Sacudió la cabeza mientras se marchaba de la salita.

– Remie enamorado -dijo Corrie. -¿Trilby? Me pregunto quién es su ama. ¿Willicombe dijo que aprendió trucos de su ama? Hmm, me pregunto…

– Corrie, yo te enseñaré todos los trucos que necesitas para complacerme.

Douglas dijo:

– ¿Por qué no nos sentamos? No más provocaciones, Jason, no más violencia, señorita Carrick. Bien, Jason, intenté explicar a Hallie que esto no era una especie de truco solapado, que simplemente estabas intentando poner las cosas en marcha. Tu madre intentó asegurarle que eras honorable y también que simplemente querías poner las cosas en movimiento. Tu hermano intentó asegurarle que proponer las cosas directamente era uno de tus dones especiales…

Para absoluta estupefacción de Douglas, la tonta jovencita tuvo el descaro de interrumpirlo.

– Ah, sí, todos hablaban sobre hacer avanzar las cosas. Qué cosas, pregunté, pero naturalmente nadie tenía una respuesta a eso. -Se sacudió una vez más y luego miró a Jason. -En cuanto a su condenado gemelo, él me despreció por atreverme a acusarlo a usted de ser una vil criatura, únicamente adecuada para que le metan las entrañas en los oídos. ¡Suélteme!

– Muy bien. -Jason la soltó y fue paseándose a sentarse en un sillón de orejas de respaldo alto. Unió los dedos, estiró sus largas piernas y cruzó los tobillos. -Señorita Carrick, ¿qué dijo Corrie? Después de todo, estaba diciéndome lo inteligente que ella es.

– ¿Qué es esto? ¿Usted cree que soy inteligente?

– Calla, Corrie -dijo Jason. -¿Señorita Carrick?

Hallie seguía demasiado enojada con él como para pensar con claridad, y ahora él estaba sentado cómodamente en una condenada silla. ¿Qué había dicho Corrie? Logró recuperar el control. Se dio cuenta de que todos los Sherbrooke estaban desparramados en la enorme sala de estar, observando, evidentemente divirtiéndose a sus expensas.

– Corrie dijo que usted era uno de los hombres más decentes que conocía y que yo debía dejar de criticarlo constantemente.

Hubo un encantador momento de silencio.

– ¿Realmente dijiste eso sobre mí, Corrie? -preguntó Jason.

– Es la verdad -dijo ella.

James dijo:

– Bueno, quizás sí es bastante inteligente después de todo. Sólo mira los gemelos que tuvo. Bailaste el vals con ellos, Jason, viste lo elegantes y entusiastas que son. Fue Corrie quien les enseñó a bailar.

Corrie se rió.

– Sí, casi flotan de tan ligeros de pies que son.

Hallie sintió que era aporreada sobre la alfombra. Todos reían, tan felices como perdices, y su rol, que estaba jugando magníficamente bien, era el de una arpía sin educación.

Jason miró a Hallie un largo rato.

– ¿Está preparada para oírme ahora, señorita Carrick?

– Sí, estoy lista.

– No son buenas noticias.

– No las esperaba -dijo ella.

A Douglas no le gustaba la expresión decidida en el rostro de su hijo. Algo estaba muy mal. Era difícil no meterse y protegerlo, pero se forzó a no decir nada. Fue hasta su sillón de orejas favorito y se sentó frente a su hijo. Alex fue a pararse a su lado, con la mano sobre su hombro. Douglas la observó, sonrió y la hizo bajar sobre su regazo.