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Su primer hogar. El primer hogar de Hallie. Oh, sí, había oído la emocionada voz de Martha, todos los que habían estado en la casa en ese momento la había oído, para estricta desaprobación de Petrie. Sí, la casa era simplemente magnífica. Sonrió, pero pronto esa sonrisa desapareció. Ella había querido besarlo. Se había aferrado hasta que él le había quitado los brazos de alrededor de su cuello.

Su cocinera, la señora Millsom, de senos tan grandes que probablemente podría hacer equilibrio con un vegetal o dos bastante bien, les había preparado una cena excelente; un poco de pescado y cordero, si recordaba bien, pero había estado tan concentrado en sentarse en la silla del amo a su propia mesa de su propio comedor, que realmente no recordaba qué había comido. Quizás también había habido algunos guisantes. Había estado consciente de que la cocinera lo estaba observando, así que la había elogiado con extravagancia. La señora Millsom sacudió sus dedos y se dirigió de regreso a la cocina, cantando, si Jason no lo había imaginado, y Hallie había dicho: “Oh, no, no la señora Millsom,” pero él no le había preguntado qué había querido decir con eso.

Frunció el ceño ante un recuerdo. Mientras compartían una copa de oporto tras la cena, Hallie había dicho:

– Estoy tan emocionada que apenas puedo evitar ponerme a dar saltos… mi primer hogar, mi primera cena en mi propio hogar.

Y Angela, viendo que él estaba listo para abrir la boca, dijo rápidamente mientras levantaba su copa:

– Propongo un brindis: para tu primer hogar y el de Jason, y nuestro primer hogar juntos.

También era el hogar de ella, maldición. La mesa de ella en el comedor de ella. No sólo suyos. La había visto mirando alrededor, con entusiasmo, y había sabido que Hallie quería pedirle que volviera a bailar el vals con ella por toda la casa. Pero no lo había hecho, probablemente por su evidente rechazo… y eso trajo justo frente a sus ojos a Judith McCrae, de esa parte oculta de su cerebro, la muchacha que había sido un monstruo, la muchacha que casi lo había matado. Sí, cada vez que sacaba a la luz a Judith, su mente regresaba a su camino correcto.

Cuando se quedó dormido, soñó otra vez con esa tarde, se vio saltando frente a su padre, sintió la bala desgarrando su hombro, y el interminable dolor que lo había arrastrado profundo dentro suyo, casi matándolo.

Despertó de golpe, respirando con dificultad y rapidez, el sudor cubriéndolo. No había tenido ese sueño en muchos meses. Ahora, esa noche, en su nueva cama, había venido y traído todo de regreso. No quería volver a dormir. No quería volver a caer en esa pesadilla.

Cuando volvió a quedarse dormido, durmió profundamente, absolutamente nada entrando en su mente para perturbarlo.

La mañana siguiente, mientras Jason bajaba las escaleras, con los eventos de ese lejano día metidos nuevamente en la envuelta oscuridad, oyó a Petrie diciendo:

– Tu paso es totalmente demasiado ligero. Muestra falta de respeto por tus superiores. Estás casi danzando, Martha, y la doncella de una dama no debería danzar. Su paso debería ser lento y majestuoso. Sus ojos deberían mirar sus pies. No aceptaré tu entusiasmo en mi casa.

¿La casa de Petrie? Bueno, ¿por qué no? Era prácticamente la condenada casa de todos. Jason iba a hablar cuando vio a la joven Martha parada frente a Petrie, con las manos en las caderas, dando golpecitos con un pie y con una encantadora mueca de desdén en su delgado y joven rostro.

– Bueno, irritante y viejo tonto, usted ni siquiera es gordo y arrugado aún, y aquí… aquí está, actuando como un abuelo severo sin siquiera un poquito de risas dentro suyo. El querido señor Hollis debe tener diez veces su edad, sin embargo nunca es severo y desaprobador, y lo que es más, le agradan bastante las mujeres, a diferencia de usted, que le gustaría cocinarnos a todas en el maravilloso horno nuevo que la ama compró. Escúcheme, señor Petrie. Por supuesto que tengo el paso ligero, tengo sólo diecisiete años. Márchese ahora, escuché a su amo despertando hace mucho rato. Usted se ocupa de él, ¿verdad?

Petrie la miraba fijamente, boquiabierto.

– No soy un viejo e irritante tonto.

– Mi má siempre decía que un viejo es amargo, rígido y desagradable, sin importar que aún tenga todos los dientes.

Jason se dio cuenta en ese momento de que Martha no había dicho ni una sola palabra mal, que había hablado fluida y rápidamente, su dicción y gramática perfectas. La furia hacía cosas extrañas a las personas. No tenía nada que hacer. Martha se había ocupado de Petrie bastante bien. Se preguntó si Petrie estaría listo para cometer asesinato.

Deseaba poder simplemente pasar junto a ellos. No quería ver a su ayuda de cámara-mayordomo mortificado. Pero Lyon’s gate no era ni cerca del tamaño de Northcliffe Hall, así que Petrie tendría que verlo, sentirse culpable y sufrir.

– Buenos días, Martha, Petrie. No, Petrie, no necesitaba tus servicios. Desayunaré ahora. Martha, ¿está levantada tu ama?

– Oh, sí, señor. Es madrugadora, lo es, sin dudas me hará cambiar mis horarios.

– Fresca y descarada -dijo Petrie en voz baja, pero claro, no lo suficientemente baja.

Martha se volvió hacia él, recordó que el amo estaba a un metro de distancia, y le hizo una encantadora reverencia antes de sellar los labios.

– Muy bien hecho, Martha.

– Gracias, señor. La señorita Carrick me lo enseñó. Ella es siempre tan elegante cuando hace reverencias.

– Posiblemente -dijo Jason y entró en el desayunador. Cuando se sentó, con el plato apilado con huevos, tocino y riñones, dijo a Hallie, que estaba bebiendo una taza de té en la otra punta de la mesa: -Necesitamos un ama de llaves, o Petrie será asesinado en su lecho por todo el personal femenino.

– La prima Angela quería ser el ama de llaves, pero es mi chaperona y es noble.

– Le pediré a Hollis que nos recomiende a alguien.

Jason comió mientras Hallie continuaba bebiendo su té, con los dedos tamborileando suavemente sobre el mantel.

Jason extrañaba el periódico de Londres que normalmente tendría en Northcliffe Hall.

– ¿Qué te sucede esta mañana? ¿No dormiste bien?

– Oh, sí. En realidad, me gustaría mucho que me dieras permiso para que Dodger sirva a Piccola, eh, sin cargo por sus servicios de semental.

Una ceja se elevó.

– ¿Sin cargo por los servicios de Dodger?

– Como somos socios, merezco un poquito de consideración, ¿no lo crees?

Jason se había ocupado de Piccola varias veces desde que había llegado. Era una pura sangre, una lustrosa zaina con cuatro calcetines blancos y una línea blanca en la cara, un cuello largo y elegante, un pecho amplio.

– Sí -dijo. -Si su primera cría es una potranca, es tuya; si es un potro, es mío. ¿Está bien?

– Hmm. Si es un potro, ¿puedo quedarme con el potro siguiente?

– Muy bien.

Ella le ofreció una enorme sonrisa.

– Muy bien, iré a hablar con Henry. Creo que ella estará en celo muy pronto. Como ya sabes, el verano es la mejor época para el apareamiento, así que tenemos que apresurarnos. Pedí a tu tío Tysen que comentara por ahí que nuestro negocio está en marcha. A mi tío Burke también. Dodger estará muy ocupado.

– Tenemos suerte de tener a Henry nuevamente con nosotros. Me contó sobre los últimos años de vida del señor Hoverton, cómo Thomas siempre estaba…

La voz de Jason se apagó cuando Hallie de pronto se puso de pie, y él casi se cayó de su silla. No podía creerlo. Ella llevaba pantalones negros, una camisa blanca suelta cubierta con un chaleco negro, y brillantes botas negras. Se había atado el pelo con una cinta negra de terciopelo. Era bastante evidente que todo lo que vestía era nuevo y bien confeccionado. Jason recordó la primera vez que él y James la habían visto en Lyon’s gate. Había estado vestida con viejas ropas sucias de muchachito. Ahora que lo pensaba, tampoco la había visto bajo el lomo de Carlomagno.