Ella dijo, sin emoción en su voz:
– Ahora comprendo por qué lord Renfrew tomó a la señora Matcham como amante ni dos semanas antes de que fuésemos a casarnos. Creyó que yo era demasiado estúpida y que estaba demasiado enamorada de él como para descubrirlo. ¿Sabe qué? No me enteré acerca de la señora Matcham hasta después de haber roto nuestro compromiso. Lo que descubrí fue que a su sastre, un tal señor Huff, no le había pagado durante seis meses. Él vino a mí, verá, esperando que yo le pagara. Me dijo que no estaría sorprendido si más proveedores llegaban a mi puerta, ya que todos los acreedores de su señoría sabían que él había encontrado una encantadora paloma regordeta, tan verde que probablemente comenzaría a florecer antes de la primavera.
– Esa es una dosis de humillación considerable -dijo Jason. -¿Está hablando de William Sloane?
– No, William Sloane perdió casi todo el dinero en juegos antes de morir convenientemente, y su hermano, Elgin Sloane, se convirtió en lord Renfrew.
– Pero, ¿su tío no lo conocía? Para asegurarse de que él no estaba casándose con usted por su dinero, o…
– Sí, lo hizo. Era William quien tenía la mala reputación, no Elgin. Después de todo, Elgin Sloane había estado en la escena de Londres sólo siete meses antes de conocerme. Nadie conocía el verdadero estado de sus finanzas.
– Así que sólo los proveedores sabían la verdad sobre él.
– Evidentemente.
– Al menos lo descubrió antes de casarse.
– Si lo hubiese descubierto después de la boda, le hubiese disparado.
– Esa es una cosa americana. -Pero Jason se rió. -Hubiese sido colgada aquí. ¿Fue entonces que decidió que quería tener una caballeriza?
– Sí. Me volveré independiente, y nunca me casaré.
– Como he dicho, señorita Carrick, probablemente hay muchas propiedades en venta, así como muchos hombres allí afuera que no son canallas como Elgin Sloane.
Ella descartó sus palabras.
– O, supongo, podría convertirme en monja.
– No puedo imaginar a ninguna madre superiora que se precie aceptándola. Dudo mucho que sea lo suficientemente dócil como para aceptar órdenes.
Hallie se encogió de hombros.
– De cualquier modo, nunca me casaré, no a menos que pierda el juicio por completo y tire mi dinero en las manos de otro sinvergüenza. Creo que contrataré a alguien para que me cuide. Si estoy en peligro de volver a caer en esa despreciable trampa nuevamente, esa persona simplemente me meterá dentro del barril de arenque.
– Como dije, no todos los hombres son sinvergüenzas, señorita Carrick.
Ella volvió a encogerse de hombros, sin mirarlo. Jason sintió su dolor y odiaba sentirlo. Ella se dio vuelta para subir por las escaleras cuando él dijo:
– Al igual que usted, señorita Carrick, también he decidido que jamás me casaré. Soy afortunado de que no sea mi responsabilidad proporcionar un heredero para el linaje Sherbrooke, así que no importará.
Ella no dijo nada, pero Jason sabía que su atención estaba concentrada en él. Sin embargo, no quería decir nada más, y se horrorizó por haber dicho tanto. Nunca hablaría de eso, jamás…
– A mí me sucedió casi cinco años atrás.
Cerró la boca. Era un tonto, un idiota. Nada de esto era asunto de ella, asunto de nadie.
– ¿Iba a casarse con una muchacha que lo quería sólo por su dinero?
Él rió, esa vez fue una risa grave y atroz desde su interior, y las palabras salieron desordenadamente.
– Oh, no, yo superé por mucho su miserable traición, señorita Carrick. Escogí a una muchacha que hubiese matado a mi padre si Corrie no le hubiera disparado y asesinado.
Jason no podía soportarse. Había revelado todo eso sólo para hacer sentir mejor a esta escandalosa joven. Gracias a Dios no había nada más para escapar de su condenada boca. Era una pena que uno no pudiera recuperar palabras precipitadas y meterlas nuevamente en su garganta. Giró sobre sus talones y abandonó la casa de ciudad.
Hallie Carrick se quedó parada en las escaleras un largo rato. Había oído todo tipo de chismes acerca de por qué Jason Sherbrooke había abandonado abruptamente Inglaterra y se había ido a vivir con los Wyndham, pero nada parecido a esto. Él tenía razón. Ella estaba herida y humillada porque un hombre deshonroso había intentado meter las manos en su dinero. Lo que le había sucedido era común, pero lo que le había pasado a él… el modo en que había sido usado, le pudría el alma. Había escapado a Norteamérica; había intentado huir de sí mismo. Hallie no creía que lo hubiese logrado.
Se dio vuelta para subir a su dormitorio. Él nunca confiaría en otra mujer. Apostaría su considerable dote en eso. No podía culparlo.
CAPÍTULO 11
En el almuerzo al día siguiente, Douglas dijo:
– Lo siento mucho, señorita Carrick, pero el señor Chartley venderá Lyon’s gate a Jason por la suma que él mismo pagó.
– Y fue una cantidad mísera. Sí, es lo que imaginé que sucedería -dijo Hallie. -¿No es interesante que después de todo esto usted, señor Sherbrooke, haya obtenido lo que quería y sólo pagado una miseria por eso? -Ella se puso de pie lentamente. -Me gustaría agradecerles por su hospitalidad, milord, milady. Me marcharé a Ravensworth por la mañana. Ahora debo empacar.
Asintió a cada uno de los Sherbrooke por vez y salió de la salita para ver a Willicombe parado al pie de las escaleras, claramente bloqueándola.
– ¿Sí, Willicombe?
– Sólo quería decirle, señorita Carrick, si perdona mi impertinencia, que tengo un primo que trabajaba para lord Renfrew. Mi primo dijo que Su Señoría era un hombre adulador, malo, del tipo que seduciría a una criada y se felicitaría a sí mismo por su virilidad. Nunca dijo un gracias a ninguno de sus sirvientes. Fue mi primo Quincy quien dijo al sastre de lord Renfrew, el señor Huff, que sus posibilidades de obtener el dinero que le debía no eran buenas. Quincy no tenía idea, por supuesto, de que el señor Huff iría a usted con la mano extendida. Sin embargo, resultó del mejor modo, ¿verdad?
– Sí, así fue, sin dudas. Qué mundo tan pequeño. -Willicombe le hizo una pequeña reverencia y ella subió las escaleras, deteniéndose nuevamente a mitad de camino. -¿Sabe qué sucedió con lord Renfrew, Willicombe?
– Su Señoría se casó con una tal señorita Ann Brainerd de York. El padre de ella es dueño de muchos canales que entrecruzan la campiña del norte, e hizo su fortuna transportando mercancías arriba y abajo por esos canales. Ahora los trenes están volviendo obsoletos los canales porque las mercancías son transportadas mucho más económicamente y rápido de ese modo. Se rumorea que lord Renfrew no ha obtenido tanto del matrimonio como esperaba. Evidentemente, el padre de su esposa se dio cuenta bastante rápido de que lord Renfrew no era un hombre de excelente carácter.
– Bueno, eso es algo de justicia, ¿verdad?
– Excepto por la pobre mujer.
– Siempre debe haber alguien que pierda, Willicombe.
– Sí, señorita, ¿no es eso cierto?
– Su primo, ¿qué hacía para lord Renfrew?
– Era el cochero principal de Su Señoría, tanto aquí en Londres como en su finca en el campo.
– ¿Qué está haciendo su primo ahora, Willicombe?
– Es un cochero menor para lady Pauley, señorita Carrick, en Bigger Lane. Ella es bastante gorda, lady Pauley, sin dudas hace gruñir a los caballos cuando dos lacayos la suben a empujones al carruaje, dice Quincy. Es una pena.
– ¿Quincy es un hombre fuerte?
– Casi tan fuerte como Remie, mi sobrino.
– Gracias, Willicombe. Debo pensar en esto.
Dejó a Willicombe mirándola. La joven dama había perdido, justamente, probando lo que había dicho… siempre alguien tenía que perder. Así era la vida. Se preguntó qué pasaría con ella ahora. Se preguntó porqué estaba interesada en Quincy.
En la cena esa noche, Douglas observó a una silenciosa Hallie un momento y luego dijo: