– Déjenme contarles más acerca del señor Chartley. Como sospechábamos, hay una señorita Chartley. La conocimos cuando visitamos al señor Chartley en el 25 de Park Lane, una encantadora mansión esquinera que los herederos de lady Bellingham le rentaron por la temporada. La señorita Chartley acaba de cumplir dieciocho. Ella es, ah, no terriblemente atractiva, más bien rellenita y sus dientes son un poquito largos y saltones, y su risa, bueno, me hizo poner los nervios de punta.
Jason miró a Hallie, cuya cabeza había estado inclinada sobre su plato hasta que su padre había comenzado a hablar. Vio que se quedaba boquiabierta. Él estalló en carcajadas. Para su sorpresa, Hallie se sumó a él, los primeros sonidos de cualquiera de ambos desde que la familia se había sentado para tomar una excelente cena de estofado de carne y papas con cebollas, dos de las especialidades de la cocinera.
El conde asintió, complacido.
– Bien, la verdad del asunto es que la señorita Chartley es bastante adorable. Ha sido bien criada, tiene modales encantadores, y le irá bien ahora que la aceptarán en la sociedad.
Alex dijo a sus hijos:
– Su padre no ha tenido la oportunidad de ser encantadoramente despiadado durante un buen tiempo. Todos están intimidados por él; algunos realmente tiemblan en sus botas, y se ha vuelto demasiado sencillo para él salirse con la suya fuera de los portales de Northcliffe. Dentro de esos portales, sin embargo, es un asunto totalmente diferente.
Douglas levantó su copa de Bordeaux y brindó a lo largo de la mesa.
– Contempla lo que sucede a un hombre cuando ha estado casado casi desde siempre.
– Se ve bastante espléndido, señor -dijo Corrie. -Se me ocurre que tal vez debería tomar lecciones de mi suegra. James se sale con la suya con demasiada frecuencia, para mi gusto. Si continúa así, será un tirano doméstico dentro de un año, quizás dos.
– Te daré lecciones, Corrie -dijo Alex. -Quizás es más necesario porque James es tan hermoso. Dado cómo su tía Melissande aún es tan gloriosa, me temo que James y Jason seguirán envejeciendo bien, y esa podría ser la ruina de una mujer. Sí, debes tener lecciones, querida.
Hallie dijo:
– Cuando mi madrastra está enojada con mi padre, su rostro se pone rojo, le dice nombres maravillosamente ingeniosos, y le dice que puede dormir en los establos. Recuerdo una mañana que entré en el establo para verlos dormidos juntos en un compartimiento. Hmm. Quizá, milady, pueda pasar las lecciones a Genny.
Pero se marcharía por la mañana, pensó Jason.
La mañana siguiente, exactamente a las diez en punto, el señor Chartley se levantó para enfrentar a una encantadora joven que se encontraba en el umbral de la salita.
– Mi mayordomo dice que usted es hija del barón Sherard y sobrina del conde de Ravensworth.
– Sí, señor Chartley, lo soy. Estoy aquí para comprarle Lyon’s gate.
– Esto es bastante sorprendente, señorita Carrick. Pase, ¿sí? ¿Un poco de té, quizá?
– No, señor, pero es amable de su parte ofrecerlo. Le ofrezco un diez por ciento más de lo que Jason Sherbrooke está ofreciéndole. Claramente, estoy ofreciéndole más de lo que usted pagó a Thomas Hoverton por Lyon’s gate. Vendiéndomelo, obtendrá una ganancia.
– Sabe, señorita Carrick, que ya he acordado vender Lyon’s gate a Jason Sherbrooke.
– Sí, señor, pero todavía no le ha firmado la escritura. Aún no es legal.
– No sé qué decir. -El señor Chartley pasó sus dedos por su espeso cabello negro. -Esto es bastante sorprendente -volvió a decir. -Jovencita, ¿cuánto tiempo cree que podría conservar mi reputación si no cumpliera con el acuerdo que hice? No, no necesita decir nada, eso es algo que no le concierne ni una pizca. -El señor Chartley suspiró. -Si no le vendo Lyon’s gate, su tío evitará que mi preciosa hija ingrese a la sociedad. Por otro lado, si no vendo Lyon’s gate a Jason Sherbrooke, su padre evitará que mi preciosa hija ingrese a la sociedad. Creo que estoy entre la espada y la pared.
– Eso es correcto, señor. Yo soy la espada. Le sugiero que acepte mi oferta, ya que la pared no está a la vista. De ese modo, obtendrá una ganancia. -Le ofreció una ancha sonrisa. -Ah, mi tío, el conde de Ravensworth, me considera una hija. Era un hombre militar, ya sabe. No querría contrariarlo, si fuera usted. En cuanto a mi padre…
– Sé todo sobre su padre -dijo el señor Chartley. -Así como sé sobre el conde de Northcliffe. Es más, lo veo claramente ahora. Si toma asiento, señorita Carrick…
La puerta de la salita se abrió de golpe y Jason entró a zancadas, con el mayordomo detrás suyo, agitando las manos.
El señor Chartley dijo:
– Creo que la pared acaba de entrar, señorita Carrick.
Hallie se puso de pie de un salto.
– Fui tan silenciosa, no le dije a nadie… ¿qué está haciendo aquí?
Jason hizo una breve reverencia al señor Chartley.
– Perdóneme, señor, por irrumpir de este modo, pero seguí a la señorita Carrick aquí.
Se quedó allí parado, con las manos en las caderas, viéndose como si quisiera arrojarla por las amplias ventanas de la sala.
– Puede marcharse, Jason. Nadie le pidió que viniera. El señor Chartley y yo estamos haciendo negocios.
– Él ya ha acordado venderme Lyon’s gate. Dese por vencida, señorita Carrick, dese por vencida.
– No, nunca. Dos pueden jugar el mismo juego, señor Sherbrooke. Usted tiene sólo a su padre para poner clavos en el ataúd social del señor Chartley, mientras que yo tengo a mi padre y mi tío para usar como, eh, palanca…
– Señor Sherbrooke, señorita Carrick, veo que debo tomar una decisión. Si me disculpan.
Salió por la puerta, cerrándola silenciosamente detrás suyo.
Jason y Hallie se miraron fijamente a cada lado de la sala.
– ¿Cómo lo supo?
– Le pedí a Remie que la mantuviera vigilada. Si uno confía en una mujer, debería saltar inmediatamente al Támesis y ahogarse.
– ¡Yo vi Lyon’s gate primero!
– Eso no amerita una respuesta, señorita Carrick. Márchese ahora. Ha perdido. Lo admitió anoche. Váyase a casa.
– Mis amenazas son tan potentes como las suyas, señor Sherbrooke. ¿Por qué no…?
– Podía oírlos desde el vestíbulo. -El señor Chartley se quedó un momento en la puerta de la sala de estar y luego entró, sonriendo ecuánime a ambos, y ofreció un sobre a cada uno. -Bueno, esto es lo mejor que puedo hacer para asegurar el éxito social de mi hija. Confío en que ninguno de ustedes se sentirá compelido a buscar mi destrucción.
– ¿Qué ha hecho, señor? -preguntó Jason, tomando el sobre. -Ya ha aceptado mi oferta.
– Lo hice, señor Sherbrooke. Pero ahora tengo una nueva comprensión de la situación. Supongo que usted y la señorita Carrick podrían pujar por Lyon’s gate hasta que yo estuviera cerca de hacer una fortuna, pero no soy un hombre estúpido. -Sonrió imparcialmente a los dos. -Llámenme Salomón.
– ¿Qué es esto, señor? -quiso saber Jason.
– Señor, seguramente podemos llegar a un arreglo que evite que el conde lo arruine. ¿Qué hay en este sobre? -preguntó Hallie.
– Ah, miren la hora. Debo encontrarme con mi preciosa hija en Bond Street. Tiene una prueba hoy en lo de Madame Jordan. Su padre me la recomendó tan bondadosamente, señor Sherbrooke. ¿Quieren que envíe un poco de té?
– No -dijo Hallie, aferrando el sobre contra su pecho. -Debo partir.
Pero el señor Chartley fue más rápido. Jason y Hallie se enfrentaban nuevamente, ambos sosteniendo un sobre lacrado.
– ¿El señor Chartley dice que es Salomón? -dijo Jason.
– Esto no me gusta. No me gusta en absoluto.
Hallie levantó sus faldas y dejó a Jason solo en la salita del señor Chartley, con el sobre aún sin abrir en su mano.
Treinta minutos más tarde, Douglas dobló el papel y volvió a meterlo dentro del sobre.