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James asintió.

– Agosto será. Qué gracioso que tu gemelo y yo compartimos el mismo nombre.

Jason asintió.

– Durante seis meses me hizo sentir bastante extraño decir el nombre de mi hermano a la cara de otro hombre. -Estudió ambos rostros entonces, rostros que se habían vuelto tan queridos para él a través de los años. -No sé si realmente les he dicho cuánto significan para mí, ustedes y los niños. No tengo parentesco por sangre con ustedes, pero no dudaron en hacerme parte de su familia, en enseñarme. Y tú, Jessie, por ganarme en las carreras, riendo alegremente mientras tanto, sin preocuparte para nada por la continua golpiza a mi frágil masculinidad.

– Eso es porque James tiene la masculinidad más grande y frágil en todo Baltimore, y la tuya es mísera en comparación.

James dijo:

– No hablaremos de enormes femineidades. Bien, Jason, te convertiste en parte de la familia rápidamente, pero el resto de eso son tonterías. Todo lo que teníamos para enseñarte lo aprendiste en el primer año. Eres mágico con los caballos, responden a ti a un nivel casi humano. Es como si supieran que estás allí para ellos, que harás cualquier cosa que necesiten. -James se encogió de hombros. -Es difícil ponerlo en palabras, pero sé que cualquier carrera o cría de caballos que hagas en Inglaterra será un éxito.

Jason se quedó mirándolo, desconcertado.

– Eso es cierto, Jason -dijo Jessie. -Ahora, cuando regreses, ¿dónde planeas establecerte?

– Cerca de Eastbourne, cerca del hogar de mi padre, Northcliffe Hall. Como mi padre obligó a mi abuela a mudarse a la casa de campo cinco años atrás, James, Corrie y sus gemelos se quedaron en Northcliffe. -Se quedó callado un momento y ofreció una sonrisa torcida a James. -Para que comprendan porqué la ausencia de mi abuela de la casa grande hizo semejante diferencia, déjame decir que conocer a tu madre, James, me ha hecho sentir que nunca dejé a mi abuela. Indudablemente la mudanza de mi abuela fue una auténtica bendición. Era muy desagradable con mi madre y con Corrie.

– Oh, cielos -dijo Jessie con un poco de intimidación. -¿Tu abuela es como mi suegra?

– Sí, pero ella nunca intentaba ser sutil como Wilhelmina. Siempre era un martillo, iba tras sus víctimas con una buena cantidad de entusiasmo.

Jessie dijo con naturalidad:

– Estamos muy agradecidos de tener que verla sólo una vez por semana. Siempre me ha odiado, como si no hubieses adivinado eso inmediatamente, Jason. Dice estas cosas horribles, todas ligeramente disfrazadas para sonar inocuas. A veces simplemente deseo que lo disparara todo, como evidentemente hace tu abuela.

James se rió.

– En realidad, tendrías que ser una bruta para no entender que estás siendo insultada hasta la punta de los pies.

Jason dijo:

– Al igual que Wilhelmina, mi abuela odia a todas las mujeres en la familia. La única mujer con quien no es grosera es con mi tía Melissande. -Se quedó callado un momento. -Quiero desesperadamente ver a mis padres otra vez. Quiero ver a mi hermano y a Corrie, y a mis sobrinos. Y lo gracioso es que recién se me ocurrió temprano esta mañana…

La ceja derecha de Jessie se elevó.

– ¿Antes o después de dejar la casa de Lucinda?

– Antes, en realidad -dijo Jason, su voz y expresión repentinamente tranquilas y austeras. -Se sorprendió bastante cuando salté fuera de la cama como si Satanás me estuviera siguiendo.

– Te extrañaremos, Jason -dijo Jessie mientras tomaba la mano de su esposo. -Pero estaremos todos juntos otra vez en agosto. No falta nada.

– Le sonrió a su esposo, parpadeó para alejar las lágrimas y luego fue hacia los brazos de Jason. -Siempre deseé tener un hermano, y Dios finalmente me dio uno.

– También me dio un hermano a mí -dijo James Wyndham. -Uno con honor, inmensa buena voluntad, y cerebro. Lo que sea que haya sucedido todos esos años atrás, Jase, es hora de dejarlo ir. -Jason no dijo una palabra. James agregó rápidamente, dándose cuenta de que Jason todavía no estaba preparado para dejar ir nada: -Sólo deseo que no fueras tan condenadamente apuesto.

Jessie se recostó en los brazos de Jason, riendo.

– Es verdad, todas las mujeres entre las edades de quince y cien te persiguen, Jason. Ni siquiera intentes negarlo. No creerías cuántas damas me han arrinconado, cada palabra fuera de sus bocas sobre ti. Oh, sí, todas quieren ser mis mejores amigas y visitarme. -Se volvió hacia su esposo. -Como dije en el desayuno, Jason es el primero, luego Alec Carrick. Hmm, me pregunto qué piensa Alec de eso.

Jason dijo en un suspiro:

– Desearía que creyeras que Alec, al igual que yo, pensamos que es una maldita molestia. ¿A quién le importa un rostro, de todos modos? -Eso era tan estúpido que Jessie no dijo nada. Jason se quedó callado y abrazó a Jessie nuevamente. -La cosa es que siempre quise una hermana. ¿Y sabes qué? Tienes el cabello tan rojo como mi madre, y aunque tus ojos son verdes y los de ella azules, hay un gran parecido entre ustedes dos. Es la mujer más hermosa que conozco. -Jason tocó con su mano el cabello rojo encendido, una gruesa cuerda trenzada que caía por su espalda. -Eso es, si los rostros hermosos hacen alguna diferencia. -Se interrumpió un instante y sus ojos oscurecieron. -Gracias. Muchísimas gracias a ambos por traerme de regreso a la vida.

CAPÍTULO 02

Northcliffe Hall – Cerca de Eastbourne, sur de Inglaterra.

Jason guió a Dodger hacia la casa de campo al final del sendero. Quedaba a unos buenos cien metros de Northcliffe Hall, lo suficientemente lejos, había escrito Corrie, para que su abuela no pudiera entrar enfadada, provocar estragos, y salir indignada, sonriendo con los pocos dientes que le quedaban. Su abuela tenía la asombrosa edad de ochenta años, incluso más vieja que Hollis. Quería verla, abrazarla, agradecer al Señor que siguiera aquí para ser desagradable. Tal vez grandes cantidades de vinagre mantenían sana a una persona.

Su padre había escrito justo antes de la partida de Jason de Baltimore que Hollis aún tenía una plétora de dientes y cabello. Jason estaba simplemente agradecido de que Hollis, al igual que su abuela, siguiera vivo.

Jason ató a Dodger, que estaba tan feliz de estar en casa que no podía dejar de agitar la cabeza y olisquear el aire. Jason se abrazó a su cogote y el caballo relinchó. Había resistido bien el viaje de dos semanas.

– Tú, viejo, tienes más corazón y fortaleza que cualquier otro caballo en el mundo.

Miró la casa estilo Reina Ana cubierta de hiedras y el hermoso jardín que la rodeaba, que sabía que probablemente era cuidado por su madre. Las ventanas destellaban con el sol de media tarde, y había un aire de satisfacción en el lugar. Se preguntaba si su abuela habría pronunciado jamás una palabra de gracias. Lo dudaba.

Sonrió al golpear la aldaba de latón contra la gruesa puerta de roble.

No pudo creer cuando Hollis abrió la puerta principal. El viejo se quedó mirándolo, se agarró el pecho y susurró:

– Oh, cielos, ¿es realmente usted, amo Jason? Después de todos estos años, ¿es usted realmente? Oh, mi querido muchacho, oh, mi precioso muchacho, finalmente está en casa.

Hollis se arrojó a los brazos de Jason.

Jason se dio cuenta con sorpresa de que Hollis estaba mucho más bajo, abrazando al anciano tan suavemente como podía. Había conocido a Hollis toda su vida; de hecho, su padre también lo había conocido durante casi toda su vida. Hollis tenía fuerza en esos viejos y delgados brazos suyos, gracias a Dios.

Aspiró el aroma del viejo, el mismo aroma que había tenido sus veintinueve años en esta tierra, una mezcla de limones y cera de miel, y dijo:

– Ah, Hollis, te he extrañado. Recibí tus cartas semanales, al igual que las de mi hermano y mis padres. Corrie también. Lamento que me haya llevado tanto tiempo comenzar a responderlas realmente, pero…