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Encontró su voz al levantarse rugiendo de su silla.

– ¡No se mueva, señorita Carrick!

Por un instante no pudo pensar. Sus largas piernas estaban bastante bien expuestas, dejando poco a la imaginación de un hombre. Su trasero…

Gracias a Dios Hallie se dio vuelta lentamente para enfrentarlo, y él pudo obligarse a mirarla a la cara. Se inclinó, apoyando sus palmas sobre la mesa. Golpeó su tenedor y voló al otro lado de la sala, pero no le prestó atención.

Ella dijo, con una ceja levantada:

– ¿Qué desea, señor Sherbrooke?

Jason intentó controlarse. No era su padre, maldición, ni su esposo. Pero la indignación salió; simplemente no pudo contenerla.

– Irás arriba en este instante y harás que Martha te ponga un traje adecuado. No saldrás hasta que estés adecuadamente vestida, más o menos como una dama. No volverás a usar ropas de hombre nunca más. ¿Te queda perfectamente claro?

– Como casi estás gritando, sí, por supuesto, está claro. Discúlpeme ahora, señor Sherbrooke, tengo trabajo que hacer en los establos.

– ¡No se mueva, señorita Carrick! -El rostro de él estaba rojo, su pulso palpitando en el cuello. Afortunadamente su cerebro se mantenía entero y le dijo que se controlara. -Maldita seas… -No, no, inténtalo nuevamente. Calma, necesitaba calma y control con ella. Su voz se hizo más lenta, se profundizó, seguramente la voz de un amo, la voz de un hombre serio. -¿No te das cuenta de que todos en la región se enterarán de tu farsa de hombre? ¿No te das cuenta de que serás tachada de libertina?

– Eso es absurdo. Ya tengo una interesante reputación en la región simplemente porque estoy viviendo con un hombre que no es mi esposo. Pero déjame asegurártelo, nadie me cree para nada libertina.

Ella había empezado toda ligera y desdeñosa, incluso divertida, pero para el momento en que había terminado, su voz se había elevado una octava y su rostro estaba rojo. Bien, pensó Jason, era una mujer descontrolada, ¿qué podía esperar uno? Mientras que él era tranquilo, su razón sensata, ella era una obstinada tonta desenfrenada. Sacudió una pelusita de la manga de su chaqueta.

– No puede verse desde atrás, señorita Carrick, mientras que yo puedo ver cada curva… tu trasero en particular está muy bien perfilado, y tus largas piernas son bien formadas. Confía en mí respecto a esto. Cada hombre que logre captar hasta el más mínimo vistazo de tu sombra estará sin duda encantado. Verá sus manos acunando tu trasero inmediatamente.

En realidad, él mismo se veía haciendo eso, y juraría que le hormigueaban las manos.

Ella sacudió la cabeza.

– Miré mi parte trasera en el espejo. Mis pantalones son sueltos. No hay nada ceñido, nada perfilado. Estás siendo ridículo. Bien, buenos días, señor Sherbrooke.

Él espació sus palabras para máximo efecto.

– Si intentas salir de la casa vestida de ese modo, te cargaré de regreso arriba y yo mismo te pondré un vestido. -Entonces se estremeció. -¿Te das cuenta de cómo te ves desde el frente?

Volvió a temblar.

– Me veo igual que tú, como todos los hombres. No hay absolutamente nada dife…

– ¿Le gustaría que me apriete contra usted, señorita Carrick, para que pueda sentir la diferencia entre nosotros? ¿Le gustaría simplemente mirarme en este preciso instante para ver las diferencias? -Jason salió de atrás de la mesa y caminó hacia ella. -Mire, señorita Carrick.

Ella miró.

– Oh, cielos. -Llevó sus ojos sorprendidos y excitados de regreso al rostro de él y dio un paso atrás. -¿Entonces eso es lo que sucede cuando miras mi parte de adelante?

– O la de atrás o, imagino, tu costado, quizás incluso a quince metros. -Se detuvo a menos de un centímetro de ella, la tomó de los brazos con sus grandes manos y la sacudió. -Eres mi maldita socia y eres una imbécil.

Ella se apartó de un tirón.

Jason simplemente debería llevarla arriba a rastras, arrancarle la ropa, quemar todos los pantalones que hubiese cosido sin que él lo supiera. No, no era posible. Bueno, lo era -Angela probablemente estaría de su lado, -pero no. Era mejor probar con una táctica diferente. La vergüenza, eso era. Jason respiró hondo.

– Préstame atención, Hallie -la vio aflojar inmediatamente ante el uso de su nombre, -los hombres trabajando aquí le contarán a sus esposas y sus amigos cómo la ama de Lyon’s gate anda brincando por ahí vestida como un hombre. Las esposas estarán horrorizadas, no querrán que sus maridos trabajen para nosotros. En cuanto a los hombres que queden, te mirarán con desprecio, serán insolentes, te observarán cada vez que puedan e intercambiarán bromas con los demás sobre tus dotaciones y muy probablemente tu falta de carácter. ¿Es eso lo que quieres?

– Los salarios que estamos pagando son demasiado buenos como para que cualquiera de los hombres renuncie. Además, puedo ocuparme de cualquier hombre insolente en el mundo.

Él asintió.

– Posiblemente puedas. Pero esta es la verdad del asunto, Hallie. Tu reputación sufrirá un daño irreparable… -Habló más despacio, su voz se profundizó. -Igual que la mía. Seré conocido como el flagrantemente depravado hijo del conde que vive abiertamente con una mujer que no es más que su fulana. Y cada hombre y mujer de la región creerá que estoy restregándoselo en la cara con mi abierto galanteo. Eso caerá sobre mis padres, mi gemelo y Corrie. ¿Empiezas a comprender las consecuencias de tus pantalones?

Hallie se quedó muy callada. Simplemente no había evaluado eso.

– ¿Tus padres?

– Oh, sí. En cuanto a Angela, será desairada. Será considerada no como una respetable chaperona, sino una proxeneta, no mejor que una madama dueña de un burdel en Londres.

– Seguramente no. Eso no tiene sentido. Sólo quiero ocuparme de mis caballos, nada más que eso. Es mucho más fácil con pantalones. Podría caer y quebrarme el cuello vistiendo un maldito vestido, y lo sabes. Todos lo saben.

– Comprendo tu aprieto, pero no hay remedio. Así son las cosas. Dado nuestro muy irregular arreglo de vivienda, ninguno de los dos ni nuestras familias pueden permitirse ninguna acción cuestionable más. Los pantalones son más que cuestionables. ¿Me crees ahora?

Hallie se quebró; se veía lista para estallar en lágrimas.

– Las tres camisas tiene hermosas costuras, y los pantalones… son del mejor tricot. Oh, cielos, ¿y podrías mirar las botas? Puedes ver tu rostro en ellas. -Levantó sus ojos ahora brillantes de lágrimas. Se veía pateada y deshecha. -Tres atuendos, Jason, dos pares de botas. Me costó mucho dinero mandar a hacer todo. No es justo, sabes que no.

– Sí, lo sé. Lo siento. Todo se ve bastante bien, y digo eso como hombre, no como juez de moda.

Ella inclinó la cabeza a un lado.

– ¿Verme en estos pantalones realmente te vuelve loco de lujuria?

Jason se rió, no pensaba recordarle que había visto la prueba de su lujuria.

– Quizás había un poquito de lujuria mezclada con la cólera. ¿Eso te hace feliz?

Ella estudió su rostro un largo momento.

– ¿Verdaderamente sientes que nos arruinaré a todos si salgo afuera vistiendo pantalones?

– Cuando viste a Petrie esta mañana, ¿qué hizo él?

– Él no es el indicado para preguntar, Jason. Detesta bastante a las mujeres. -Hallie sonrió. -En realidad, cerró los ojos con fuerza, se apretó el corazón y se veía listo para desvanecerse.

Jason también podía imaginar a Petrie poniendo los ojos en blanco. Ella era afortunada de que Petrie no hubiese olvidado quien era y la hubiese atacado.

– Déjame hacerte otra pregunta. Cuando te vi por primera vez en Lyon’s gate llevabas viejas y sucias ropas de muchacho. ¿Te vieron mi tía Mary Rose o mi tío Tysen?

Los ojos de ella cayeron a sus brillantes botas. Había usado su propia receta, una con la que había experimentado interminablemente para hacerlo absolutamente bien. Había querido verse perfecta.